Sobre el plano de la realidad, extrañas intervenciones disfrazadas de accidente, denuncian que hay una lógica anterior a la que usamos día tras día. Yo he terminando llamando a estos hechos especiales: anotaciones al margen. Otros los identifican como hechizos, brujerías varias o intervenciones espirituales.
Mi mujer, por ejemplo, dice que los espíritus de nuestra casa se enojan y que nos lo hacen saber. Una vez que el enojo ha sido declarado, ella no descansa hasta encontrar los motivos. Golpes en las paredes, toquecitos sutiles en las ventanas, copas que se mueven solas, camperas o documentos que van de un lado al otro como teletransportados, son los síntomas de un estado de ánimo colectivo.
Tomando como propio el consejo del psicomago y poeta Alejandro Jodorowsky, cuando algo no huele bien en Dinamarca o necesitamos hacer un quiebre en la rutina familiar, nos embarcamos en un ritual que nos permita seguir adelante.
En general, el ritual consiste en un gesto, apenas un chiste, en torno del cual nos reunimos como familia. Por supuesto, a los críos les encanta y yo encuentro que el acto en sí tiene elementos de liberación: Nos sentamos en torno del fuego y quemamos objetos simbólicos como papelillos, tierra, piedritas, fragmentos de un asunto mayor.
Luego esperamos mansamente y con el transcurrir de los días, vemos cómo la vida misma cambia a nuestro alrededor. Los espíritus abandonan sus quejidos y las paredes dejan de sonar.
Las anotaciones al margen tienen una razón de ser. Una explicación pasible: es un poco ingrato suponer que podemos convertirnos en amos y señores de cualquier espacio que ocupemos, dejando atrás la carga afectiva de los antepasados.
El sillón sobre el que descansas hoy, y que pagaste en cuotas, también le pertenece en parte, al obrero que lo cosió a mano, al diseñador que lo dibujó pensando en su propia comodidad, y al vendedor que juró conseguir un buen precio justo la mañana en que te lo llevaste. Con todo eso detrás viene el aparato sobre el que reposas.
De ese modo un cuadro, un libro y una película, tienen dueños permanentes porque no son transferibles los poderes de una obra de arte. Comprar un libro no te hace escritor, ni adquirir una sinfonía de piano, concertista. El arte es una provocación en la medida en que termina siendo decodificado. Este es el motivo por el cual un cuadro abstracto puede ir al derecho o al revés en el living de la casa de quién lo compró.
Existe una singular analogía entre el "Material Extra" de los filmes en DVD y la vida de las personas. No pocas veces terminamos de entender una película una vez que hemos visto las intenciones que tenía originalmente el director para el final que nunca fue. En rigor, no pocos DVD, contienen finales alternativos jamás estrenados.
La vida de las personas está repleta de "Bonus Extra". No los vemos pero ahí están. Proyectos desarrollados a medias, deseos no confesados, escaramuzas inexplicables, situaciones por fuera del libreto -amantes debajo de las camas, aviones equivocados, caminos equivocados, novelas no publicadas, poemas escritos en la palma de la mano, intentos de suicidio frustrados, odios viscerales escondidos detrás de una careta de payaso, saltos en caída libre, dobles y triples vidas, obsesiones desgastantes por completo ridículas-.
Por todo esto los espacios que compartimos a lo largo del tiempo con otros seres humanos, están cargados de un poderoso voltaje. Sus sueños rotos, sus ansias de gloria pasada, su amor destilado a través de los años en la senda del olvido, llegan a nosotros en la misma forma en que lo hace la luz de estrellas.
Creo en espíritus del mismo modo en que creo en la pasión de las personas. Si alguien lloró una vez y luego convirtió su risa en llanto, ninguno de los dos sentimientos se apagó por completo. Somos pura perpetuidad.
Las anotaciones al margen, la energía subterránea que conformó el porqué de cada cual, son un ocaso y un amanecer despojado de la idea del tiempo. El suelo sobre el que vivimos es un territorio de pasiones compartidas.
CLAUDIO ANDRADE
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