Muchos analistas han apuntado que la protesta del sector agropecuario, respecto del aumento de las retenciones a la soja y al girasol, es sólo el emergente de una discusión mucho más profunda.
Según dicen, en el conflicto del campo, sus protagonistas no sólo debaten la distribución de una renta agraria de magnitud extraordinaria; la cuestión se vincula además con los grandes problemas de la sustentabilidad socioambiental de la actividad agropecuaria que tiende, de manera riesgosa, hacia la concentración de la propiedad de la tierra y al crecimiento continuo del cultivo de la soja, y también con una discusión pendiente y álgida sobre el uso del dinero recaudado por el gobierno nacional y la reivindicación de las regiones productoras en el marco de un esquema de gobierno federal.
Sin embargo, el desmadre de las últimas semanas no radica únicamente en las medidas económicas cuestionadas por gran parte del sector social, sino también en la dinámica confrontativa que se eligió para gestionar la conflictividad. La cuestión vinculada con cómo se toman las decisiones públicas permite abrir una reflexión respecto del rol que generan los gobiernos que tienden a la concentración de poder y a modelos de toma de decisión vertical, donde quien tiene legitimidad formal toma decisiones a las que otros deben adaptarse.
Desde la conducción política del Estado se poseen herramientas institucionales, como la política fiscal, agrícola o ambiental, estratégicas para resolver las tensiones públicas respecto del destino y desarrollo sustentable de la comunidad nacional. La forma en la que el gobierno toma y ejecuta sus decisiones en el abordaje del conflicto social condiciona su evolución constructiva y destructiva. En este caso parece ser que, más allá del controversial contenido de la medida, su condición inconsulta, definida sobre una historia de desencuentros y de ausencia de una política concertada de desarrollo agropecuario, explica la crudeza de la reacción y dificulta un proceso de deliberación pública razonable.
A su vez, los distintos grupos de interés y miembros de la oposición política tienen la responsabilidad de reclamarle al gobierno una forma más democrática y deliberativa de generar política pública o bien, empujarlo intempestivamente hacia comportamientos polarizantes y autoritarios con reclamos maximalistas e intransigentes.
Nuestros líderes parecen no comprender las consecuencias que generan los patrones de interacción basados únicamente en el ejercicio coercitivo del poder. Estas dinámicas se retroalimentan en una espiral natural, lo que produce fragmentación. La polarización es como una fuerza de gravedad que arrastra a todos hacia un lado u otro y la escalada lleva a la violencia.
¿Por qué los políticos proponen diálogo sólo en el marco de las crisis y no antes? Parece haber una falta de conocimiento sobre lo que técnicamente significa diálogo.
La palabra diálogo se asocia con otras como concertación, deliberación y debate, sin distinguir que son procesos distintos y que algunos involucran dinámicas diferentes. Tanto el diálogo como el debate son procesos para tomar decisiones que se articulan, pero el problema es confundirlos, sin darle a cada uno su rol.
El debate es confrontacional, busca diferencias manifiestas, intenta probar que el otro está equivocado, marcando sus puntos débiles y reafirmando las propias convicciones. El diálogo requiere de una actitud abierta, donde se escucha al otro para comprender sus razones y los supuestos que las sustentan. El debate sin un enfoque dialógico previo puede ser frustrante.
Por eso, técnicamente, invitar al diálogo es mucho más que estar dispuesto a hablar, es invitar a conversar desde una actitud de auténtica apertura, con ciertas reglas de juego, patrones de interacción y habilidades de comunicación. Hace falta humildad para asumir que tenemos que entrenarnos para aprender a dialogar, no traemos esa habilidad innata. Un enfoque dialógico para abordar problemas incluye la capacidad de aceptar que se ha podido estar, en algún aspecto, equivocado. Pero en culturas donde prevalecen visiones reduccionistas y lineales de problemas complejos, lamentablemente, el pedir disculpas se asocia con la debilidad.
Sin embargo, así como existen aquellos que buscan profundizar la contradicción y por distintas razones gustan de la política como arena de combate social, cada vez son más quienes, sin dejar de tomar posición, esperan y exigen un diálogo profundo y honesto entre las partes.
Es posible que el diálogo como concepto haya sonado con inédita intensidad y esto es un dato interesante sobre la actualidad de nuestra democracia. Muchísimos periodistas, líderes sociales, empresarios y políticos, con posiciones tomadas sobre el conflicto resisten la presión de tomar partido de forma absoluta. Resisten a la lógica polarizante de la confrontación, aconsejando una tercera y deliberada posición. Con este consejo, quienes podrían denominarse "el tercer lado" advierten sobre el riesgo de ratificar posiciones y escalar con expectativas triunfalistas y excluyentes de sólo uno de los sectores. Bien podrían los responsables directos de la disputa, en particular en tiempos de diálogo y negociación, escuchar su buen consejo.
En este sentido, el gobierno y los productores agropecuarios están ante un riesgo y una oportunidad. ¿Se logrará aprovechar esta tregua que trae el diálogo para establecer las bases de un modelo sustentable de desarrollo agropecuario para la Argentina? ¿Podremos capitalizar esta experiencia de diálogo como plataforma para dar un salto cualitativo hacia una mejora en la calidad de nuestra convivencia política?
Una presidenta mujer podría presentar una oportunidad para transformar la cultura del ejercicio del poder, basado tradicionalmente en la capacidad de coerción, hacia otra basada en la tolerancia, la persuasión y el respeto incondicional. Solamente en ese marco se puede abordar constructivamente la solución de los problemas comunes.
GRACIELA TAPIA (*) y PABLO LUMERMAN (**)
(*) Consultora del Proyecto Regional de Diálogo Democrático del PNUD.
(**) Director adjunto de Fundación Cambio Democrático.
Especial para "Río Negro"