Las autoridades chinas juraron hoy aplastar a los manifestantes que no se rindan después de que ocurrieron las manifestaciones más amplias de las últimas dos décadas contra el gobierno de China sobre el Tibet en las calles de Lhasa, la capital del Tíbet.
Las manifestaciones fueron un espectáculo de violencia que dejó al menos 10 muertos y avergonzaron al país antes de la celebración de los Juegos Olímpicos. Hoy, las calles de Lhasa permanecieron casi desiertas y policías armados con bastones patrullaban las calles de la capital de la provincia del Tíbet.
Sin embargo, aún se percibía el humo de los enfrentamientos del ayer, que terminaron con incendios y destrucción, y los habitantes tuvieron que soportar un toque de queda de las autoridades chinas.
Según la agencia de noticias oficial, entre los diez fallecidos se encuentran dos empleados de hoteles y dos dueños de tiendas que fueron incendiados vivos, pero los extranjeros no fueron agredidos.
Los monjes budistas encabezaron las protestas, que comenzaron el lunes al cumplirse un aniversario de una insurrección fracasada en 1959 en contra del gobierno chino. El giro violento afecta la imagen que quiere brindar el liderazgo comunista chino en el sentido de que esperaba que durante los Juegos Olímpicos del 8 al 24 de agosto, se pudiera darle a China una imagen de una potencia amigable y moderna.
China mantiene un control estricto sobre la región, los extranjeros necesitan obtener permisos especiales para poder viajar al área y los periodistas rara vez obtienen permiso para visitar el Tíbet, a menos que sea bajo circunstancias muy controladas.