Más allá de que se encuadren los hechos de violencia en su lugar de procedencia y se vincule a delitos y situaciones agresivas entre alumnos a una supuesta "violencia escolar", cabría preguntarse a qué clase de ataques, postergaciones y desidias se está sometiendo a niños y jóvenes en el país.
Desde pensar en el aumento de casos de violentamiento sexual que afectan a niños y jóvenes, en su mayoría que parten del entorno familiar; en muertes de ellos a diario por abandono, trabajo infantil, inseguridad, adicciones tempranas y otros flagelos, hasta los "privilegiados" que aun pudiendo cursar estudios superiores no acceden al mercado laboral.
Más allá del debate que ya superaron las escuelas del país respecto de las medidas disciplinarias -cuando dejaron de lado las amonestaciones y las suplantaron por regímenes de convivencia- merece que los funcionarios y directivos educativos pongan un especial cuidado en cómo enfrentar la problemática cuando aparece en las escuelas.
Cuarenta o cincuenta años atrás, en épocas lejanas a los gabinetes psicopedagógicos, la escuela hubiera expulsado sin miramientos a un alumno por hechos mucho menores a los que suceden hoy y, en definitiva, al sacarlo del sistema no hubiera resuelto el problema del joven, sino el de la institución escolar, que supuestamente "educa".
También son recordados los episodios que se hicieron comunes en los '90 en las escuelas bonaerenses y de algunas provincias, con patotas de jóvenes que entraban a sustraer y romper mobiliario y útiles escolares, y la respuesta fue levantar muros más altos para que no entraran.
Entre las reflexiones de pedagogos y especialistas en temática juvenil por estos días, en general se coincidió en que la supuesta violencia escolar no es más que un espejo de una institución que refleja lo que sucede en las canchas de fútbol, en las calles, en las peleas entre funcionarios y sectores sociales y económicos.
Más allá del indiscutible diagnóstico, surgieron por estos días algunas posturas acerca del "método" o mecanismo para enfrentar estos preocupantes hechos que ya significaron muertes de estudiantes, asesinato de un docente, peleas hasta desfigurarse entre compañeros y golpes y amenazas a maestros, entre otros.
Desde lo puramente pedagógico, el ministro de Educación de la Nación, Juan Carlos Tedesco, sostiene que "la explicación de lo que está pasando es muy compleja: atañe no sólo a lo educativo, sino a la sociedad en general; resulta fundamental comprender que el lugar de la educación es el de enseñar, y no el de sancionar".
Tedesco agregó que es necesario "formar a los maestros, poner en las escuelas personal idóneo para trabajar con este tipo de problemáticas, reforzar ciertas cuestiones pedagógicas que tienen que ver con el diálogo y que hoy están debilitadas".
A su entender, en nuestra sociedad "hubo una crisis de autoridad que está en la base de todo este problema", ya que dice que "aquí el autoritarismo contaminó todo de modo que tenemos que enfrentar esta situación admitiendo su complejidad y no simplificando las cosas".
Para Tedesco, el método o sanción "tiene que formar parte de un proceso educativo, no ser el producto final; si yo expulso al alumno, pierdo la oportunidad de seguir educándolo. Hoy, muchos de nuestros chicos llegan a la escuela con carencias; nosotros tenemos que enfrentar esa situación con la idea de resolverla".
El presidente de la Fundación Sustentabilidad, Educación y Solidaridad (SES), Alberto Croce, que trabaja para volver al sistema a chicos en situación de calle o en situación de riesgo, reflexiona: "En una sociedad que soporta que los índices de muertos y heridos en el fútbol se eleven más que el precio de la soja, y donde un millón y medio de pibes viven en hogares donde sus padres detentan armas, no podemos hablar de la violencia como excepción". De acuerdo con su experiencia de trabajo con numerosos adolescentes y jóvenes pobres de diferentes provincias del país, se demuestra que "estos pibes no nacen violentos: son el reflejo extremo de la época en la que se vive; fenómeno que no se restringe a la Argentina". "Con el asesinato de un adolescente, por parte de un compañero de clase en una escuela de Villa Gesell, la "violencia en el aula" volvió a saltar a la primera plana. De inmediato recordamos la tragedia de Carmen de Patagones del 2004; a Javier que, harto de que le dijeran "Pantriste", se vengó asesinando a un compañero e hiriendo a otro, y decenas de casos en el que el terror se hizo presente en las aulas", describió.
Para Croce, "no estamos hablando de un problema escolar, sino de hechos criminales donde la geografía es la escuela y en casi todos los casos, escuelas de los sectores populares, es decir donde -según datos del INDEC- la mitad de los niños, niñas y adolescentes menores de 18 años son pobres".
En resumen, la escuela -sus docentes y directivos- debería estar preparada para contener, para "estar presente", para dar respuestas a estos nuevos flagelos y estas cuestiones a veces hay que planificarlas y otras salir "al ruedo" con el objetivo final de incluir siempre, aunque no sea en el mismo lugar.
LAURA HOJMAN