Para los medios de información, en el país está todo mal, según insiste la presidenta de la Nación en una de sus frecuentes diatribas contra quienes no comparten algunos de sus puntos de vista. Citó además, como si fuese un "informe académico y científico", una insólita resolución del Consejo Directivo de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA. En ella se acusa a la mayoría de los medios de difundir expresiones en apoyo a las protestas contra la política agropecuaria del gobierno, que (sic) "llenan de vergüenza e indignación por sus contenidos clasistas y racistas y por la supina ignorancia que revelan". Obviamente se trata de un panfleto con forma de resolución administrativa, que nada tiene de objetivo el análisis crítico de los medios y que más bien se parece a una parodia de la censura más cerril de los regímenes tiránicos.
Pero en la Argentina de hasta principios de marzo, tras la apariencia de una generalizada sensación de optimismo por el crecimiento y el bienestar, como otras veces en la historia, han estado discurriendo hilos ocultos de queja, que de pronto estallan en acontecimientos no esperados por quienes creen controlar todos los resortes de la vida social.
Para contradecir la presidencial denuncia de la implantación de semillas de maldad en la conciencia de los argentinos, que se expande como el yuyo de la soja, veamos una moda lingüística. Es del vocablo "bueno" en el lenguaje cotidiano: "está bueno", "y bueno...", "así que bueno..." y otras muchas variantes. Preste atención el lector y podrá escuchar esas expresiones en todas las conversaciones, en la radio y en la televisión...
La moda es algo circunstancial, que adquiere vigencia social y queda establecida por un tiempo más o menos breve y se conforma en un modelo a imitar. Una moda lingüística es un hábito espontáneo, un lugar común o una costumbre en nuestra manera de hablar, ya con alguna palabra suelta o en la composición de una frase.
Cuanto más uso tenga un modismo, su carga significativa más se desvanece. En estos casos pareciera que deja de ser útil para describir y definir una situación particular. No es totalmente así, a mi juicio, porque las raíces y motivos iniciales del modismo permanecen escondidos y a menudo inconscientes.
Los medios audiovisuales son los principales instrumentos para propalar modismos. A veces en estos medios de comunicación masivos se descubre el origen de las formas del habla vulgar, ya sea por dichos de los locutores y periodistas. Además, la publicidad comercial es generalmente la principal matriz de los vicios lingüísticos.
Ahora bien: como los modismos lingüísticos no son casuales, ni arbitrariamente adquieren uso social, vale la pena tratar de explorar las razones sociales, psicológicas, culturales y hasta políticas de esta vigencia. Hace unos días, el gobernador de Brasilia prohibió por decreto el uso del gerundio en el habla administrativa. Los empleados y funcionarios estatales, las respuestas telefónicas automáticas y otras maneras de atender los requerimientos, quejas y demandas de los ciudadanos implican, según el argumento del gobernador (que dice recoger la sensación popular) una ambigüedad irritante: en vez de decir sí o no, de admitir el petitorio con la fijación de una fecha y tiempo de espera para solucionar el problema planteado, el abuso del gerundio (lo que se llama "gerundismo") simplemente contesta: "Estamos trabajando en su problema", o bien "estaremos ocupándonos de la cuestión".
En la Argentina, igualmente, los ministros, intendentes, legisladores y el ex presidente Néstor Kirchner, cuyos modismos se expandieron de inmediato en la ya habitual y contagiosa obsecuencia de sus dependientes, suelen afirmar que "estamos fuertemente trabajando en ese tema". La continuidad de ese gerundismo ha provocado que los sectores de la protesta agraria y muchas otras personas no confíen más en esa promisoria pero ambigua respuesta. De hecho, no coincide con la realidad comprobable. En todo caso sería ya reconfortante para el ciudadano común que se trabajara, sin ningún adorno, simplemente pensando en él y no en la acumulación de poder de los gobernantes.
La imprecisión, la equivocidad, las indeterminaciones en las maneras de expresar las promesas, importan un vicio lingüístico muy típico de nuestro tiempo. La consecuente incertidumbre, la oscuridad y finalmente un modo de manifestar oblicuamente son frecuentes hoy en el habla cotidiana y abundan, entonces, los modismos de esta especie.
