Tras los disturbios con detenidos en Londres y París, el "ocultamiento" y los cambios de ruta en San Francisco, el tortuoso camino de la antorcha olímpica encontró en Buenos Aires (la única ciudad hispanoparlante por donde pasará) un poco de respiro.
Esta vez prevaleció la fiesta por sobre las protestas, y los 13 kilómetros que recorrió ayer en la capital porteña estuvieron en consonancia con el lema de la gira pre-olímpica, el "viaje de la armonía". Todo estuvo acorde para no afectar los nervios de los miembros del Comité Olímpico Internacional: la disciplinada participación de unos 2.000 miembros de la comunidad china en Argentina, el fortísimo operativo de seguridad, que incluyó a 5.700 personas, cuatro veces la seguridad que hubo en el último superclásico; más la decisión de grupos disidentes de protestar pacíficamente contra el gobierno en Pekín.
Los "manifestantes pro-Juegos" aportaron el color a la fiesta, enfundados en abrigos rojos y enarbolando banderas de China, muchas de ellas con el logotipo de empresas de ese país. Varios se encargaron de aclarar que "nadie recibió un peso por venir" y argumentaron que "hay que separar la política de los Juegos".
No es lo que piensan los activistas de grupos disidentes, entre ellos Free Tíbet y el Relevo de la Antorcha de los Derechos Humanos, que también en Buenos Aires se manifestaron contra las políticas del gobierno chino, pero tal lo prometido, lo hicieron en forma pacífica. De todas formas, abundaron por las calles los carteles clamando por la "liberación del Tíbet", la mayoría de ellos de fabricación casera.
La ausencia de Diego Maradona fue una buena noticia para los dirigentes chinos del COI, quienes no veían con buenos ojos que el 10 fuera el primero en portar la antorcha. El fuego de la discordia lo llevó en primera instancia Carlos Espínola, triple medallista en windsurf. Fue el ahora velerista quien se topó con los primeros reclamos, como el de un manifestante que gritó "los Juegos están manchados de sangre".
Más allá de la bombita de agua que no acertó contra su objetivo, y a pesar del cielo amenazante, esta vez hasta el clima jugó a favor de la antorcha: la lluvia se hizo esperar en Buenos Aires y tras los repetidos chaparrones sufridos últimamente por los organizadores de Pekín 2008, ayer nada aguó la fiesta.