Domingo 20 de Abril de 2008 Edicion impresa pag. 34 y 35 > Sociedad
¿Quién entiende a la generación del chat?
Una nueva generación ha nacido al abrigo de internet. Ha sido criada por los medios audiovisuales y bautizada como la "Generación Y". Su gusto por los contenidos anecdóticos, superficiales y gratuitos; su afición al chateo frenético, el total desinterés por lo político y lo social, los celulares como mamaderas electrónicas -hasta cierto punto narcotizantes- y el uso de la caótica diversidad de la web como fuente exclusiva de información parecen definirla. ¿Cómo es su relación con la lectura y los medios? ¿Cuáles son sus mayores intereses? ¿Se diferencia ésta de su antecesora, la "Generación X"? Algunas de las preguntas sobre las que reflexiona este artículo.

Hace más de una década Douglas Coupland plasmó en un libro un puñado de personajes que definirían a toda una generación. La que pasó a la posteridad como "Generación X" se caracterizaba, entre otras cosas, por ser una voraz consumidora de lo que se denomina hoy como "dato inútil". Just for fun.

Lo que probablemente no esperaba el autor del libro que lleva el mismo nombre era que su concepto fuera a servir también para explicar la conducta de la generación siguiente: la flamante "Generación Y". Las tendencias mueven intereses muy contrapuestos, motivo por el cual uno podría incluso hasta dudar de su existencia como tal. Escritores, pero especialmente periodistas y publicitarios, estos últimos asociados a la industria, son algunos de los más interesados en que la tendencia como tal posea un nombre; unos, por pasar a la posteridad como visionarios de una escena social, otros -los más-, para dar en el clavo con los patrones de consumo de los integrantes de dicha escena.

No es tan curioso que se digan básicamente las mismas cosas de una generación y otra, aun cuando ambas representen grupos humanos distintos. De la anterior se aseguraba, por ejemplo, que no tenía gran fidelidad a las marcas, que resultaba más abierta a las diferencias entre los individuos que sus padres, que no se sentía particularmente comprometida con nada, que había nacido con la televisión y empezado a transcurrir el territorio de las redes y que era, además, un conjunto amplio, heterogéneo, multirracial y multiético. ¿Suena familiar?

 

Las tribus de lo inmediato, lo gratuito y lo superficial

Ésta es una generación atravesada literalmente por internet y la era de la inmediatez, el celular, el chat, la conversación face to face a miles de kilómetros de distancia; la de los 500 canales de televisión y el concepto de producto personalizado. La que vio cómo el fútbol se transformaba en uno de los mayores negocios contemporáneos y cómo los ídolos pop caían en el abismo de la decrepitud mental.

Ambas mantienen la misma ironía, la misma diversidad y la misma pasión por el impulso.

La variable diferencial en la conducta de una y otra está representada por la dinámica de los deseos virtuales, cumplidos de una manera tan inmediata como fugaz, tan voluptuosa que empalaga y tan simple que no encuentra parangón en la historia de la humanidad. La distancia entre querer ver y ver es de apenas un par de milímetros de distancia. Y esta posibilidad, la de hacer magia con el teclado, condiciona los deseos de estos nuevos aladinos. William Gibson no tuvo que esperar mucho; en pocos años vio cómo su profecía literaria se volvía realidad. Sus cowboys digitales, sus redes intranautas al estilo Matrix, relatados en "Neuromancer", ya tienen nombre y apellido.

La "Generación X" fue caracterizada como un grupo sin un proyecto de vida más allá de su mediocre presente (el de sus padres le sonaba a superchería), en demérito de su potencial (es lo que vemos en "Reality Bites", por ejemplo). La "Generación Y" se encuentra autorrealizada en la net.

En la Argentina les llaman "tribus tecnourbanas". En Chile, los "Pokemon", por su afición a las caritas digitales. Un fenómeno que días atrás ya describió en una nota la revista "Newsweek", definiendo a los "Pokemon" como chicos más interesados en su celular, el sexo y el chateo que en la política y su propio futuro.

Si el genio de la lámpara es internet, nadie se atrevería a pedir aquello que éste no pudiera dar. Por caso, el deseo generacional de ver chicas desnudas en posiciones eróticas ha sido satisfecho cuantiosamente y seguirá siéndolo. Hay más: ¿Dijo "películas"? ¿Dijo "música gratis"? ¿Mencionó un programa para jugar al ajedrez? ¿Acaso desea saber cuánto dinero tiene para gastar de su tarjeta de crédito? ¿Quiere enviarle una carta a Madonna?

Existe un paralelo entre la actitud del jugador y la del vaquero "interespacial". El jugador y la máquina tragamonedas o la ruleta están hermanados en un pacto de sangre tanto como el "flaco" y su notebook. La verdad es que el jugador no busca exclusivamente ganar sino una respuesta inmediata a sus necesidades: sí o no. Pierre Rey lo explica con lucidez en su libro "Una temporada con Lacán", una reflexión referida a la sintomatología neurótica que bien serviría para comprender a las camadas actuales de consumidores. El segundo anda detrás de una sensación parecida aunque el sentimiento de pérdida quede referido al mal uso de su tiempo o a la frustración de no captar canales de información: ¿alguien sabe cómo bajar el programa TV-DVD-Computer?

