Jueves 27 de Marzo de 2008 Edicion impresa pag. 24 y 25 > Opinion
¡Patria sí, colonia no!

Patria sí, colonia no!", rezaba el cartel que Cristina Fernández y Lupín Kirchner llevaban en aquella manifestación a Plaza de Mayo con que la Juventud Peronista quería demostrar su fuerza de convocatoria al líder del movimiento. Pero Perón los trató de imberbes infiltrados y fueron expulsados violentamente por los grupos de choque de la patota sindical.

Hoy, el tiempo parece detenido en este lugar simbólico. Cristina le sucede a Kirchner como Isabel le sucedió a Perón, el discurso de la presidenta en respuesta al paro rural está cargado de la misma intemperancia de antes y la patota de D'Elía no es diferente a las que corrieron a la entonces joven pareja.

¿Qué sucede en la mente de estos dirigentes, que abjuran de sus ideales juveniles y actúan con la destemplanza que alimenta la violencia, que en aquellos años culminó en el período más sangriento y oscuro de nuestro país? Nada se ha aprendido.

Los manifestantes de ayer, en la Plaza de Mayo, en nada se parecen a los "oligarcas" que controlan las riquezas del país, como dice el gobierno. Los productores rurales que cortan las rutas, de bombacha y alpargatas, no parecen dueños de "cuatro por cuatro". En realidad, lo que la televisión muestra es gente sencilla, acostumbrada al trabajo rudo, implorando al cielo para saber si llegará la cosecha tan esperada para alimentar a sus familias y pagar los costos del próximo año.

La agricultura argentina es muy compleja para el reduccionismo intelectual de la clase política y las retenciones son un impuesto distorsivo y brutal que golpea de distinta manera a cada región del país. El mismo porcentaje no impacta de la misma forma en la pampa bonaerense que en Córdoba. La productividad de la tierra, los costos y los resultados son diferentes y, en consecuencia, el efecto del impuesto.

En San Juan, la producción de uva de mesa tiene un componente de mano de obra del 80% de sus costos, con lo cual las retenciones son en realidad un impuesto al trabajo. En el Alto Valle de Río Negro y Neuquén, las retenciones del 10% alcanzan por igual a las cajas -que son un bien industrial-, que si se exportan vacías pagan la mitad que si están llenas de fruta, con lo que el impuesto sube hasta el 23% si se calcula solamente sobre el contenido. La citricultura del norte fue excepcionalmente promovida con una tasa del 5%, pero tiene menor contenido de costos y tareas que otros cultivos regionales.

Así se podría abundar en tantos desequilibrios como particularidades que tienen las distintas siembras y regiones del país. Las retenciones no son un impuesto a las ganancias de los productores sino una exacción confiscatoria que se apropia de la renta de un año de trabajo y se cobra antes de que la producción se exporte, al contado y sin compartir los costos y los riesgos de esa actividad.

No es verdad que las subvenciones al gasoil o al tipo de cambio compensen este impuesto. El gasoil tiene sobreprecios que hay que pagar en el momento en que se necesita y su importancia en la formación del costo total es relativa; el tipo de cambio estuvo prácticamente igual a lo largo del último año.

La realidad es que los costos medidos en dólares han subido hasta los mismos niveles del denigrado período llamado de la convertibilidad y los precios internacionales han llegado a su techo, con lo que el modelo que se presentó exitoso en el gobierno anterior está demostrando su agotamiento.

Lo que este reclamo rural está diciendo es que hay un límite a la voracidad del Estado y a la falta de percepción del gobierno. Lo que los ciudadanos que se manifestaron ayer en las principales ciudades del país están diciendo es que están cansados de la prepotencia oficial, de un modo de hacer política que en nada cambió desde las reacciones espontáneas que desalojaron del poder a De la Rúa.

Los cuantiosos fondos recaudados por las retenciones, que en los cuatro años del gobierno del esposo de la presidenta alcanzaron una suma cercana a los 80.000 millones de dólares, no se expresaron en autopistas para evitar las cuantiosas muertes en las carreteras, en hospitales que dignifiquen a los humildes, en obras energéticas que impidan las carencias, en mejores escuelas que ofrezcan oportunidades a los jóvenes ni en mayor seguridad para los barrios carenciados sino, muy por el contrario, estos fondos alimentaron la caja política para mantener disciplinados a los gobernadores K y al aparato de los intendentes del conurbano bonaerense, además de las sospechadas obras del ministro De Vido.

El matrimonio gobernante sabe que el poder se alimenta con dinero y por eso son recalcitrantes a cualquier reclamo que implique alterar la fuente del mismo.

Para eso son las retenciones y ésta es la única verdad que subyace en la inflexibilidad de un conflicto que no merecía la dimensión que ha adquirido.

Y para los que no lo entiendan, tienen a D'Elía. Como antes.

CARLOS LARÍA (*)

Especial para "Río Negro"

(*) Empresario

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