| Por MARIA EMILIA SALTO bebasalto@hotmail.com ¡Ah, estos días abrileños, de radiante sol, de festival de colores días en que hay cierto anticipo en el aire de un invierno que aún parece lejos! Son simplemente maravillosos. Digno escenario de un príncipe. Porque le diré: me encontré un príncipe, y no cualquiera. Así fue: me iba acercando a la pista aeróbica, ya disfrutando del sol casi cenital de este amable otoño sureño, ya divisando los altos cipreses que flanquean la pista, ya doblando hacia la entrada... cuando me topé con el Principito. Sí, tal como le pasó a Saint - Exupéry, literalmente me estaba mirando con esos ojos redondos de tan abiertos, la boca un dulce y parco trazo y la nariz, apenas una suave curva. ¡Y el amarillo oro de esos pelos! Claro que ni yo ni él estábamos en el desierto del Sahara, estábamos en la ciudad de Trelew, y él, concretamente, estaba pintado en el costado de un furgón. El mentado furgón remedaba, a trazo grueso, una playa que, además de palmeras, sol y cielo azul, ostentaba los contundentes "hamburguesas" y "superpanchos". Quien pintó el Principito tuvo la precaución de dejarlo solo, en un costado absolutamente azul, o quizás él ya se estaba queriendo escapar a su planeta - o para expresarlo con precisión, al asteroide B612 -, despavorido por el terráqueo ruido que orbitaba a su alrededor, a contramano del día maravilloso, irrepetible, y tal circunstancia induciría al Principito a alguna de sus lapidarias reflexiones y quizás la primera sería referente a ser él, ¡él!, el nombre, si bien enunciado sólo con su figura, de un planeta de lata con ruedas dedicado a la venta de comida chatarra... él, que cuidaba con veneración la única flor de su planeta y aborrecía el mundo adulto y su obsesión del tener... Cada vez que la órbita elipsoide de la pista me llevaba hacia el furgón -una esplendente mancha azul que aparecía y desaparecía al vaivén suave de los cipreses, ahora soldados naturales del Príncipe- esperaba el momento de atisbar su pelo amarillo, su traje real, bien que la cara del furgón que tal majestad contenía, miraba para afuera, hacia la probable multitud de niños y jóvenes de toda edad que en un rato apenas devorarían los panchos y hamburguesas luego de correr, trepar y cuantas cosas se hacen en estos lugares. Quizás no debería ser tan dura con el autor de tal idea, ¡el Principito en un puesto de panchos y hamburguesas!; puesto que tuvo la delicadeza, (o la visión certera, de quién, además de Maradona, podría ser reconocido al instante), tuvo la delicadeza, le decía, de dejar que la principesca figura se anunciara sola, sin el obvio "El Principito". Tiene que ser alguien que leyó el libro, que amó ese personaje, quizás pegó un póster; o quizás su hijo, o su hija, le dijo "pa, ponele El Principito", porque me reconforta decirlo: es el libro preferido de mi sobrino Santiago, el cual adora los juegos de computadora, y me reconforta porque verifico, dado que éste no es, de modo alguno, el único caso, que el siglo XXI lejos de destruir el niño que hay en el corazón de cada niño, sólo ha cambiado alguno de sus instrumentos, digan lo que digan sociólogos y asociaciones de padres preocupados. Seguiría charlando con usted. Pero lo lamento (o no). Tengo una cita con un príncipe. | |