¿Cuántas veces usted no se encontró con sus amigas fantaseando cosas como "qué lindo sería hacer un viaje juntas, nadie más, ni maridos, ni hijos, ni nietos, solas, dejar las obligaciones...?". Quizás ya lo hizo. O no.
Sucedió en este feriado largo de Pascua. Había sido objeto de estos planes en el aire... hasta que dos o tres cosas de la realidad coincidieron y algún hado burlón demandó: "A ver chicas, ahora se puede. ¿Lo van a hacer"?
No fue fácil. Para mí, al menos, no fue fácil, y después fui sabiendo cuán difícil fue para todas, no tanto por el entorno familiar sino por ese gendarme que tenemos tan incorporado las mujeres, que nos tiene presas de nosotras mismas, manipulando con la culpa... desde cómo les digo que ahora, justo ahora, la reunión familiar, la nena que cuidaba diariamente, la tía que depende de nosotras para todo, el marido que no hace nada si no estamos...
Debo decirle que fue una experiencia hermosa; desde la decisión tomada, los preparativos, la sorpresa de que el entorno familiar se alegraba en casi todos los casos... (menos en uno, en el cual nuestra amiga ni se animó a planteárselo a su marido y que lloró cada vez que la llamamos por celular). Los días que fueron lindos, el mar que permitió disfrutarlo, la convivencia por primera vez de todas en un mismo lugar, donde se juegan las costumbres cotidianas, las pequeñas manías, las confidencias, y mucha, mucha risa. Hubo momentos que parecíamos esos grupos adolescentes que largan la carcajada por cualquier cosa.
Cada vez que rememoro el viaje no dejo de agradecer a mi hermana Margarita, que demolió uno a uno mis argumentos para no ir, a estas amigas que me hicieron retomar un espacio propio, a la familia que me animó y alegró conmigo.
Es notable cómo para cada una, fue precisamente esto, la defensa de un espacio propio, tan legítimo como el familiar o el laboral, un espacio que según me he dado cuenta compartiendo la experiencia de muchas mujeres, se añora, se desea, se siente como justo y legítimo... y que cuesta poner en marcha.
Y cuando se puso en marcha, fue enarbolado como una bandera, una expresión de libertad personal que, si usted se pone a pensar, es el mensaje de todos los movimientos de defensa de los derechos de la mujer. En este caso, yo lo caracterizaría como la problemática de la abuela del siglo XXI: todavía joven, con vida laboral propia y con el cuidado de tal o cual familiar, generalmente nietos, como tarea adicional, sugerida, presionada, admitida con ese contradictorio y poderoso sentimiento de los adoro, no podría vivir sin ellos pero...
Pero nos gustaría disfrutarlos, no hacernos responsables durante horas de su bienestar, siguiendo un ritmo de juegos y atención propios de una madre joven... sólo que, desde el cansancio, la tensión, el dolor de huesos después de levantar cuarenta veces cosas del suelo, pequeñines y pequeñinas de veinte kilos, juegos en el piso, toda la naturaleza nos dice que no es nuestra etapa, y las asignaturas pendientes nos tocan la puerta: ¿cuándo vamos a hacer el curso de jardinería que tanto nos gusta? ¿Cuándo vamos a ir a ese taller de pintura, o hacer ese deporte o esa otra actividad ... o no hacer nada? ¿Cuándo?
Sin ninguna duda, en muchos casos nuestra presencia es económicamente indispensable. Sin embargo, es muy común que encontremos casos en que lo que empieza un día como excepción o por pocas horas, va convirtiéndose en rutina, y somos nosotras mismas las que no ponemos límites, justo es reconocerlo.
Los que nos necesitan adoptan modos difíciles de rebatir a generaciones de mujeres educadas en el "sagrado don de dar".
Por nuestra parte, debo decirle: ya estamos armando el próximo viaje. ¡Adiós!
MARÍA EMILIA SALTO
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