Martes 18 de Marzo de 2008 Edicion impresa pag. 20 y 21 > Opinion
¿Quién fue el perito Moreno?

Todos sabemos un poquito: su segundo nombre es inolvidable, Pascasio. Tenemos una calle importante que lleva su nombre. Sabemos vagamente que tuvo algo que ver con la comisión que fijó la mayor parte del recorrido de la frontera con Chile a fines del siglo XIX. ¿Y qué más?

F. P. Moreno (1852-1919) fue un ejemplar de lo mejor que produjo el iluminismo o el positivismo en la Argentina. Cuando algunos indigenistas lo equiparan al general Roca, el "conquistador del desierto", enemigo declarado del "salvaje", cometen una gran injusticia con uno de los hombres que más hicieron para tratar de salvar a los indios que sobrevivieron a los masacrados por los fusiles Remington de Roca, Villegas o sus subalternos, para escándalo -entre otros- del ex presidente Sarmiento, que opinó sobre la campaña de Roca: "Da vergüenza pensar que se necesitó un poderoso establecimiento militar y a veces 8.000 hombres para acabar con 2.000 lanzas que nunca reunirán los salvajes". Cuando Moreno se llevó al cacique Inacayal y también a Foyel y a Saihueque y algunos otros indios menos famosos que luego pudieron retornar a su tierra -los restos de Inacayal fueron repatriados hace pocos años y, después de una ceremonia fúnebre de los pueblos originarios, ahora descansan en Tecka, Chubut- a vivir y morir en el Museo de La Plata que él mismo había creado no fue para exponerlos a la curiosidad malsana de los visitantes (hasta hubo algunos expuestos en el zoológico de Buenos Aires...) sino para salvarlos de la cruel prisión a que los había condenado el gobierno, los vencedores de la campaña de Roca. Cuando pidió su custodia escribió a las autoridades: "...deseo que vengan a mi lado para pagarles de esta manera la humanitaria conducta que tuvieron conmigo cuando los visité en la cordillera. (...) Vuelvo a repetir: Inacayal y Joyel merecen ser protegidos: no han asesinado, han dado hospitalidad". Al final de su vida hizo gestiones para lograr que se devolviera a los indios siquiera una parte de las tierras que les habían robado, pero falleció sin haber tenido éxito. Inacayal y sobre todo Saihueque fueron sus amigos en todo el sentido de esa palabra, y una multitud de indios fue a saludarlo con cariño cuando en 1910 subió al Paso Pérez Rosales a esperar al ex presidente estadounidense Teodoro Roosevelt, que venía de Chile. Fue amigo de todos los políticos y técnicos progresistas de su época y fue frustrado, estafado y humillado una y otra vez por los burócratas, los políticos corruptos y los ladrones de las tierras patagónicas, que él quería conservar para sus legítimos dueños y para los colonos que quisieran venir a "poblar la Patagonia" que pocos conocían como él.

Aquí es donde se manifiesta con mayor claridad su vertiente iluminista y su convicción de las ventajas de la "civilización" -identificada con la cultura tecnológico-científica occidental- por encima de las culturas de los indígenas. Cierto relativismo cultural "posmoderno" que estuvo de moda hace unos años y que aún sigue estándolo en ciertos círculos critica esta postura, afirmando que todas las culturas tienen el mismo valor y que la pretendida superioridad occidental es un "relato" equivalente a cualquier otro, un disfraz más del imperialismo y del colonialismo.

Esta visión no sólo es anacrónica sino reaccionaria; es anacrónica porque olvida la época en que ocurrieron los hechos y los juzga con criterios que se desarrollaron posteriormente y es reaccionaria porque es ahistórica y porque -por ejemplo- es capaz de justificar en la equivalencia de todas las culturas el trato inhumano dado a las mujeres en muchos pueblos -trato del cual aún nosotros no nos hemos liberado por completo.

Es claro que los "huincas" estaban totalmente convencidos de que su civilización era superior, aunque muchos -entre ellos Francisco Moreno- no estaban de acuerdo con que esa superioridad se manifestara en un genocidio ni en el apoderamiento violento de sus territorios de la peor manera, entregando cientos de miles de hectáreas a amigos del régimen que no tenían otra intención que la de "limpiarlos" de indios para poner ovejas.

