A pesar de que su nombre no figura en el título de esta nota, es el odio de Luis D'Elía a la que él nombra como "la puta oligarquía" el nutriente de esta nota. Es así por la contradicción que muestra el pensamiento de alguien que recuerda al compatriota que motivó la réplica de Raúl Alfonsín en Chos Malal ("A vos no te va tan mal gordito").
Es que, mientras se puede dar por seguro que para este hombre -que siempre se hace un lugar tanto en la plaza como en el palco-las prostitutas deben ser tenidas como trabajadoras que merecen la ayuda del Estado, a la vez usa su nombre como el peor de los insultos que se puede lanzar contra el blanco de su odio, la oligarquía.
Profundizando en sus ideas, que anidan en los recovecos del populismo, es más que probable que D'Elía sea un simpatizante del eje histórico "Rosas, Yrigoyen, Perón". Y es aquí donde aparece su segunda contradicción, porque sin mayor esfuerzo se puede encontrar en la historia de este país que Rosas fue el más poderoso terrateniente de su tiempo y, como tal, dueño de una de las más grandes fortunas del país. En fin, un oligarca que, según el historiador revisionista Adolfo Saldías, "tenía una fortuna (en fincas en la ciudad de Buenos Aires, quintas en Palermo y -lo más importante- campos y ganado) más considerable que la de los señores Anchorena". Cuando la Revolución de Mayo encendía el fervor de los patriotas porteños y cuando Juan Lavalle -abominado por el nacionalismo- combatía por la independencia desde Buenos Aires hasta Ecuador, la pasión de la familia Rosas se volcaba hacia la acumulación de riqueza.
Con Rosas se consolidó en el país la aristocracia ganadera de los cueros y el saladero. Sarmiento llamó a los senadores que frenaron sus proyectos de leyes para un desarrollo agrícola democrático: "Aristócratas con olor a bosta". Y dijo del Restaurador: ¿"Quién era Rosas? un propietario de tierras. ¿Qué acumuló? tierras. ¿Qué dio a sus sostenedores? tierras. ¿Qué quitó o confiscó a sus adversarios? tierras".
Precursor de Roca, el brigadier general -un título que parece excesivo para quien sólo empuñó un sable en la resistencia contra las invasiones inglesas- Juan Manuel de Rosas respetó la vida de los indios que se le sometieron, pero masacró a los rebeldes. En su Campaña del Desierto, entre 1832 y 1839, llevó el territorio bajo control de su gobierno a 6.775 leguas cuadradas (cada legua 2.700 hectáreas). A ese fin, y según un informe suyo, mató a 3.200 indios e hizo 1.200 prisioneros. Pero a diferencia de Roca, que comandó el ejército nacional y llevó las fronteras del Estado argentino hasta la cordillera de los Andes, usó su ejército privado, los Colorados del Monte, y corrió a los indios para proteger sus estancias (Los Cerrillos, la más conocida, en sociedad con Luis Dorrego y Terrero) y las de sus amigos.
Sarmiento entendió a Rosas mejor que nadie. Se preguntó: "¿Dónde pues ha estudiado este hombre el plan de innovaciones que introduce en su gobierno en desprecio del sentido común, de la tradición, de la conciencia y de la práctica inmemorial de los pueblos civilizados? Dios me perdone si me equivoco, pero esta idea me domina hace tiempo: en la estancia de ganados en la que ha pasado toda su vida, y en la Inquisición en cuya tradición se ha educado".
José Ignacio García Hamilton, uno de sus biógrafos, escribió que a Sarmiento no le caían bien los estancieros. Él quería ver en el campo agricultores, "farmers" como los que conoció durante su estadía en Estados Unidos. Siempre deslenguado, una vez le dijo a un terrateniente: "Toda su respetabilidad usted la debe a la procreación espontánea de los toros alzados de su estancia".
Sarmiento logró, con la ayuda de Bartolomé Mitre y Rufino de Elizalde, que la Legislatura bonaerense aprobara un proyecto suyo de ley de tierras, que derogó el sometimiento de unos tres mil campesinos al régimen de siervos de la gleba, un residuo de la enfiteusis rivadaviana. Dos investigadores de la Universidad Nacional de Rosario, Florencia Pagni y Fernando Cesaretti, dijeron que esa ley permitió liberar la venta de la tierra pública a precios accesibles en lotes cuya extensión respondiera a la experiencia de los farmers. Nació así en Chivilcoy una colonia agrícola cuyo éxito hizo decir a Sarmiento "haré cien Chivilcoyes".
Poco antes de asumir la presidencia de la Nación, en octubre de 1868, Sarmiento visitó Chivilcoy. Se extasió con el progreso agrario de la colonia, a tal punto que vio al gaucho que antes quería exterminar, como "el gaucho argentino de ayer, con casa en que vivir, con un pedazo de tierra para hacerle producir alimentos para su familia". Y junto a él, al inmigrante gringo como modelo: "El extranjero ya domiciliado, más dueño de territorio que el mismo habitante del país, porque si éste es pobre es porque anda vago de profesión, y si es rico viven en la ciudad de Buenos Aires". Y terminó así, contundente: "Chivilcoy está aquí, como un libro con lindas láminas ilustrativas que habla a los ojos, a la razón, al corazón también. Y sin embargo no todos leen con provecho sus brillantes páginas. Sucede así siempre en todas partes, porque los pueblos son miopes y tardos de oído". Le faltó decir que, en ocasiones, los gobiernos también.
JORGE GADANO
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