Hace apenas cinco meses el gobierno brasileño sorprendió a todos al anunciar el descubrimiento de un gran yacimiento submarino de petróleo, el Tupi, que contendría entre 5.000 y 8.000 millones de barriles de crudo, pero se trataba de un hallazgo menor en comparación con el encontrado frente a las costas del estado de San Pablo, que podría alcanzar los 33.000 millones de barriles. De confirmarse los cálculos de los técnicos, por sus reservas Brasil será la octava potencia petrolera del mundo, detrás de Rusia, donde la producción propende a mermar, y Venezuela. Por lo demás, no es del todo imposible que en zonas costeras aledañas haya campos de petróleo y gas de dimensiones similares o incluso mayores. La exploración submarina es un proceso largo y difícil, razón por la que todavía quedan muchas áreas del Atlántico cercanas a la costa que también podrían contener petróleo. Es factible que algunas estén bajo nuestras aguas jurisdiccionales, pero debido a la notoria falta de interés del gobierno actual por estimular la exploración y la producción tendría que transcurrir mucho tiempo antes de que supiéramos si éste es el caso.
Con todo, aunque las acciones de las empresas involucradas -Petrobras, cuya participación en el consorcio que se ha formado para explorar la zona es del 45%; British Petroleum, con el 30% y Repsol-YPF, con el 25%- se dispararon al difundirse la novedad, aprovechar el hallazgo no será nada fácil ya que se ubica a casi cinco kilómetros de profundidad. Mientras el precio del barril se mantenga en los niveles actuales, bien superiores a los cien dólares, extraerlo podría ser rentable, pero de reducirse mucho -lo que es posible, si bien en vista de la demanda creciente de China e India es poco probable- con la tecnología actualmente disponible sería demasiado costoso. Con todo, el que la explotación no sea tan sencilla como en otras partes del mundo, entre ellas Venezuela, entraña ciertas ventajas, ya que los brasileños tendrán que emprender una operación en gran escala que, además de estimular la creación de muchos empleos y de muchos negocios que de alguno que otro modo se beneficien de la actividad de los petroleros, significaría la incorporación de tecnología avanzada. Asimismo, es sin duda muy positivo que lo que en principio podría ser el mayor hallazgo petrolero de los últimos treinta años se haya producido en un país de casi 190 millones de habitantes y una economía compleja, lo que debería reducir el riesgo de que la existencia de una fuente de riqueza manejada por el Estado provocara la clase de distorsiones políticas y sociales que tantos perjuicios han ocasionado en el Medio Oriente y en Venezuela.
Tal y como sucedió en noviembre cuando se anunció el descubrimiento del yacimiento de Tupi, muchos están aprovechando la oportunidad para subrayar el contraste entre la política petrolera de Brasil por un lado y la de nuestro país por otro. Mientras que los brasileños nunca han dejado de explorar bajo las aguas costeras, desde hace más de cinco años nuestros gobernantes se han esforzado para convencer a las empresas petroleras de que no les valdría la pena intentar hacer lo mismo en nuestro litoral marítimo que, como el brasileño, mide aproximadamente 3.000 kilómetros. La diferencia humillante puede atribuirse a que los brasileños entienden muy bien lo importante que es pensar en el futuro energético, pero aquí el gobierno es no sólo resueltamente cortoplacista sino que también se las arregló para convencerse de que los eventuales beneficios políticos que le proporcionaría una "estrategia" antipetrolera serían más que suficientes como para compensar la crisis energética que tarde o temprano tendría que producirse. Puede que el ejemplo brindado por los brasileños lo estimule a asumir una postura más seria, pero está tan obsesionado con la presunta necesidad de aumentar su propio poder político que sorprendería que modificara mucho en los próximos años. A menos que lo haga, pronto dejaremos de ser autosuficientes en petróleo, con el resultado de que tendremos que importarlo en cantidades crecientes aun cuando el precio del barril sea lo bastante elevado como para permitir que Brasil se erija en uno de los principales países exportadores.