Quizás haya sido por el cambio de gobierno; tal vez por las vacaciones o seguramente, en estos días, por el paro de lo que aquí llamamos "el campo" para designar a una variedad de productores rurales de granos, lácteos, oleaginosas y, en fin, de todo lo que puede dar la tierra en este país, que no sean minerales.
Lo cierto es que desde hace meses no hemos prestado atención al desarrollo de la guerra en Irak, que con las modalidades que la distinguen de una guerra convencional, continúa. Pasó, por lo tanto, inadvertida una noticia relativa a los norteamericanos muertos en Irak, que según publicaciones recientes son ya cuatro mil. Tampoco se reparó en una declaración del presidente Bush, quien dijo que con los 30.000 nuevos efectivos enviados al escenario del conflicto las cosas han mejorado.
De que la guerra está muy lejos de haber concluido nos informó un despacho publicado anteayer. Alude al levantamiento del ejército chiíta, el Mahdi, conducido por Moqtada al Sadr, en la segunda ciudad del país, Basora, que ha tenido eco en otros puntos del castigado país. Ayer supimos que hasta ahora, desde el comienzo de la crisis, habían muerto 55 personas entre civiles y milicianos y que continuaban los combates. Mientras tanto Bush afirmaba que "la normalidad está volviendo a Irak".
El alzamiento se inició el lunes último, rompiendo una tregua aceptada por el Mahdi hace un año. El jefe del gobierno iraquí, Nouri al Maliki, dio un ultimátum a los alzados para que depusieran las armas. Según algunos observadores, estos choques profundizan el enfrentamiento chiíta con el gobierno, iniciado en abril del 2007, cuando dejaron el gobierno seis ministros que respondían a Al-Sadr.
Obviamente, el enfrentamiento en Irak, el más grave de los Estados Unidos con el mundo musulmán, no sólo compromete vidas norteamericanas. Los iraquíes caídos por enfrentamientos entre las corrientes islámicas opuestas que se iniciaron con el derrocamiento de la dictadura de Saddam Hussein, por la represión de las fuerzas ocupantes y de los llamados "contratistas" -en realidad mercenarios que se ocupan de trabajos sucios- son cientos de miles.
El conflicto global, que llegó a su pico máximo con el atentado que destruyó las Torres Gemelas, se manifiesta también en otros territorios, como son los de Afganistán, Israel-Gaza y Pakistán, y repercute en Estados Unidos con las restricciones a los derechos humanos y a las libertades civiles.
El gobierno del presidente Bush ha recurrido a un truco grosero para dejar sin derechos a los presos alojados en la base naval de Guantánamo, asentada en un territorio arrebatado a Cuba. Allí la "justicia" militar tiene jurisdicción exclusiva, lo que equivale a decir que los detenidos se encuentran en un estado de virtual indefensión.
Otro truco se vale del lenguaje. Torturas como la del "submarino", que consiste en hundir la cabeza de la víctima en agua hasta ponerla al borde de la asfixia, ahora son "presiones". Está de más decir que el presidente aprueba las "presiones".
Las restricciones a los derechos civiles, que llegan al extremo de controlar lo que leen los ciudadanos, se iniciaron con la denominada Acta Patriótica, aprobada después del ataque a las Torres. Charles Lewis, el periodista que denunció que Bill Clinton usaba la Casa Blanca para financiar su campaña política y que Halliburton, una compañía a la que estaba vinculada con el vicepresidente Dick Cheney había conseguido los mejores contratos en Irak, obtuvo y publicó el Acta Patriótica II, proyectada para limitar las libertades públicas poco antes de la invasión a Irak. El gobierno de Bush le había pedido que no la publicara.
Lewis es el fundador del Centro para la Integridad Pública, una organización dedicada a promover el periodismo de investigación. Lo dejó hace tres años para hacerse cargo del Fondo para la Independencia del Periodismo, convencido de que hay entidades que aportan dinero para ayudar al periodismo independiente, sin condición alguna. ¿No abrirán una sucursal por aquí?
JORGE GADANO
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