A medida que se van abriendo grietas en el modelo económico actual, las debilidades de diseño quedan a la vista y los agentes económicos comienzan a manifestar su imposibilidad para continuar en el sendero productivo.
¿Es un modelo que se agota en sí mismo o es apenas un precario andamiaje que se comió las mieles de un ciclo de abundancia y que ahora se desmorona dando paso a nueva crisis?
El descontrol inflacionario, la distorsión de precios relativos y el aislamiento financiero internacional son los signos más visibles de la debacle.
Las protestas de los productores rurales, las críticas por los costos de los industriales y los interminables reclamos de los acreedores son los sonidos más nítidos de un final anunciado.
Como quiera que resulte, lo cierto es que el tan mentado modelo productivo no sirve para la producción y tampoco para generar confianza y mucho menos crédito.
A menos que la administración Kirchner apele nuevamente a la vieja receta de la devaluación, creando mayor ficción económica.
Es que en economía, para lograr eficiencia y ser competitivo o se ajusta vía costos o vía precios.
Por cierto que los académicos y estudiosos, y en general todos los países más desarrollados aplican el primer criterio. A pesar de que es más traumático e impopular, luego resulta más sano para la economía en su conjunto.
Ajustar vía precios lleva implícita la inflación. En otros términos, a nadie en su sano juicio se le ocurriría alimentar el monstruo inflacionario. ¿O sí? Profundicemos un poco más.
Hasta ahora, la megadevaluación del 2002 y la inmensa cantidad de dólares que aportaron los commodities exportables, le permitieron subsistir sin necesidad de apelar a correcciones traumáticas.
Todo es felicidad. El consumo se expande a la par de una irracional y abundante emisión monetaria y el gasto público aumenta y se acelera por encima del crecimiento del PBI. Todo ello sustentado en una asfixiante carga tributaria y sobre la base de impuestos emergencia: retenciones y cuentas bancarias.
A la par de este "festival", la presión por la distribución del ingreso se hizo más ostensible, con incrementos salariales por encima de la productividad de muchos sectores y el fácil expediente de los subsidios cruzados que generan más iniquidades y distorsiones.
Como frutilla del postre y como no hubiera sido suficiente el default, el gobierno arremete con otros nuevos default: modifica unilateralmente la inflación y, con ello, el ajuste de los papeles que se actualizan por CER.
Al ocultar el verdadero nivel de precios, modifica el cálculo del PBI, afectando a los títulos que se ajustan por ese indicador y finalmente, como si fuera esto poco, ensaya un nuevo canje de deuda.
Un ambiente internacional más restrictivo, con precios de la energía y de los alimentos en niveles extraordinarios y con una reversión del flujo de capitales.
El resultado no se hizo esperar: una inflación rebelde, "en dólares" que presagia un sinceramiento del tipo de cambio nominal.
Algunos memoriosos se remontan al crudo invierno de 1975 para encontrar un escenario similar no sólo por el contexto sino por similares desaciertos del gobierno de entonces.
En efecto, la Argentina vuelve, una vez más, sobre sus pasos y peor aún, sobre sus propios errores.
¡Qué fácil sería para los gobiernos corregir vía precios! ¡Qué fácil sería para ellos mantener la competitividad y la actividad de la economía! Corrigen el tipo de cambio y listo. George Bush, Gordon Brown, Nicholas Sarkozy, Angela Merkel, Silvio Berlusconi, Yasuo Fukuda, José Luis Rodríguez Zapatero, Luiz da Silva, Alan García, Felipe Calderón: aprendan del modelo Kirchner.
MIGUEL ÁNGEL ROUCO (*)
DyN
(*) Periodista económico