A menos que se trate de una figura internacional de la talla del ex primer ministro británico Tony Blair, la conversión al catolicismo de quien antes había adherido a otro culto religioso o a ninguno suele ser de interés muy limitado. Sin embargo, aunque el periodista de origen egipcio Magdi Allam -que ahora se llama Magdi Cristiano- es desconocido fuera de Italia, su bautismo por el Papa Benedicto XVI podría tener repercusiones profundas en la relación entre la mayor confesión cristiana y el mundo islámico. Puesto que los musulmanes suelen tomar al pie de la letra el decreto del profeta Mahoma según el cual para un musulmán la apostasía es un crimen capital, tanto el converso como el Papa han recibido las rutinarias amenazas de muerte. Asimismo, ya se han producido protestas en diversos países islámicos de África y el Medio Oriente, lo cual parece presagiar una repetición de los disturbios que siguieron al célebre discurso que el Papa pronunció en setiembre del 2006 en la Universidad de Ratisbona en que, basándose en las palabras de un emperador bizantino, se preguntó si el Islam había traído algo más al mundo que la violencia.
En aquella ocasión, Benedicto XVI fue criticado con dureza no sólo por distintos voceros islámicos sino también por muchos occidentales que lo acusaron de querer agravar todavía más la relación ya tensa de los militantes musulmanes con el resto del género humano. Para quienes piensan así, tanto el Papa como todos los demás, trátese de dibujantes daneses, cineastas holandeses, escritores como Salman Rushdie, etcétera, deberían abstenerse de herir las sensibilidades musulmanas aludiendo a las creencias y costumbres que a su entender son incompatibles con el respeto por ciertas libertades fundamentales. Como resultado, en todos los países que conforman Occidente se ha producido una situación en que cualquiera puede hacer gala de su "coraje" denunciando el cristianismo con virulencia extrema pero muy pocos se animan a señalar las características menos atractivas del Islam tal y como suele practicarse en la cincuentena de países en que es el credo mayoritario. Los feministas se indignan por las desventajas que aún enfrentan las mujeres en Occidente, pero con escasas excepciones se muestran indiferentes ante los abusos decididamente mayores que experimentan en el mundo musulmán, mientras que los defensores de los derechos de los homosexuales se manifiestan horrorizados por la oposición a los "casamientos gays" en Europa o las Américas pero raramente protestan contra las ejecuciones frecuentes por homosexualidad en Irán y otros países islámicos.
No puede servir para mucho el "diálogo entre civilizaciones" en que una parte, habituada a la autocrítica despiadada, se afirma culpable de todos los males habidos y por haber y otra, cómoda en el papel de víctima de la vesania ajena, protesta con violencia letal toda vez que se cree blanco de reparos. La relación entre el Islam por un lado y el cristianismo, judaísmo, agnosticismo y ateísmo por el otro tendría que basarse en la tolerancia mutua pero, mientras que en la actualidad los europeos y norteamericanos están dispuestos a hacer muchas concesiones a fin de complacer a las minorías musulmanas - entre ellas la aceptación por los medios de difusión de un grado de autocensura que de ser reclamado por los miembros de otro culto sería rechazado con desprecio-, en los países de mayoría musulmana quienes profesan otras religiones son víctimas de campañas de "limpieza étnica" plenamente comparables con las que transformaron la ex Yugoslavia en un matadero. Parecería que el Papa, consciente de esta realidad, ha llegado a la conclusión de que es hora de comenzar a resistirse a la presión despiadada de los islamistas militantes que están atacando con brutalidad lo que queda de las hasta hace muy poco grandes comunidades cristianas en Medio Oriente y que, por lo tanto, quiere que en adelante su Iglesia haga proselitismo en los países musulmanes, reivindicando el derecho de todos a cambiar de religión. Como es natural, tal postura ha alarmado a quienes temen que los líderes musulmanes reaccionen con su furia acostumbrada, pero es claramente más digna que lo que sería que el jefe de la mayor denominación cristiana siguiera dejándose intimidar por predicadores del odio.