No cabe duda de que al ex presidente Néstor Kirchner le encantan los conflictos. Parece creer que le sirven para afianzar su propia autoridad y, por supuesto, para dejar fuera de combate a los que según él son sus enemigos. Desde inicios de su gestión, en mayo del 2003, está "construyendo poder" embistiendo contra todos aquellos que por alguno que otro motivo considera merecedores de su ira como jueces menemistas, "neoliberales", ex militares, empresarios energéticos y bonistas extranjeros. Últimamente, ha agregado una nueva categoría a su lista ya larga de malos irremediables, la de los ruralistas. Al inaugurar el jueves pasado un nuevo local para una unidad básica peronista en Ezeiza, afirmó que los hombres del campo "nos llenan de humo y nos queman los campos", además de provocar la muerte de "diez argentinos" en la ruta, que son responsables del desabastecimiento y por lo tanto de la inflación que por primera vez le ha valido una alusión, que a pesar de ganar mucho dinero "durante mi gobierno y el de Cristina" no quieren que los demás compartan su buena fortuna y, para rematar, que son los mismos que "generaron" los golpes de 1955 y 1976. Es innecesario decir que, fiel a su costumbre, en el transcurso de su catilinaria Kirchner empleó repetidamente las palabras "los argentinos" como sinónimo de "yo".
Incluso según sus propias pautas se trataba de una arenga insólitamente incendiaria, una que estaba claramente destinada a enfurecer a los productores rurales, pocos de los cuales son tan ricos como quien fue, al fin y al cabo, el presidente más adinerado de la historia del país, uno que, para colmo, vio crecer muchísimo su patrimonio envidiable mientras estuvo en la Casa Rosada. Sea como fuere, porque le gusten los enfrentamientos o porque se sienta sumamente nervioso por lo que está ocurriendo, Kirchner parece estar preparándose para una batalla épica entre las fuerzas del bien encabezadas por él contra una alianza de chacareros, individuos como el ex ministro Martín Lousteau que se atreven de hablar de la eventual conveniencia de enfriar la economía, "sinvergüenzas" y otros igualmente repudiables. Es posible que haya algunos que se sientan atraídos por dicha perspectiva, pero la inmensa mayoría de los habitantes del país no tiene ningún interés en participar en la lucha furibunda que a juzgar por sus palabras tiene en mente. Por el contrario, quiere que se resuelva cuanto antes el conflicto con el campo y, más aún, que el gobierno deje de creerse víctima de una siniestra conspiración golpista para comenzar a gobernar de manera más racional y menos prepotente.
Como Néstor Kirchner y su esposa deberían entender muy bien, es una cosa seleccionar como enemigos a grupos minoritarios que no cuentan con una imagen positiva y otra muy diferente ensañarse con un sector muy amplio que, además de disfrutar del apoyo de buena parte de la ciudadanía, en especial de la clase media urbana, aporta más que cualquier otro al fisco y a "la caja" que maneja el matrimonio gobernante. La iracundia acostumbrada de Kirchner, la falta de respeto con la que tanto él como Cristina tratan a quienes piensan distinto y sus esfuerzos y los de voceros oficiosos como el piquetero Luis D'Elía por abrir más grietas en la sociedad ya les han costado la simpatía de la mayoría, razón por la que se ha desplomado la popularidad de la presidenta. A menos que moderen su conducta, no tardarán en encontrarse virtualmente aislados, rodeados por un pequeño elenco de adulones y oportunistas apenas presentables, lo que garantizaría que los años próximos se vieran plagados de crisis políticas cada vez más peligrosas que, por cierto, no ayudarían a mejorar el nivel de vida de la mitad de la población que vive en la pobreza. Con razón o sin ella, está consolidándose un consenso tanto aquí como en el exterior de que el modelo sí está deshilachándose y que frenar el deterioro requeriría mucho más que las diatribas venenosas de quien sigue siendo la figura dominante del gobierno. Sería bueno, pues, que Néstor Kirchner se tomara unas vacaciones largas para permitir que Cristina y sus colaboradores más sensatos modificaran el rumbo que se ha emprendido antes de que nos haya llevado a una colisión desastrosa con la realidad.