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EL CANTANTE: Caída y resurrección desde Deep Camboya | ||
"Lo que en Barrio Norte se conoció corno cacerolazo, en el interior del país se conocía corno hambre, desnutrición, mal de Chagas y analfabetismo. En esa última gran crisis, la realidad salió a flote, todos éramos soretes en aguas contaminadas. Ahí dejé de leer libros y me convertí en hombre de acción (...) Yo sentía que la realidad había superado a la fantasía. Todo lo que nosotros pensamos que era rock and roll, las anécdotas del tango, los piringundines, La Cueva, los argentinos en París... todo se vio superado. Pudo haber terminado en una Torna de Bastilla. No hay revolución sin guillotina. Faltó poco. Y mientras la gente se quedaba sin casa, sin hipoteca, sin trabajo, sin país, (...) yo tuve la coherencia de ser un loco desesperado más, como mi propio país. No estaba yo celebrando las mieles del éxito. Había decidido vivir como homeless, un yonqui, un vampiro dentro de esta casa. Y mis salidas era una visita a la cárcel, hacer una operación en la villa de Flores, o ver unos amigos en los barrios del sur. Tal vez, si no hubiera sido tan zarpado y tan valiente y tan artista, me habrían pasado cosas más lindas. Igual, en el subsuelo, cuando la experiencia personal era más compleja, más viciosa y patética, siempre había alguna aventura artística interesante" . De Deep Camboya se cuentan aventuras épicas. Noches blancas de orgías y perdición, de sexo escatológico con mujeres sin edad, cabalgatas lisérgicas donde el horizonte no era más que el insomnio, y éste el regazo de la creación. En Deep Camboya, cuatro paredes de Recoleta donde habitaban Calamaro y sus fantasmas, muchos artistas se toparon frente a frente con el abismo y, más que miedo, sintieron el "fhash" de una revelación. En esa caverna infernal, en el quinto sótano de La Cueva, imaginada aún más oscura y sórdida, se gestó el corazón artificial que bombea sangre, sangre de canción y melodía, sangre intelectual y popular, sangre calamaresca, como tinta roja, bulliciosa, toda ella destinada a saciar la vacía vena del rock nacional. La fórmula suena perfecta aún hablando de Andrés Calamaro: apogeo, caída y renacimiento. Etapas que a cualquier mortal le demandarían al menos una reencarnación y varias úlceras, el plan con el que muchos músicos soñarán antes de caer en el fango del olvido, ellos y sus canciones. El espejo retrovisor refleja con lasciva claridad años retratados en miles de canciones, homenajes y reverberaciones, décadas de angustia gloriosa, de gloria transfigurada en la cultura del exceso y lo sórdido, el aislamiento, desamores, insomnio, incontinencia creativa. Los ochenta y principios de los noventa aún están húmedos, erizan la piel desde el caos y la esquizofrenia. O desde las líneas de aquellos que supieron referenciarla. Alguna vez, Enrique Symns, el poeta maldito que se intoxicó al estilo Hunter Thompson pero en los rincones más inmundos de Buenos Aires, desnudó en "El señor de los venenos" escenas por las que los Rial pagarían una buena montaña de dinero. Una de ellas ocurrió en un canal de televisión, con Symns corno entrevistador y Andrés Calamaro en pose de entrevistado. Cuenta Symns: "Se aspiraba cocaína por todos los rincones. Yo llegué completamente loco. Ni Calamaro me escuchaba a mí ni yo a él", relató el escritor. El Cantante siempre lo confirmó. Igual que el delirio de Deep Camboya (se entiende, su depto., de donde emergió lo más atrapante de su obra): "Acá pasaron cosas que ni los Rolling Stone se atreverían a contar... Ni Led Zeppelín", le confesó a la revista Rolling Stone en 2005, el año de su Regreso, el más esperado junto al del Indio Solari, hoy uno de sus entrañables amigos. En esa dimensión incierta entre apogeo-caída, en el dudoso terreno entre el éxito de "Alta suciedad" (97), la (fabulosa) "diarrea compositiva" de "Honestidad brutal" (98) y el fracaso inicial del quíntuple "El Salmón" (más tarde agraciado por la crítica y los fans) se produjo un cataclismo en las sienes intranquilas de un tipo que escribió algo así corno mil canciones mientras Fernando de la Rúa huía en cobarde vuelo, Kosteki y Santillán exhalaban el último aliento bajo una bala policial y el país se preparaba para suplantar todo el abecedario por la letra K. Salió por los barrios, se llenó el cuerpo de lo peor, y todo ello fermentó en centenares de canciones. Canciones que subió a la web cuando odió a las discográficas. Canciones que demonizaron a muchos, a Charly y al Flaco Spinetta. Letras que lo hicieron rehén. Rehén de las canciones. Debió olvidarlas para poder cantarlas, un tortuoso proceso que le costó al rock argentino cinco años de ausencia en los escenarios. Sus días antes del amor se sucedieron en ese sórdido laberinto. Pero El Salmón volvió a encontrar su dirección. Y en esa corriente lo siguieron varios peces "gordos" del rock (salvo obvias excepciones). Para amarlo y homenajearlo. La resurrección, la revolución, no necesitó esta vez de una guillotina. "Soy un simple hombre feliz y enamorado... Ni siquiera le encuentro sentido al arte derramado, a la sangre en los cuatro canales, el rock and roll elevado, aristocrático y feroz.,. Cambiaría todo por haber descubierto antes esa dicha perfecta y sencilla... Si es que existe algo sencillo y perfecto. Lo cambiaría por mil canciones". Say no more.
SEBASTIÁN BUSADER | ||
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