El atrevimiento suele ser un buen compañero del éxito, asociado muchas veces a la fortuna, pero en todo caso implica el riesgo lógico de quienes, conocedores del ambiente, saben que las apuestas son efectivamente un riesgo.
Y eso es lo que le está faltando al folclore argentino, atreverse a más, a probar con nuevas figuras, con nuevos grupos, sin dejar de lado a los ya consagrados, pero abriendo más las puertas a los valores que tal vez con este ritmo nunca trasciendan demasiado.
Tienen que ver con este presente los organizadores de festivales, las empresas que venden siempre los mismos paquetes de artistas y el mismo público que demuestra con asistencia perfecta cuando está un consagrado y con innumerables sillas vacías cuando la cartelera no presenta al menos un par de números rutilantes.
Pareciera que se trata de una fórmula, si invierto tanto y va tanta gente con tal consagrado, ganaré tanto, pero así se produce el estancamiento que hoy vive el género y no es que no aparezcan nuevos valores ni los haya excelentes, es que no los dejan mostrarse, los festivales les permiten una fugaz aparición y chau, los sellos no los dejan grabar y el público los mira con desconfianza. ¿Así quién podría llegar lejos si todo se parece a un capricho?
En realidad la cadena es larga, son muchos actores los que intervienen en el show, que es imposible despegar del negocio que implican los festivales, las grabaciones, y los medios de comunicación. Y en esa madeja, el que pierde es el artista nuevo que viene remando y que si quiere actuar en un festival consagrado, debe hacerlo gratis.
Claro, muchas empresas venden el paquete de presentaciones con dos o tres de primera línea y algunos conocidos de segundo rango a un precio manejable. Entonces con un paquete de esos montan un festival que, si tiene éxito, repetirán el año siguiente. Y así, los nuevos valores, tal vez mejores que los famosos de la actualidad, nunca pueden mostrarse, a no ser que hagan esfuerzos tremendos para grabar por su cuenta o que encuentren un padrino que los presente ante los que deciden.
El éxito de El Chaqueño Palavecino y Mercedes Sosa en la Fiesta de la Manzana llevó a que este año repitieran la fórmula. Y sí, estuvo muy buena la presentación, pero habla del miedo a la hora de la selección por parte de los organizadores, que apostaron al éxito seguro, sin contemplar a otros que también podrían asegurar ese éxito. Lo que les preocupa a todos los organizadores de fiestas es ese "podría" carente de certezas.
Atreverse es la cuestión, animarse a mostrar, junto a los consagrados que quieran, a dos o tres que vienen pisando fuerte y necesitan ese empujón que dan los festivales que se muestran cada verano al país. Y no lo tienen porque los organizadores van a lo seguro, no apuestan por nadie que no esté consagrado, porque eso implica riesgo y a la hora de un evento de magnitud, lo que vale es el número final, no el comentario sobre la calidad de los que poblaron el escenario.
Y esta suma de fiestas, suma de los que no se animan a variar, hace que el folclore argentino muestre pocas cosas nuevas y muchas figuras repetidas que son las mismas que hace años están absolutamente en todos los festivales, como pasa con El Chaqueño, con León Gieco, con Los Nocheros, Jorge Rojas, Soledad y unos cuantos más.
JORGE VERGARA
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