Viernes 18 de Abril de 2008 Edicion impresa pag. 20 y 21 > Opinion
SEGÚN LO VEO: En el país del INDEC

Hay gobiernos que por motivos recónditos parecen resueltos a destruirse. Encabezados por personas que sienten que administrar un país no debería ser un trabajo práctico sino una gesta épica, actúan como si creyeran que es mejor fracasar por adherirse con tenacidad a un curso de acción determinado de lo que sería tener éxito optando por otro que a su juicio resulta menos digno. Para ellos, modificar el rumbo porque las circunstancias han cambiado no es una cuestión de sentido común, sino una derrota traumática, una traición a sus valores y a los sueños de toda una vida.

Es fácil reconocer los gobiernos de este tipo. Suelen ser paranoicos; construyen una realidad propia y la defienden con tenacidad aun cuando los demás la encuentren fantasiosa. Sus voceros son soberbios, como corresponde a quienes se saben dueños de la verdad. Si alguien los critica, tratan de descalificarlo puesto que les parecen más que legítimos los ataques ad hóminem: como los guardianes de la verdadera fe en siglos ya idos, están más interesados en silenciar a quienes disienten que en entenderlos, acaso por miedo a que si toleraran las opiniones heréticas éstas terminarían envenenando al pueblo creyente. Huelga decir que no prestan atención a las advertencias de aquellos simpatizantes que les señalan obstáculos en el camino: si realmente hay tales obstáculos, será necesario pulverizarlos ya que intentar soslayarlos equivaldría a dejarse intimidar por el mal.

Desgraciadamente para ella misma y para el país, tanto la forma de expresarse como la gestión hasta ahora de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner hacen sospechar que le falta la ductilidad precisa para gobernar bien en un período signado por cambios constantes. Le molesta el pluralismo. Desde su punto de vista, cualquier acuerdo tiene que suponer la rendición incondicional de sus interlocutores coyunturales: cree que caso contrario la ciudadanía lo tomará por evidencia de debilidad.

El embrollo extraordinario provocado por la decisión de su marido, guía y protector, el ex presidente Néstor Kirchner, de abolir el INDEC, sustituyéndolo por una entidad del mismo nombre pero con funciones radicalmente distintas, es emblemático. Aunque a esta altura ni siquiera Cristina, Néstor Kirchner y Guillermo Moreno pueden ignorar que las estadísticas difundidas por el INDEC reformado tengan poco que ver con la realidad, la presidenta sigue insistiendo en que a pesar del alud de información que las contradice son veraces y, lo que es peor, su gobierno trata de manejar la economía a base de ellas. Asimismo, se resiste a reconocer que tal y como están las cosas el mundo entero podría estar acercándose a una crisis financiera en gran escala que afectaría a todos los países, incluyendo la Argentina. Frente a la crisis energética, la actitud oficial ha sido igualmente escapista: luego de atribuirla durante años a empresarios mezquinos y a agoreros cínicos, el gobierno intenta convencer a la gente de que se trata de un fenómeno planetario, de modo que sería injusto culparlo por los problemas que ya están haciéndose sentir.

El autismo presidencial fue sólo anecdótico mientras la mayoría, alentada por la sensación de que la economía, por fin liberada de las cadenas neoliberales, seguiría creciendo a un ritmo comparable con el alcanzado antes de la Primera Guerra Mundial, aprobaba tanto la gestión de Néstor Kirchner que aceptó sin chistar permitir que Cristina gozara de un cuatrienio como jefa de Estado, pero la situación agradable así supuesta ya pertenece a la historia. En un lapso muy breve se desvirtuó la esperanza de que, por su condición de mujer, Cristina resultara mucho menos arrogante y agresiva que su marido. Lejos de servir para convencer a la ciudadanía de que los hombres del campo eran oligarcas decididos a llenar sus propios bolsillos con sojadólares a costillas de todos los demás, la serie de arengas que pronunció le resultaron terriblemente contraproducentes, enojando tanto a las damas "paquetas" de la Capital Federal como a los chacareros que están acostumbrados a trabajar desde el amanecer hasta la noche. Por depender en buena medida el saldo de su gestión de su índice de popularidad, lo lógico hubiera sido que Cristina tratara de aprender de una experiencia que sin duda le fue ingrata, pero parecería que, aconsejada por su marido, le importa menos reconciliarse con el campo que hacer gala de su propia inflexibilidad.

El esquema "de doble comando" ideado por Néstor Kirchner ya se ha mostrado perverso. Lo es no sólo porque los cristinistas y nestoristas que conforman el gobierno están comprometidos con estrategias políticas incompatibles, de ahí las reyertas entre el ministro de Economía cristinista Martín Lousteau y el matonesco secretario de Comercio nestorista Moreno, sino también porque Néstor propende a enfurecerse toda vez que alguien se anima a criticar a su mujer. Tal conducta puede considerarse natural, ya que escasean los maridos bien nacidos que vacilarían en defender a sus esposas contra quienes hablan mal de sus características, pero significa que es casi imposible celebrar un debate político normal sin que el ex presidente procure movilizar a sus huestes en defensa del honor de su sucesora. Puesto que Néstor Kirchner cuenta con la adhesión de muchos funcionarios que entienden muy bien que su propio destino depende de él, además de personajes como el siempre furibundo piquetero Luis D'Elía y el jefe camionero Hugo Moyano, la carga emotiva supuesta por su relación íntima con la presidenta hace todavía más confusa una situación ya enredada al transformar el gobierno en una especie de conventillo.

Muy pocos pueden querer que fracase la presidencia de Cristina, pero existe el riesgo de que en los meses próximos se difunda la sensación de que es demasiado rígida para preparar al país por el agotamiento de un "modelo" que, si bien pudo darnos varios años de crecimiento macroeconómico brioso en un contexto internacional inmejorable, es por naturaleza inflacionario y, lo reconozca o no sus apadrinadores, es por lo tanto nada equitativo, ya que los más perjudicados por el alza de los precios de los bienes básicos son precisamente los pobres. Por lo demás, no ha servido ni para que la industria sea más competitiva: las exportaciones en el rubro así supuesto han crecido mucho menos que en otros países latinoamericanos. Ha llegado la hora, pues, para que el gobierno impulse cambios importantes. No los hará porque para Cristina y Néstor Kirchner, los que exigen las circunstancias equivaldrían a derrotas, razón por la que lo más probable es que se atrincheren en el país sin problemas graves dibujado por el INDEC, mientras se aleja cada vez más de ellos el país en el que viven los demás.

JAMES NEILSON

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