Todo lo que ocurrió el último fin de semana ya fue anticipado en esta columna. Por eso no debió sorprender a ningún lector habitual de este espacio la muerte de la adolescente, el viernes en Salta, cuando iba rumbo al estadio a ver un partido del Argentino B. Tampoco el asesinato del chico que se trasladaba en colectivo al Nuevo Gasómetro, el sábado a la tarde. Ni la niña herida de bala mientras era inocente testigo del paso de barras de Godoy Cruz rumbo al estadio de Mendoza. Y menos aún la batalla campal entre hinchas de Boca, el domingo antes de ir a la cancha de Argentinos.
Pero no se trata de tirarse flores a uno mismo ni promocionarse como periodista de anticipación. Se trata de decir que era sabido por todos que seguiría habiendo muerte alrededor del fútbol. Que nada se había hecho para devolverle la paz. Que mientras haya dinero, mucho dinero, siempre habrá barras.
Tras las desgracias, surgieron las obviedades políticas de ocasión, cada una para salvar el pellejo de los responsables de tanta desidia. El fútbol debió suspenderse inmediatamente, pero la reflexión fácil disparó: "Parar el fútbol no soluciona nada". Falso. Lo que no soluciona nada es volverlo a jugar si no se hizo nada.
Las respuestas de las autoridades fueron decepcionantes. El ministro de Justicia de la Nación, Aníbal Fernández, redujo el suceso mortal al límite de la verguenza ajena: "Esto pasó porque un señor fue a matar a otro señor".
Así podríamos reducir todo a señores que deciden matar a otros señores. ¿Cuál es la diferencia si ocurre en las tribunas o a 800 metros del estadio? ¿Acaso todo es una cuestión de jurisdicción? ¿Qué entiende por "violencia en el fútbol", que el "6" de un equipo le dé un patadón al "9" del otro equipo? Aníbal Fernández afirmó que el hecho habría ocurrido igual aunque hubiera pasado un colectivo lleno de jubilados ¿Cree Aníbal Fernández que somos estúpidos?
Por último, una pregunta que es el comienzo del camino que le devolverá la paz al fútbol: ¿cómo es que el fútbol se convirtió en un ámbito ideal para la delincuencia y el crimen? Y al trabajo para responderla estamos todos convocados.
JUAN MOCCIARO
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