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Cruzada contra la soja | ||
De tomarse en serio ciertas declaraciones oficiales, la soja es una auténtica plaga y en consecuencia convendría prohibir su cultivo. Según la presidenta Cristina Fernández de Kirchner y el ministro de Economía Martín Lousteau, impide la producción de maíz, trigo, carne y leche y, como si tales defectos no fueran más que suficientes, ni siquiera sirve para generar puestos de trabajo. Ambos funcionarios parecerían querer insinuar que el entusiasmo de tantos granjeros por "el yuyo" es perverso, cuando no antipatriótico, puesto que no forma parte de la dieta argentina, y refleja su indiferencia frente a los daños ecológicos que algunos le atribuyen. En resumen, es tan mala la soja que su mera presencia en el suelo patrio sería intolerable si no fuera por el hecho de que merced a ella ya se facturan 20.000 millones de dólares anuales, un monto que hace la diferencia entre un país empantanado en una severa crisis económica y uno, por suerte el que efectivamente existe, que en términos macroeconómicos por lo menos ha logrado salir de una depresión profunda en un lapso asombrosamente breve. Por lo demás, como entienden muy bien la presidenta y el ministro, es muy fácil aprovechar la soja mediante retenciones que por motivos constitucionales no son coparticipables con las provincias, de modo que sirve para hacer todavía más poderosa la célebre chequera presidencial. Bien que mal, la soja es hoy en día la fuente de riqueza principal del país. Directa e indirectamente beneficia a una gama amplísima de actividades industriales y de servicios. Por lo tanto, hay que suponer que la voluntad oficial de denigrarla se debe menos a los eventuales prejuicios antisojeros de los Kirchner que al deseo de convencer a la ciudadanía de que quienes la producen son seres despreciables que no merecen el apoyo de los habitantes de las zonas urbanas. Es por eso que dan a entender que, por tratarse de un "yuyo" que crece en todas partes, no requiere ningún esfuerzo por parte de aquellos granjeros que tienen la buena fortuna de disponer de un pedazo de tierra. Con ligereza, pasan por alto el hecho de que la expansión explosiva de la producción se ha visto posibilitada por inversiones cuantiosas y el empleo de tecnología cada vez más sofisticada. También se equivocan cuando insisten en que la soja propende a expulsar otros productos agrarios como el maíz y el trigo. En los últimos años han aumentado de manera notable las cosechas de dichos cultivos gracias en buena medida a los avances científicos que están impulsando una revolución agraria y haciendo del sector uno de los más competitivos del mundo entero. Por los consabidos motivos ideológicos, a los Kirchner y sus admiradores les gustaría que el grueso de las exportaciones nacionales procediera de la industria, ya que en su opinión un país moderno no debería depender de ocupaciones oligárquicas como la agricultura y la ganadería. Desde luego que sería bueno que en una fecha futura la industria tomara la delantera, pero por desgracia la posibilidad de que lo haga pronto es decididamente escasa. Tal y como están las cosas, le seguirá siendo tan difícil hacer retroceder las constantes "invasiones" brasileñas, chinas, vietnamitas y bangladeshíes de su propio territorio que no le será dado comenzar a conquistar mercados en otras latitudes. En cambio, siempre y cuando el gobierno no se las arregle para desalentar tanto a los hombres del campo que dejen de sembrar granos y oleaginosas o producir leche, lo que nos obligaría a importarlos, el agro y las actividades relacionadas con él podrán continuar expandiéndose con rapidez. Se prevé que aun cuando el mundo caiga en una recesión prolongada o peor, los costos de los alimentos que necesiten europeos, africanos y asiáticos continuarán siendo más elevados que en el pasado reciente. Según el jefe del Banco Interamericano de Desarrollo, Luis Moreno, los países de la región, en especial la Argentina, Brasil, Colombia y Perú, cuentan con los recursos tanto naturales como humanos para convertirse una vez más en el "granero del mundo". Se trata de una perspectiva que acaso disgusta a aquellos políticos que dicen creer que la soja es una especie de maldición, pero es con toda seguridad más realista que la planteada por quienes sueñan con la Argentina transformada en una potencia industrial. | ||
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