El campo argentino tuvo dos grandes etapas. La primera de ellas se originó a finales del siglo XIX y principios del XX, cuando pasó a ser el eje del crecimiento de nuestro país y lo llevó a posicionarse entre las principales naciones, transformándose en el "granero del mundo".
En las décadas siguientes, el desarrollo del sector se produjo más lentamente y con períodos de estancamientos, hasta lo que podríamos denominar como una segunda gran revolución, que se inició en la década del '80 y se consolidó en los '90, incrementándose como nunca hasta nuestros días
Hoy la Argentina se encuentra en condiciones ideales de encarar una tercera etapa del sector, con una reconversión en la competitividad agroalimentaria y agroindustrial que potencie el nacimiento de un capitalismo con decisión y protagonistas nacionales.
Lo cierto es que esta tercera etapa alumbró con un vértigo inimaginable, principalmente de la mano de la producción sojera, la enorme recuperación del valor-hectárea y, consecuentemente, con una notoria reactivación del quehacer económico, la industrialización y venta de maquinarias agropecuarias, etc.
Así, entonces, qué buena oportunidad para rediseñar una refundación del país que, en la búsqueda de un nuevo sentido federal de nación, intente equilibrar su territorio, impedir el éxodo del interior y desarrollar definitivamente las economías regionales.
Esta nueva etapa debe contemplar la recuperación y consolidación del mercado interno, un adecuado proceso de sustitución de importaciones, la incorporación de valor agregado y el incremento sostenido de las exportaciones -en lo posible-, "romper la estacionalidad", impulsar autoseguros cooperativos agrícolas de multirriesgos, incentivar la calidad y la diversificación sustentadas en auténticos asociativismos rurales, organizados y articulados desde una posición de poder de negociación con la gran empresa como único mecanismo posible para sostener el desarrollo equitativo del país.
En esa perspectiva, tanto el Estado nacional como los productores y sus asociaciones están postergando peligrosamente una infraestructura primaria, secundaria y terciaria imprescindibles.
Y es por eso mismo que lucen imprescindibles políticas y programas para, por caso: 1) un mejor proyecto estratégico para desenvolvimiento rural en todas sus expresiones posibles; 2) regular y fomentar la producción agropecuaria de alimentos priorizando el abastecimiento del mercado local sobre el etanol y los mercados externos; 3) aproximar a productor y consumidor, impulsando zonas francas para ventas directas; 4) incentivar la agroindustria, promoviendo concretamente las pymes, el cooperativismo y el asociativismo; 5) ampliar y conservar los caminos rurales, electrificación y telefonías, en franca complementariedad con los estados locales y las cooperativas; 6) orientar la utilización racional de los recursos naturales y recuperación de los ya degradados; 7) implementar y mantener una estructura de asistencia técnica y de extensión rural en cercana relación con universidades, el INTA, el INTI, el Senasa, etc.; 8) facilitar buenas condiciones de almacenamiento, tratamiento y clasificación de la producción rural, eludiendo especulaciones ajenas e históricas; 9) programar, propiciar y estimular el acceso del hombre del campo, sus familiares y colaboradores a la educación -vg., escuelas agrotécnicas rurales-, a la profesionalización -particularmente sobre administración, gestión, financiamiento y oportunidades-, a la salud, al transporte -gratuito para los estudiantes rurales-, a la vivienda, a la informática, etc., de acuerdo con las características peculiares de las comunidades rurales; 10) reimpulsar la investigación científica y la experimentación para mejorar gradual y paulatinamente la productividad y la competitividad; 11) realizar metódicamente periódicas exposiciones, ferias, promociones en el exterior y otros eventos agropecuarios, bregando por una definitiva excelencia "creíble" de los productos nacionales y su comercialización en provecho sustantivo de sus productores; 12) articular comunidades regionales estableciendo microrregiones agrícolas que orienten el desenvolvimiento de programas de la producción y abastecimiento alimentario, la irrigación, la preservación del medio ambiente, la utilización cooperativa de la gran maquinaria agrícola, la creación de bolsas de arrendamiento y laboreo de tierras, integración del sistema agroalimentario -producción, industrialización y mercados-, etc.
A modo conclusivo, el promover la productividad con la implementación de políticas activas en el marco de un programa estratégico rural nacional debe devolver la rentabilidad a los sectores más postergados, debe generar espacios y oportunidades también para nuestros minifundistas, asociándolos, reconvirtiéndolos, incorporándolos o reincorporándolos autónomamente al sector agropecuario con, por ejemplo, acompañamiento de capacitación y microcrédito oficial.
Finalmente, reverdecer y regular el sector agropecuario de forma duradera es una tarea asignada a un "arado común" tirado por todos los argentinos.
ROBERTO F. BERTOSSI (*)
Especial para "Río Negro"
(*) Docente e investigador de la Universidad Nacional de Córdoba