Como vaticinaban las encuestas de opinión, el PSOE del presidente José Luis Rodríguez Zapatero triunfó en las elecciones que se celebraron en España el domingo pasado por un margen levemente inferior a los cuatro puntos. El resultado fue motivo de alivio para su contrincante, el Partido Popular encabezado por Mariano Rajoy, que pudo consolarse hablando de una "derrota dulce", ya que según los primeros sondeos en boca de urna le esperaba una decididamente amarga. Así y todo, aunque se prevé que Rajoy siga liderando el PP en los meses próximos -podrá defender su actuación señalando que recibió más votos y contará con más legisladores que en el 2004-, tendrá que lidiar contra quienes atribuirán el revés a las tácticas agresivas que empleó en el transcurso de una campaña que a juicio de todos los analistas se caracterizó por la crispación.
En las democracias modernas en las que se da un consenso amplio en torno a las llamadas "políticas de Estado" y en consecuencia las disputas sobre asuntos que en otras circunstancias serían considerados marginales adquieren una intensidad inusitada, la combatividad excesiva suele resultar contraproducente, ya que el electorado independiente tiende a preocuparse más por los rasgos personales de los candidatos principales que por sus propuestas puntuales y por esta razón es tan valiosa la capacidad para brindar una impresión de ecuanimidad. Aunque en España la brecha entre las posturas de los dos partidos principales frente a los problemas que enfrenta el país es mayor que en el Reino Unido, Alemania e incluso Francia, no cabe duda de que el hecho de que Zapatero haya logrado dotarse de una imagen más simpática que la de Rajoy lo ayudó a anotarse una victoria que de otro modo podría habérsele escapado. La gestión del gobierno de Zapatero ha sido llamativamente menos segura que la de su mentor, el ex presidente Felipe González, debido en buena medida a su voluntad de impulsar cambios conflictivos que irritan sobremanera a quienes no comparten su apego a los dictados de la "corrección política". Por lo demás, su intento vano de negociar una paz permanente con los terroristas de ETA ocasionó dudas en cuanto a su temple: luego de un interludio breve los extremistas reanudaron sus ataques y en vísperas de las elecciones asesinaron a un ex concejal del oficialismo actual.
Con el 43,35% de los votos contra el 39,85 del PP, para gobernar el PSOE tendrá que pactar con al menos uno de los partidos minoritarios que perdieron terreno en las elecciones debido a lo que un izquierdista calificó de un "tsunami bipartidista". De los socios en potencia, los nacionalistas catalanes y vascos parecen ser los más promisorios, pero si a cambio de su apoyo les hace concesiones significantes, Zapatero enojará aún más a quienes ya lo acusan de impulsar la fragmentación de España. Si opta por acercarse a las diversas facciones izquierdistas que consiguieron un caudal magro de votos, le será más difícil hacer frente a la creciente crisis económica que -después de años de expansión vigorosa que permitió que por primera vez el ingreso per cápita de los españoles superara el de los italianos- está afectando a sectores cada vez más amplios de la población.
Por concentrarse en temas constitucionales, morales y religiosos, el PP no logró aprovechar las señales de que el prolongado boom español pudiera estar por agotarse, ya que la burbuja inmobiliaria -hasta hace poco, se construía más en España que en Francia, Alemania y el Reino Unido juntos- está desinflándose con rapidez, lo que es una mala noticia no sólo para los muchos que compraron propiedades a precios muy altos y ahora quisieran venderlas sino también para los inmigrantes oriundos de países subdesarrollados que trabajan como albañiles: según las estadísticas más recientes, en apenas doce meses la desocupación entre los inmigrantes empleados en la construcción subió el 92%. En los años últimos ha aumentado de manera espectacular la cantidad de inmigrantes, que ya conforman el 10% de la población del país, lo que no causó demasiados problemas puesto que la economía prosperaba pero, de sobrevenir una recesión, provocará una multitud de dolores de cabeza que los representantes del PP no vacilarán en aprovechar.