Dijo hace poco el ex ministro de Economía, Roberto Lavagna, que "el modelo se está deshilachando". Pero no sólo se trata del modelo económico. También está deshilachándose el esquema gubernamental, caracterizado por el "doble comando", que se ha improvisado. Aunque Cristina Fernández de Kirchner y su marido comparten muchas ideas y actitudes, no son clones y por lo tanto era de prever que surgieran diferencias entre integrantes del gobierno que responden más ya a la presidenta, ya a su antecesor que, no obstante sus promesas preelectorales, es claramente reacio a dejar que su esposa lleve la voz cantante. Mientras que el ahora ex ministro de Economía, Martín Lousteau, contaba con la confianza de quien es en teoría la jefa de Estado, sus enfrentamientos con el secretario de Comercio Interior, Guillermo Moreno, y en consecuencia con Néstor Kirchner, no tardaron en enseñarle que tendría que limitar su papel a aquel de un mero asesor ocasional cuyas opiniones serían descartadas a menos que coincidieran con las de quien seguía comportándose como si fuera el presidente de facto de la República. Por ser cuestión de un joven capaz que quisiera defender su propia reputación profesional, sorprendió que aceptara un cargo que no estaría en condiciones de cumplir con la libertad de acción habitual. En cambio, no sorprendió en absoluto que luego de cuatro meses frustrantes haya optado por dar un portazo.

A diferencia de Lousteau, su sucesor Carlos Fernández es considerado un servidor dócil del ex presidente, lo que lo ayudará a sobrevivir a los rabiosos conflictos internos que con toda seguridad seguirán agitando a un gobierno que está penosamente dividido, pero que no será suficiente como para permitirle manejar la economía con el vigor y la lucidez necesarios. Puede suponerse que tal y como ha sido el caso a partir del alejamiento de Lavagna, todas las decisiones económicas importantes se verán tomadas por el ex presidente Kirchner, cuyo rol actual se asemeja mucho al desempeñado en el pasado no muy remoto por una serie de comandantes en jefe militares. Como ellos, Néstor Kirchner tiene poder de veto y no vacila en usarlo para impedir que el gobierno presuntamente encabezado por su mujer emprenda medidas que no le gustan.

Por razones que son dolorosamente evidentes a todos salvo a los Kirchner, Lousteau creyó que había llegado la hora de poner en marcha un plan antiinflacionario más o menos serio, una propuesta que por supuesto no disfrutaba de la aprobación del ex presidente porque hubiera acarreado cierto "enfriamiento" de una economía sobrecalentada. Como suele suceder toda vez que se producen dificultades, la reacción instintiva del ex presidente consiste en redoblar la apuesta, lo que en el contexto actual bien podría significar controles de precios más rigurosos, más dureza hacia el campo y más subsidios destinados a impulsar el consumo. En otras palabras, trataría de aplicar políticas no tan distintas de las que precedieron al "Rodrigazo" de 1975, que marcó el comienzo de un proceso caótico que llevó a la depauperación de muchos millones de personas que antes se habían acostumbrado a un nivel de vida digno.

Con terquedad llamativa, el ex presidente Kirchner se niega a entender que la inflación resulta un fenómeno muy destructivo que no puede atribuirse sólo a la codicia de chacareros, sojeros y comerciantes. Parecería que para él es producto de la supuesta debilidad del gobierno y que por lo tanto la única forma de frenarla tiene que consistir en hacer valer su propia autoridad, de ahí los manotazos de su funcionario favorito, Moreno. Huelga decir que se ha equivocado. Los intentos de gobiernos incomparablemente más autoritarios que el nuestro de frenar la inflación castigando con ferocidad a quienes imaginaban eran responsables de fogonearlo han servido, a veces, para frenar pasajeramente el aumento de los precios al consumidor, pero siempre lo han hecho a costa del desarrollo futuro. De persistir en su curso actual, aun cuando la coyuntura internacional nos sea favorable, el crecimiento excepcional de los años últimos se verá seguido por un período signado por un desbarajuste generalizado parecido a tantos otros que el país ha experimentado, lo que dadas las circunstancias sería una hazaña decididamente perversa.