Los brasileños aprovechan el 2008 para echar una mirada atenta y crítica a uno de los episodios más ricos y polémicos de la historia del país y de su colonizador, Portugal: la fuga de la familia real lusa, ocurrida hace 200 años.
El tema es omnipresente en la vida cultural de Brasil: se multiplican exposiciones, piezas teatrales, debates entre historiadores y libros que buscan aportar nuevos datos sobre el período de 13 años de permanencia de la familia real en el que la antigua colonia de explotación se convirtió en sede de la corte y dio sus primeros pasos hacia la independencia.
Presionado por su tradicional aliado, Inglaterra, a oponerse al expansionismo de Francia y amenazado de invasión por el emperador Napoleón Bonaparte, Portugal parecía estar en 1807 en un callejón sin salida. La alternativa era sumarse al bloqueo impuesto a su tradicional aliado, Inglaterra -ante el riesgo de que los británicos atacaran Lisboa y las colonias en África y América-, o una guerra con las tropas napoleónicas.
El peso de la responsabilidad cayó sobre el príncipe Juan, quien asumió el comando del país a raíz de la enfermedad mental de su madre, Doña María I "La Loca" y de la muerte de su hermano mayor y heredero del trono, Don José, fallecido en 1788. Asustado, el príncipe regente optó por aceptar el consejo de uno de sus asesores: abandonar el país y trasladar la Corte portuguesa a Brasil.
La salida de por lo menos 11.000 miembros de la corte del puerto de Lisboa en 36 embarcaciones generó un comprensible pánico entre los portugueses, que se sintieron abandonados y a la merced de las tropas napoleónicas, que iniciaban la invasión del país.
Para Portugal, ése fue el inicio de uno de los peores períodos de su historia.
Según el periodista Laurentino Gomes, autor de "1808", en los siete años que siguieron "más de medio millón de portugueses abandonaron el país, se murieron de hambre o en batalla en la Guerra Peninsular".
Para el emperador francés fue frustrante: "Fue el único que me engañó", escribió Napoleón en sus memorias en alusión al príncipe luso, coronado como Don Juan VI.
Para Brasil, sin embargo, la llegada de la corte lusa fue el hito inicial de un proceso que culminó en la declaración de la independencia del país, en 1822, poco más de un año después del regreso de Juan VI a Portugal.
Dos siglos después las conmemoraciones en Brasil propiciaron una oportunidad para que los historiadores revisaran parcialmente su evaluación negativa sobre el episodio de la fuga de la familia real, que hasta hace pocos años estaba considerado una "cobardía".
"Durante años, la gente tuvo una impresión cómica de él (Don Juan), quien sería un bonachón, glotón... pero él fue vital en la formación de todo lo que es básico en la vida brasileña. Y su misma salida de Portugal fue un acto de osadía política. Al venirse a Brasil, él salvó a su corona", dijo el diplomático Alberto da Costa e Silva, coordinador de los festejos oficiales por el bicentenario.
La llegada de la corte generó una radical transformación en la vida de la colonia. Muestra de ello es que este año también se celebra el bicentenario del estatal Banco do Brasil -la primera y hasta hoy principal institución financiera del país-, de la Facultad de Medicina de Salvador de Bahía y del Jardín Botánico de Río, entre otros.
"Don Juan VI construyó un país que no existía", resume el autor de "1808", que desde hace siete meses se mantiene entre los libros más vendidos en el país sudamericano.
Los historiadores estiman que entre 11.000 y 15.000 prófugos lusos desembarcaron en Río de Janeiro, cuyo centro urbano albergaba a unos 60.000 habitantes.