Moreno, en cambio, favorecía una convivencia pacífica y una adaptación paulatina de los indios a la civilización occidental, expresada como colonias agrícolas al estilo galés y no como latifundios improductivos al estilo colonial entregados al capital británico y a la gran burguesía parasitaria de la Argentina. Esto, a pesar de su amistad con Teodoro Roosevelt, uno de los forjadores de la versión estadounidense del imperialismo: aquel que, siendo presidente de Estados Unidos arrancó a Panamá de Colombia para hacer el canal y cuyo lema era "Hablar con suavidad y llevar un gran garrote". Pero además era amigo de los americanos nativos (indios) y lo que hoy llamamos "ambientalista", fundador del sistema estadounidense de Parques Nacionales, y fue en ese ámbito en el que se encontró con Moreno. Esto sea dicho a aquellos para los cuales todas las cosas deben ser blancas o negras.

Francisco P. Moreno empezó como explorador, geólogo y antropólogo autodidacta y recolector de fósiles como otros, en una época en que recién estaba comenzando cierto desarrollo científico en la Argentina. Recorrió la Patagonia a lo largo y a lo ancho, llegó hasta las nacientes del río Santa Cruz en el lago Argentino, en cuyas procelosas aguas navegó con riesgo para su vida, aunque sin llegar a descubrir el famoso glaciar que hoy lleva su nombre. Fue amigo de Piedra Buena y de todos los científicos, exploradores y planificadores de su tiempo, gente como Ameghino, Burmeister, Emilio Frey y Bailey Willis, cuyo proyecto de desarrollo compartía. Era la persona que mejor conocía la Patagonia (mucho mejor que Barros Arana, su contraparte chilena) cuando, en los últimos años del siglo XIX, fue designado representante argentino en la Comisión de Límites, en la cual y luego de arduas controversias logró imponer la famosa tesis de "las altas cumbres que dividen aguas" recuperando una superficie de dos provincias de Tucumán para la Argentina.

Moreno fue también el creador del primer parque nacional argentino, el tercero en el mundo, nuestro Nahuel Huapi, sobre la base de las tierras que le dio el gobierno nacional por su trabajo en la Comisión de Límites. También allí lo estafaron: le otorgaron 25 leguas cuadradas, de las que efectivamente sólo le dieron tres, que son las que forman el parque en que vivimos y que ojalá cuidáramos mejor. En el mismo debate parlamentario en que se decidió la recompensa, un diputado que se opuso en cambio propuso darle 20 leguas a Roca.

Su creación probablemente más apreciada fue el Museo de La Plata, cuyas colecciones fueron en su mayor parte basadas en sus propios hallazgos y que fue uno de los más famosos del mundo en su momento. Sigue siendo un museo de Ciencias Naturales muy importante, pero estancado y polvoriento.

Otra de sus pasiones fue la educación pública, a la que desde el llano, desde el Congreso Nacional y desde el Consejo Nacional de Educación, dedicó grandes esfuerzos de mejoramiento, inclusive la creación de escuelas de artes y oficios para preparar a los jóvenes para el trabajo.

Durante toda su vida Moreno debió combatir contra los políticos imbéciles y/o corruptos que obstaculizaban constantemente su labor colonizadora favoreciendo a los latifundistas cercanos al gobierno; lo apoyaron ministros esclarecidos como Ramos Mejía y lo combatieron otros de cuyo nombre no vale la pena acordarse, que no entendían el interés que podía tener un parque natural ni la ocupación y el desarrollo industrial de la Patagonia.

Moreno dedicó gran parte de sus últimos años a la educación popular. Llama la atención cuando se lee, después de un siglo, contra qué tuvo que luchar, así como las cosas que Moreno dijo en referencia a las fuerzas que se combatían unas a otras en la cumbre del poder. Aun Yrigoyen lo ignoró totalmente, a pesar de que debería haber sabido más de lo que Moreno había hecho a favor del pueblo que él decía representar en el poder por primera vez desde 1916.

Moreno murió en la mayor pobreza, famoso en el exterior y combatido y desconocido en su patria y, en el anhelo de escapar de la mediocridad reinante, huyendo a sus amados paisajes patagónicos. No tuvo tiempo de lograrlo en vida. Muchos años después sus restos fueron transportados a la isla Centinela, en el lago Nahuel Huapi, a la entrada del Brazo Blest, donde las embarcaciones que pasan cada vez le rinden un homenaje póstumo.

 

TOMÁS BUCH (*)

Especial para "Río Negro"

(*) Tecnólogo generalista

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