En el imaginario colectivo americano, el western es bastante más que dos vaqueros polvorientos tratando de matarse el uno al otro con una Colt 45.Es también, y por sobretodo, una forma de entender el mundo y una suma teológica que define las conductas y estéticas apropiadas para un hombre. No importa de qué siglo sea. O si la posmodernidad ya nos ha pasado por encima, dejando en el camino un marcado desinterés por el género. Da igual. La saga continúa porque debe y puede hacerlo.
La verdadera proeza de Ang Lee no se limitó a filmar un western al revés, es decir, donde los protagonistas en lugar de odiarse, se aman, sino que fue más allá al hacerlo con excepcional talento y respetando los principios básicos de una buena película de vaqueros. Curiosamente el género en sí, no siempre exige que haya tiros al aire, duelos o heridas en los hombros de los oponentes. En realidad, basta con que las armas tengan un espacio simbólico, casi decorativo, dentro del argumento y que parte de los diálogos transcurran entre el relinchar de los caballos.
Desde que la época dorada del western se dio por terminada, el género ha sostenido su imagen esculpida en bronce mediante la aparición de filmes de mayor o menor envergadura. Algunos han dejado su huella, de la mayoría nadie se acuerda.
El cine de vaqueros ha vivido de impulsos. Batallas heróicas perdidas de antemano que lo único que pretenden es reafirmar que una estética aun permanece latiendo y que los hombres sólo se reciben de machos una vez que han aceptado alguna de sus máximas como propias.
Bueno, eso hasta que apareció Ang Lee, y Ennis Del Mar y Jack Twist, se enamoraron perdidamente bajo la luz de las estrellas.
Hasta hoy los fanáticos habíamos asistido a escuetas resurrecciones marcadas por filmes que no hacían otra cosa que ponerle un nombre a los períodos que abarcan la historia del género. Para que conste en actas, podemos hablar de una génesis que se remontaba a Edwin S. Porter y su "Asalto al tren", pasando por la Época de Oro del género con películas como "Fuerte Apache", "Veracruz", Río Bravo", sin olvidar la revisión de los clásicos con salsa de tomates, un lujo que se dio el Spaghetti y cuya iconografía podría sintetizarse en "Por un puñado de dólares", "Dyango" y "El bueno, el malo y el feo". Hasta arribar al post western con uno de los mejores filmes de todos los tiempo: "Los imperdonables". Entonces apareció "Secreto en la Montaña", con el malogrado Heath Ledger, y la estantería se vino abajo.
Este cronista ha vivido convencido de que "Secreto en la Montaña" iba a tener su respuesta cinematográfica. Tarde o temprano la industria iba a escribir un comentario en los márgenes de la pantalla grande. Para suerte de la audiencia, no fue un comentario cualquiera.
En los últimos dos años se han estrenado mejores western que los últimos diez. No es casual que esto ocurra. La llegada de una historia gay en el universo vaquero sirvió no tanto para que el género replanteara sus pautas expresivas -hasta ahora no tenemos noticias de una oleada de filmes con vaqueros homosexuales (salvo en el universo porno, donde la idea ya estaba aceptada)-, aunque sí activó una sensibilidad un tanto olvidada que necesitaba de un balde de agua fría.
Difícilmente, "Secreto en la montaña" haya pretendido darle una lección al western, es sencillamente que ese ambiente era el ideal para retratar la pasión legítima de dos hombres que terminan entendiendo el amor y el deseo de maneras muy distintas.
Lee, quiere establecer pequeñas diferencias posicionales que dejen una margen para la duda. Por ejemplo, uno de los diálogos entre ambos chicos, hace hincapié en que son unos chilenos los dueños de ciertas ovejas (ovejas, no vacunos) las que atravesaron un alambrado. Dando a entender que todo aquello, en realidad, estaba transcurriendo en una dimensión paralela. Es definitiva, que no era un western con todas las de la ley, sino un "southern". Semejante acto de timidez o recato, no eran necesarios.
Lo cierto es que luego de "Secreto...", asistimos a una saga de sobresalientes películas que sin ninguna duda tienen por meta recuperar el terreno perdido. Una de ellas simplemente sigue el camino de los clásicos. De hecho se trata de una remake "3:10 to Yuma". Las otras transcurren por una variante argumental que se entromete con la psicología de los protagonistas: "La proposición", "Los tres entierros de Melquíades Estrada" y la más promocionadas de todas: "El asesinato de Jesse James".
No son muchos los disparos que se gatillan en este manojo de excelentes filmes. El protagonizado por Brad Pitt, acerca de los días finales de Jesse James, llega al punto de no agregar una sola escena típica de acción en todo el filme.
Sin embargo, la poderosa estética vaquera, los paisajes lunares, la soledad del guerrero, la sofocante sensación de duda e inestabilidad que caracteriza a cada uno de estos filmes, los hace dignos herederos de una tradición cinematográfica.
Las pistolas se han callado para dejar paso al voluptuoso sonido de la tragedia. El duelo ha debido refrenar su impulso gratuito y un poco tonto, puesto que un sentido de la responsabilidad histórica e individual fue recuperado para estos argumentos jóvenes. En ellos la línea fronteriza que divide buenos y malos se ha vuelto flexible. Y no es que unos sean más encantadores que otros, es que por fin abunda la decisión de guionistas y directores de mostrar una geografía ambivalente en la cual el heroísmo y la crueldad tienen el rostro de lo cotidiano.
Estos filmes, "La proposición" y "El asesinato de Jesse James", deben ser vistos como verdaderos clásicos de un género que aun sostiene un puente en cuyos extremos se desarrolla en forma constante el pasado y el futuro. Aún quedan clásicos por venir.
CLAUDIO ANDRADE
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