 

El fin de la lectura y la escritura. Ahora manda la mirada

La "Generación Y" no debería estar constituida exclusivamente por personas nacidas a partir de 1982 sino por un espectro bastante más amplio capaz de abarcar a nuestros abuelos y abuelas, muchos de los cuales han terminado fascinados por las posibilidades de la red. Sólo se podrá hablar de una generación sustancialmente distinta el día en que un contingente de personas decida cuestionar los fundamentos de la red tal como están planteados. Días atrás, el diario "Crítica" rectificó a través de un artículo la afirmación que sindica la red como un territorio democrático por excelencia. Las dudas que hagan temblar los pilares del sistema no vendrán de sus acólitos.

La caída en las ventas de las revistas eróticas no está exclusivamente vinculada con la aparición de un mercado porno, fácil y variado; en realidad, mucho tiene que ver la expansión del desnudo a las áreas de lo digital. De modo que, si hace unos años fisgonear a Pamela Anderson desnuda implicaba pagar unos cuantos dólares a "Playboy" antes de rasgar las vestiduras plásticas del mensuario, hoy observar en pleno acto sexual a la reina del rubro no implica pagar un costo extra. A tal fin alguien ha subido mil veces su famoso video.

Bajo el mismo concepto de inmediatez y de reproducción del producto original es que la industria de la música ha visto descender sus ventas oficiales, aunque no su número de fanáticos. En la misma onda de transmisión sobre la cual viajan películas porno, videos de culto, música, libros on-line, fotografías prohibidas y demás objetos digitales codiciados, el dato inútil termina simulando y reemplazando la realidad por otra más sosa y dinámica. Entre el embarazo de un transexual y la furia de una hormiga africana puede desarrollarse una guerra en directo admitiendo similar convalidación noticiosa.

No es tanto que el hecho pase inadvertido entre situaciones curiosas, es que es la misma pantalla del monitor la que propone y dispone el orden de los factores. El pezón de Janet Jackson contra el genocidio en el Congo, o la aparición de un automóvil que funciona con agua se iguala a la crisis de los inmigrantes en Europa o a la esclavitud sexual de las dominicanas en Sudamérica. Todo, mientras sea digerible o interesante, tiene que ser puesto en la plancha.

Los portales de algunos de los buscadores más utilizados encontraron en esta falsa diversidad la clave del clic. Hemos dejado atrás el concepto de la lectura, que parece perimido, para entrar en el de la mirada semiatenta.

Por años los diarios se rebanaron los sesos tratando de entender cómo acercarse a las nuevas generaciones de lectores, lo que les permitiría continuar en el ruedo y no decaer en sus ventas. En verdad, los diarios no comenzaron a perder lectores debido a internet: fue mucho antes que las ventas tuvieron su baja, en coincidencia con la masificación del cable y el satélite. Entre ambos se encargaron de disponer de un nuevo lenguaje en el que lo audiovisual pudo más que la amplitud de las palabras. Por consigna, si hay imagen hay epígrafe; el resto sobra -esto, al menos, para un segmento amplio de la sociedad-.

A los periódicos les ha quedado hacerse cargo de la conciencia de quienes prefieren pensar y de ocupar ese "resto" con información y reflexión de alto vuelo. Durante años, leer el diario por las mañanas fue casi un deber ciudadano. En cambio, para las nuevas generaciones (que no deberían agruparse por segmentos de edades sino por acceso a los mass media y a las redes) informarse es sinónimo de entretenerse y, últimamente, informarse es sinónimo de participar, de implicarse rápida y superficialmente. Por eso los chats están poblados de gestos extremos, porque en el fondo no representan más que un estado de ánimo colectivo. La revolución también se ha transformado en parte del cacareo virtual.

Lo que sí nos indican los '80 son las primeras oleadas de seres humanos nacidos y criados bajo el mandato de la imagen, una era en la que la mirada establece las coordenadas de lo que luego se transformará en palabra. Claro, el discurso se alimenta de texto y retroalimenta la escritura; el visual se constituye mediante impactos de forma, color y sonido y su fruto es un videoclip perpetuo.

Estas generaciones no están pensando en tomar el poder sino en delegárselo a Yahoo! o Google, porque ellos lo hacen todo mejor. ¿Cuántas postulaciones a empleo deben recibir Google y Apple por día?

No faltará mucho para que una corporación compre una isla y funde una empresa-país a la que se podrá acceder mediante un test de inteligencia y que estará regida con precisión y eficiencia.

Mientras tanto, las huestes siguen el rumbo que les marca el pulso electrónico. Compran y venden memorias RAM y chequean amores por internet.

 

CLAUDIO ANDRADE

viejolector@yahoo.com

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