Tanto en la Argentina como en otros países democráticos es normal que un nuevo jefe de Estado se esfuerce por diferenciarse tácita o explícitamente de su antecesor en el cargo, aun cuando se haya tratado de un integrante de la misma organización política y se haya compartido la responsabilidad para medidas que más tarde produjeron resultados desafortunados, pero debido a su relación íntima con su marido la presidenta Cristina Fernández de Kirchner se ha sentido obligada a negarse dicha opción, de ahí lo que el ex presidente interino Eduardo Duhalde calificó de "doble comando". Desgraciadamente para ella, su resistencia a brindar la impresión de estar dispuesta a desviarse del rumbo fijado por su marido está en la raíz de una serie de problemas muy graves que amenazan con socavar su gestión. De no haberse sentido tan comprometida con lo hecho por Néstor Kirchner, ya hubiera resuelto la crisis absurda planteada por el desbaratamiento del INDEC para entonces hacer frente a la inflación; hubiera tomado medidas destinadas a mejorar la peligrosa situación energética y, es de suponer, hubiera logrado apaciguar a los chacareros castigados por la virtual confiscación de los ingresos que habían previsto, ahorrándose así un conflicto que le ha costado una parte sustancial de su capital político. Ya antes de que Cristina tomara el relevo, se multiplicaban las señales de que "el modelo" hacía agua y que por lo tanto sería necesario impulsar cambios que no gozarían de la aprobación de un ex presidente convencido del valor supremo de la inflexibilidad, pero por motivos evidentes no se ha animado a romper con él.
Además de sentirse constreñida a reivindicar hasta las estadísticas claramente fraudulentas confeccionadas por el INDEC, Cristina ha tenido que incluir en su gobierno, en puestos clave, figuras que sólo responden a su marido. Sus propios partidarios, entre ellos el ministro de Economía, Martín Lousteau, y el jefe de Gabinete, Alberto Fernández, se enfrentan a diario con "nestoristas" como el secretario de Comercio Interior, Guillermo Moreno, que hacen cuanto pueden por asegurar que no se aparten del camino trazado por el ex presidente. Huelga decir que la confusión provocada por el esquema insólito que se ha creado no la favorece del todo. Antes bien, estimula dudas en cuanto a su autoridad. Con razón o sin ella, muchos entienden que Néstor Kirchner sigue monopolizando el poder real, mientras que Cristina se limita a desempeñar el papel en buena medida decorativo de mascarón de proa. Exagerarán los que piensan de este modo, pero no cabe duda de que la sensación de que Cristina no está al mando ha contribuido a la pérdida precipitada de popularidad que experimentó a causa de su reacción agresiva frente al paro del campo y los cacerolazos que estallaron en el centro de la Capital Federal.
Pues bien, tanto el protagonismo público de su marido como su voluntad de actuar como si fuera el primer ministro todopoderoso en un régimen parlamentario constituyen el obstáculo más difícil que la presidenta tendría que superar para que su gestión resultara ser un éxito. A menos que logre alejarse de él, cambiar drásticamente el gabinete para eliminar su influencia y emprender políticas muy distintas de las que siguen aplicándose, los problemas continuarán amontonándose hasta que se planteen dudas en cuanto a su capacidad para terminar su mandato tal y como está previsto por la Constitución. La metodología -o, si se prefiere, el estilo- que desde el punto de vista de ambos Kirchner funcionó muy bien en el 2005 ó 2006 ya no es la más apta para el 2008 y todo hace pensar que parecerá cada vez menos apropiada para los años próximos. Por cierto, a esta altura la presidenta debería entender que "la herencia" que recibió de manos de su marido dista de ser tan buena como habrá pensado antes de dar comienzo a su gestión. Además de una economía que crecía a un ritmo envidiable, incluía una tasa de inflación alta propensa a aumentar, una crisis energética ominosa y un cambio de clima político que afectaba a amplios sectores de la sociedad, sobre todo en las grandes ciudades. Por ser cuestión de un escenario novedoso, a Cristina le será preciso cambiar muchas cosas, pero merced a la proximidad admonitoria de su esposo parecería que es reacia a cambiar algo.