Lo bueno, según cualquier diccionario, es lo que debe ser, como conviene o como gusta que las cosas sean. Se trata de un adjetivo que expresa estima, decir que algo es bueno implica la afirmación de que algo es moralmente bueno y se opone a lo malo. Pero también existe la bondad instrumental, la utilitaria (la eficacia de una técnica) y la hedonista (que produce felicidad), por lo cual lo bueno tiene cierta complejidad semántica que, desde luego, la presuntuosa retórica de la presidenta omite, como todas las mentes autoritarias.
En algún momento de su desenvolvimiento todas las sociedades se cristalizan, se congelan, de tal modo que el poder necesita justificar moralmente la rigidez de sus estructuras básicas, el sistema de jerarquías y desigualdades. Entonces, el poder pretende que lo bueno sea lo único y excluyentemente bueno. Y es de ahí que surgen divisiones terminantes y definitivas entre lo bueno y lo malo. Pero todos sabemos que hay una zona intermedia dudosa. Decir que "esto es bueno" no necesariamente implica que realmente lo sea. No significa que el dicho tenga los atributos de la razón y la justicia y de su efectiva concreción en los hechos.
La expresión "¡está bueno!", usual en nuestros días en la juventud, merece alguna detención. En principio parece un uso lingüístico no demasiado prolijo ni castizo, y posiblemente sea una traslación de un norteamericanismo. Pero ése sería un cuestionamiento menor, y hasta desechable, ya que no todos respondemos con cuidado a las gélidas reglas de la gramática impuesta por la Real Academia de la Lengua. Observemos que, en castellano, hay una diferencia importante entre el significado de "ser" y de "estar". Lo que no ocurre en otros idiomas: en inglés, ser y estar se expresan con el mismo verbo (to be, con sus conjugaciones irregulares). En español, ser es equivalente a existir, y con ese verbo expresamos la existencia, el origen o la nacionalidad, la profesión o sus cualidades, la forma de ser de una persona o las definiciones de cosas o personas, además de otros usos. En cambio, con el verbo "estar" hacemos referencia a algo circunstancial, provisorio, presente pero cambiante de un estado de la cuestión.
Cada clase social tiene su lenguaje, y los modismos pueden ser el reflejo de la clase y de su capacidad de dominar una estructura social. Cuando la cultura popular es muy poderosa, sus modismos se trasladan a las clases altas. Y viceversa, cuando las elites se sienten seguras, sus usos se copian con entusiasmo por un pueblo de frágil conciencia de sí mismo. Entonces, aunque lo bueno se restringe a los menos pero más poderosos, la masa dice "bueno" para expresar conformidad, quizá para manifestar ambiguamente cierta resignación ante una causalidad necesaria y admitida. Expresiones como "así que bueno", "como que", "por ahí", muestran un lenguaje sin certezas, sin capacidad de precisión, sin compromiso de verdad. Quizás el hecho de que los argentinos carecen de índices estadísticos creíbles y que no les informen, por caso, el crecimiento real de la inflación y que tampoco pueda el gobierno mostrarnos un horizonte creíble sobre el provenir, es una prueba de estas presunciones dubitativas.
A pesar de la insistencia del gobierno en autoelogiarse sin mesura y de los panfletos de cierta seudointelectualidad asombrosamente acrítica y obsecuente, y a pesar de las modas lingüísticas, para la mayoría de los argentinos hoy las cosas para nada "están buenas": por ejemplo, la educación, la salud, la inseguridad (física y social) y la aceleración del costo de la vida. Los conflictos con la actividad agraria han despertado, en importantes sectores sociales, una protesta enérgica que hasta hace unos meses era inimaginable. De pronto la crítica ante el autoritarismo presidencial se hace patente. Algunas corrientes ocultas tras el "milagro argentino" empiezan a circular en la superficie. El uso predominante del adjetivo "bueno" parecería, así miradas las cosas, desacoplado de una realidad llena de amenazantes incertidumbres. Y la repuesta del gobierno ante las demandas públicas está revelando, si se me autoriza un juicio riesgoso y contundente, su preferencia por una sociedad oportunista, de reflejos automáticos, sometida a la pura contingencia, que habilita una sensación de obsecuente obediencia o de forzada alegría. Y eso "no está bueno".
OSVALDO ÁLVAREZ GUERRERO
Especial para "Río Negro"
(*) Ex gobernador de Río Negro; ex diputado nacional por la UCR