Martes 11 de Marzo de 2008 > Carta de Lectores
El papelón de Chávez

El presidente colombiano Álvaro Uribe tiene buenas razones para sentirse satisfecho con los acontecimientos de la semana pasada. Además de ver eliminados a dos de los jefes máximos de las FARC, el líder de facto que se hacía llamar Raúl Reyes y un integrante de la cúpula cuyo nombre de guerra era Iván Ríos, en la cumbre de Santo Domingo quedó demostrado que las amenazas bélicas proferidas por el presidente Hugo Chávez y su aliado ecuatoriano, Rafael Correa, sólo eran retóricas. En efecto, luego de colmar a Uribe de insultos, Chávez y Correa decidieron que no sería una buena idea seguir atizando el conflicto causado por la violación de la soberanía ecuatoriana por las fuerzas armadas colombianas y, para sorpresa de casi todos, optaron súbitamente por declararlo resuelto. Los motivos del repentino cambio de actitud así supuesto aún no son claros y son varios los países de la región que atribuyen la reconciliación inesperada a la habilidad de sus diplomáticos, pero parecería que ambos se dieron cuenta de que no les convendría en absoluto que el gobierno de Colombia difundiera más detalles acerca de su colaboración con una banda de terroristas y narcotraficantes que son notorios por su extrema brutalidad. Aunque todos concuerdan en que sería mejor que en América Latina por lo menos se respetara la inviolabilidad de las fronteras nacionales, muchos entienden que la razón por la que Uribe no pidió al Ejército ecuatoriano atacar la base que las FARC había establecido en el territorio que debía defender contra intrusos extranjeros armados era porque sabía que no lo haría. Sus sospechas en tal sentido se vieron confirmadas por la reacción ante la incursión de Chávez y de Correa: sin pensar en las connotaciones de su postura, se las arreglaron para recordarle al mundo que se sentían emotivamente comprometidos con los terroristas, de ahí el minuto de silencio respetuoso que Chávez observó en su maratónico programa televisivo a fin de honrar al "buen revolucionario" Ríos y las quejas un tanto ridículas de Correa porque los colombianos no habían dado a los insurgentes tiempo suficiente para vestirse y prepararse para el combate contra sus enemigos.

Uribe es criticado por su voluntad de aplastar militarmente a las FARC por quienes, haciendo caso omiso de los esfuerzos fallidos de una larga serie de gobiernos colombianos por negociar con ellas e incluso cederles territorio, insisten en que debería encontrarse una "solución política". No es demasiado probable que Uribe preste atención a tales consejos: su estrategia está funcionando muy bien. A partir del 2000, las FARC han perdido aproximadamente 8.000 combatientes -se estima que en la actualidad cuenta con cerca de 9.000- y se han visto forzadas a replegarse a zonas selváticas, algunas en Venezuela y Ecuador. En el mismo lapso, el Ejército colombiano se ha fortalecido mucho y está mejor entrenado y equipado que nunca. Si bien las FARC siguen planteando un problema mayúsculo, están al borde del desbande. No extraña, pues, que la estrategia de Uribe goce del apoyo de una mayoría abrumadora de sus compatriotas que, como es natural, quieren ver el fin de un flagelo que sufren desde hace más de cuarenta años.

El vocero informal de las FARC, Chávez, también está en dificultades. A pesar del precio estratosférico del petróleo, la economía venezolana hace agua, con una tasa de inflación que es superior al 20% anual, desabastecimiento, un aumento de la pobreza y, desde luego, un clima de corrupción que es aún más fétido que el imperante en el resto de la región. No lo ayudará a recuperarse su actuación reciente. Su transformación abrupta de jefe guerrero que ordenaba por televisión la movilización de tropas hacia la frontera con Colombia en adalid del "camino de la paz, del diálogo, de las inversiones conjuntas", resuelto a normalizar cuanto antes la relación con el país vecino para que se reanudara el comercio bilateral, fue grotesca. Aunque trató de minimizar las repercusiones del papelón que protagonizó, afirmando en Santo Domingo que "aquí hay un gran derrotado: United States of America", nadie ignora que él fue el perdedor principal, mientras que su archienemigo Uribe, pese a verse diplomáticamente aislado, se alzó con todos los laureles en el único ámbito que realmente le importa, el de los hechos concretos.

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