El folclore y el humor festivalero parecen una cuestión indivisible y cada asociación posible entre determinados humoristas y el folclore, lleva siempre a imaginarlos juntos.
Nadie ve a Luis Landriscina, ya retirado, en un escenario que no sea el ligado al folclore y salvo sus presentaciones teatrales, siempre estuvo vinculado a los máximos exponentes del género. Tampoco el Negro Alvarez o Cacho Garay salen de ese formato. Los hay de otro nivel, pero en todo caso forman parte de un círculo de humoristas que están más ligados a la revista, a la televisión que a los escenarios del folclore.
Justamente los que forman parte del humor más tradicional están dejando sitios de privilegio que supieron tener en otros tiempos. Es un género complejo este de hacer reir a la gente, que vive un momento en el que la renovación es lenta y no aparecen en primer plano exponentes que hagan olvidar, al menos por un momento a lo que fue la figura de Landriscina.
Hacer humor no es pararse frente a un escenario y decir chistes fáciles como lo hacen muchos, es incluir además de humor, esa chispa especial para describir situaciones de por sí graciosas, situaciones que nos llevan a otros tiempos y lugares que no es necesario que hayamos vivido para recrearlas. Capacidad de mezclar humor, historia, cultura y sobre todo un conocimiento detallado de los lugares y sus costumbres.
Creo que Landriscina fue la síntesis más prolija de esa capacidad para hacer reir, sin siquiera inmutarse, capaz de describir situaciones que por sí solas no son un chiste, pero que resultan graciosas como ejercicio de la vida cotidiana. Landriscina era capaz de llevar al público al silencio más absoluto como primer paso y luego recrear paisajes y situaciones que uno podía perfectamente ir armando con su relato. Era capaz, seguramente lo sigue siendo pero no en los escenarios, de llevar a su público desde un velorio a una situación de campo, a un almacenero o a un inmigrante italiano o español. Y desde su despedida de las actuaciones constantes, Landriscina fue imitado por nadie al menos con ese estilo.
Cacho Garay, una versión un poco más mediática del humor, también tiene la capacidad de hacer reir hasta con sus silencios, fundamentalmente basado en recuerdos, aunque para mi gusto sin tantos recursos como Landriscina y sin conocer el país y sus costumbres con tanta profundidad.
El caso del Negro Alvarez es distinto, su capacidad está muy ligada al humor cordobés, hay terminología no universal en su discurso, mucho regionalismo, conocido sobre todo en el norte del país. Eso no le quita méritos a su desempeño, simplemente lo sitúa en un lugar distinto al resto de los humoristas destacados y vinculados a la cuestiones más tradicionales del país. Tiene una veta muy interesante, al igual que Garay, vinculada al canto, buena voz y ganas de cantar.
Un párrafo especial por lo distinto, también muy cordobés pero con mucha personalidad, es para Doña Jovita, que fue capaz por ejemplo en el último Cosquín de poner al público de pie después de sus relatos llenos de tentaciones.
Pero al margen de estos nombres, no hay renovación, no aparecieron valores rutilantes en un género que históricamente estuvo vinculado al folclore y a las tradiciones, porque muchos de los relatos forman parte de la historia misma del país. Ojalá nuevos valores lleguen y signifiquen mantener viva la risa espontánea de alguien que se detiene o demora en bajar del auto cuando un cuento de Landriscina estaba en el aire.
JORGE VERGARA
jvergara@rionegro.com.ar