¿Educar para la democracia, para el trabajo o para la universidad?. Esa podría ser la síntesis del conflicto que se advierte en estos días entre los defensores y los detractores de la reforma de la Currícula del Nivel Medio en Río Negro.
La propuesta, discutida en asambleas pero finalmente "bajada" por una comisión de docentes integrada por el gobierno en un texto de 503 páginas, tiene como ejes el replanteo de la educación tradicional y apunta a reflexionar más sobre la escuela misma y las relaciones de poder dentro y fuera del aula que a "sumar" conocimientos al estilo tradicional.
Para sus defensores, se está educando a los alumnos para la defensa de sus derechos y para desnaturalizar los mecanismos de exclusión social derivados del neoliberalismo y la globalización.
Para sus detractores, nivela para abajo, abandona la pretensión de formar jóvenes con conocimientos, aptitudes y habilidades suficientes para defenderse en el mercado laboral y para acceder sin tropiezos a una educación universitaria, ya que replantea el programa de disciplinas vinculadas con las ciencias y reduce los contenidos de otras hasta quitarles gran parte de los saberes que estudiaron quienes hoy son adultos.
El tema es tan de fondo, que obliga a replantearnos qué esperamos de la educación secundaria: como docentes, como alumnos, como padres. ¿Egresados capaces de entablar una conversación con detalles sobre la historia de Europa o la hidrografía de Asia? ¿Jóvenes hábiles en el manejo de computadoras, internet, nuevas tecnologías e idioma inglés, aptos para un mundo globalizado? ¿Ciudadanos conocedores de la Constitución y las leyes y de las formas de participación que otorgan para transformar su realidad social y política? ¿O ninguna de esas posibilidades sino otra?
¿Conocimiento científico o realidad? ¿Estudiar aquello que no se conoce o reflexionar y actuar sobre lo próximo e inmediato? Los extremos pueden no tocarse ni excluirse. Las opciones son incontables. En gran medida, responden a las visiones particulares, a concepciones ideológicas, a necesidades o preferencias de los distintos sectores sociales y económicos.
Por eso, construir consensos en materia de contenidos y modalidades de la educación es prácticamente imposible, aun cuando existe un consenso generalizado en que la educación en sí misma tiene una importancia fundamental en el futuro de las personas y también de un país en su conjunto.
En general, el nuevo paradigma de las disciplinas que conforman la currícula se ve representado en el proyecto gubernamental. Pero la realidad muestra que la mayoría de los docentes se han formado ellos mismos en los paradigmas anteriores, con lo cual difícilmente podrán adaptarse sin un tiempo de capacitación y reaprendizaje de sus propios saberes y del modo en que se han relacionado hasta ahora con sus pares y alumnos.
Porque no sólo se replantean contenidos sino también métodos. Y se dejan de lado los conceptos "finalistas" propios del academicismo, que podía "medir" conocimientos como si fueran un líquido en un envase. Se da prioridad a los procesos, al cómo más que al qué. Y a la transformación del alumno y del propio docente en la interacción.
El punto es si, aun considerando un "buen" proceso, los egresados rionegrinos saldrán de la secundaria con habilidades y conocimientos que les permitan no fracasar en la universidad, en otro tipo de capacitación que elijan, o en el plano laboral, relacional y social.
La cuestión es de suma importancia. Porque, como ha sucedido ya en experiencias luego desechadas, los errores o contramarchas de las decisiones políticas pueden traducirse para ellos en frustración, daño moral y hasta económico, abandono de la educación formal y otro sinnúmero de malas experiencias.
Son ellos, en fin, sujeto y objeto de la educación. (A.M.)