Hasta hace apenas una semana, los comentaristas norteamericanos coincidían en que Barack Hussein Obama derrotaría a Hillary Clinton en la interna del Partido Demócrata y que bien podría triunfar sobre el republicano John McCain en las elecciones presidenciales de noviembre. Además de los negros que lo respaldaban de manera monolítica, Obama disfrutaba del apoyo decidido de casi todos los progresistas blancos y del grueso de la prensa. Pero entonces algo terrible ocurrió. El pastor negro Jeremiah Wright, su amigo, guía personal y gurú todoterreno durante veinte años, se puso a hablar.
Con su vehemencia habitual, el reverendo reivindicó sus opiniones más polémicas según las que Estados Unidos mereció el ataque del 11 de setiembre del 2001 por ser un país terrorista, sería plenamente capaz de desatar una epidemia de sida para eliminar minorías étnicas molestas comenzando con la negra, persigue a los negros encarcelándolos por nada más que el color de su piel y que Dios debería maldecir, no bendecir, un país capaz de tanta infamia. Y para rematar, Wright atribuyó los esfuerzos de Obama por alejarse de él luego de que hizo una breve aparición mediática anterior a sus ambiciones políticas, afirmando que "los políticos dicen lo que dicen y hacen lo que hacen basándose en encuestas". Se trataba de una estocada que podría resultar mortal: Obama suele presentarse como un dechado de sinceridad que nunca soñaría con engañar a nadie.
En algunas partes del mundo en que la hostilidad hacia Estados Unidos es intensa y abundan los políticos e intelectuales que están dispuestos a expresarla en términos pintorescos, los puntos de vista del reverendo Wright no provocarían demasiada sorpresa, pero no son exactamente los que uno esperaría oír en boca del alter ego de quien espera mudarse pronto a la Casa Blanca. Aunque Obama reaccionó aseverándose "indignado" y "entristecido" por lo dicho por su es de suponer ex amigo, en esta ocasión no ha podido impedir que incluso sus simpatizantes menos cohibidos se hayan animado a preguntarse si realmente considera ofensivas las diatribas del pastor contra su país o si lo único que le preocupa es el efecto tal vez desastroso que tendrán sobre su campaña. Puesto que durante dos décadas Obama las escuchó semanalmente sin repudiarlas mientras que hacerlo le resultara políticamente conveniente, es legítimo sospechar que antes de ser elegido como senador nacional sus propias opiniones no fueron muy distintas.
Ahora bien: el escándalo causado por la irrupción de Wright no sólo ha servido para desenmascarar a Obama, obligándolo a explicar por qué no optó hace muchos años por asistir a una iglesia manejada por un pastor menos excéntrico. También planteó interrogantes sobre la objetividad de los medios de difusión norteamericanos más importantes. Éstos se enorgullecen de su presunta voluntad de investigar despiadadamente las trayectorias de todos los hombres públicos de su país y si descubren algún detalle, por microscópico que fuera, que a su entender sería suficiente como para hundirlos, no vacilan en aprovecharlo al máximo -la nómina de las víctimas de su celo moralizador es larguísima-, pero hasta ahora ninguno ha manifestado mucho interés en explorar los lazos íntimos de Obama con las agrupaciones religiosas y políticas, entre ellos la supuesta por la iglesia de Wright, que se especializan en predicar el odio y que reclaman cambios revolucionarios.
De haberse tratado de Hillary Clinton o del republicano McCain, la hipotética revelación de que habían mantenido vínculos estrechos con una secta racista comprometida con teorías conspirativas que la mayoría considera propias de lunáticos ya los hubiera convertido en parias sin ninguna posibilidad de ser elegidos para nada, pero por ser cuestión del primer aspirante presidencial afroamericano que podría llegar a la presidencia, los medios más influyentes han preferido pasar por alto tales pormenores. Para ellos, hasta hace muy poco "el relato" que inventaron era demasiado bello como para permitir que lo arruinara algo tan vulgar como un hecho.
La relación de Obama con Wright y con otras lumbreras negras notorias por su aversión a los blancos y por su deseo de dinamitar Estados Unidos tal y como lo conocemos, entre ellos Louis Farrakhan de la "Nación de Islam", nunca fue un secreto. De no haber sido por la actitud benevolente asumida por la prensa, Obama hubiera tenido que contestar las preguntas que le están molestando ahora mucho antes de que decidiera participar de la carrera presidencial. También se hubiera visto constreñido a decirnos más acerca de su relación con el Islam. El senador insiste en que "siempre" ha sido un cristiano, pero sucede que los registros de los distintos colegios en países como Indonesia en que vivió cuando era un niño lo incluyen entre los alumnos musulmanes. En vista del clima político actual en Estados Unidos resulta comprensible que Obama haya tratado de minimizar el significado de esta etapa de su vida, pero una cosa es decir que después de ser criado como un musulmán optó por convertirse al cristianismo y otra muy distinta dar a entender que nunca cambió de religión. Podría decir que su motivo para eludir la verdad consiste en que comprende muy bien que para todas las corrientes islámicas la apostasía es un crimen capital, pero en tal caso los votantes tendrían derecho a saberlo.
De todos modos, después de una luna de miel prolongada con la prensa y con una proporción muy significante del electorado, Obama está en apuros. A la clase trabajadora blanca que suele votar por los demócratas no le gustan para nada las opiniones vertidas por pastores negros como Wright y le cuesta entender cómo Obama pudo haber hecho de un personaje tan furibundo y tan antipatriótico su mentor. Por su parte, los operadores del Partido Demócrata temen que los republicanos sabrán aprovechar con su eficacia habitual las lagunas en la biografía oficial de Obama y que por lo tanto les iría mejor si se resignaran a la candidatura de Hillary. A diferencia de su rival, la ex primera dama ha sido el objeto de investigaciones mediáticas tan hostiles como minuciosas desde hace más de diez años, de suerte que sería muy poco probable que antes de noviembre se toparan con algún secreto que podría ocasionarle dificultades, mientras que no hay garantía alguna de que en el pasado de Obama no haya más sorpresas ingratas.
JAMES NEILSON