Domingo 09 de Marzo de 2008 > Carta de Lectores
El PJ es de Kirchner

En principio, verse consagrado por aclamación como el líder indiscutido de lo que es el partido político más importante del país debería considerarse un honor envidiable, pero desde el punto de vista del ex presidente Néstor Kirchner es a lo sumo un premio de consuelo. A esta altura, preferiría estar formalizando la presentación en sociedad de un gran partido nuevo basado en su propio ideario, a tener que conformarse con la presunta "normalización" de uno ya viejo, constituido por una multitud de agrupaciones que podría disgregarse en cualquier momento. Desgraciadamente para él y, quizás, para el país, no le fue dado crear un partido superador combinando elementos afines de procedencia izquierdista, progresista, radical y, desde luego, peronista, razón por la que ha tenido que resignarse a aprovechar la estructura desvencijada -cuyas dimensiones siguen siendo imponentes- que efectivamente existe.

¿Cambiará mucho la "normalización" que está en marcha del Partido Justicialista? Es poco probable. A través de los años el PJ ha sido reformado y reestructurado en varias ocasiones, sin por eso convertirse en un partido equiparable con los de las democracias desarrolladas que se mantienen coherentes no sólo en los buenos tiempos sino también en los malos. Su evolución en el futuro inmediato dependerá por completo de las vicisitudes del ex presidente Kirchner y su esposa. Mientras el matrimonio presidencial conserve su popularidad, el PJ parecerá funcionar con un grado razonable de eficacia, pero si por algún motivo se encontrara en dificultades, la organización que encabeza no tardará en mostrar señales de fatiga. Como los peronistas nos informan con frecuencia, consideran la lealtad como la virtud más valiosa, pero sucede que a partir de la muerte del general que fundó el movimiento no suelen ser leales a un dirigente determinado sino al poder. Durante buena parte de los años noventa el en aquel entonces presidente Carlos Menem disfrutó de la lealtad del grueso de sus compañeros. Después le tocó a Eduardo Duhalde gozar de la de una proporción menor pero así y todo significante. En la actualidad, la mayoría de los peronistas se afirma leal a Néstor Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner, pero sería necesario mucho más que una carta partidaria prolija y un organigrama comprensible para asegurarles su apoyo si su popularidad comenzara a mermar. En tal caso, su destino no sería tan distinto del de Menem, quien en un lapso relativamente corto se vio transformado de líder carismático, rodeado de adulones, en un político menor al que le sería arduo conquistar una intendencia aldeana, o de aquel de Duhalde, quien privado del manejo del aparato bonaerense que tanto le costó construir sólo puede desempeñar el papel de un francotirador marginado con la esperanza de que un día sus ahora ex adictos entiendan haber cometido un error abandonándolo a su suerte para acercarse al nuevo jefe.

En el PJ "normalizado" no habrá lugar para Menem y los hermanos Rodríguez Saá, aunque sí lo habrá -uno modesto- para Roberto Lavagna y es posible que Duhalde y el cordobés José Manuel de la Sota terminen decidiendo que les convendría ubicar su "pies en el plato", como decía el general. Tales detalles aparte, el PJ nuevo se asemejará bastante al viejo, con los quisquillosos y nada fiables barones del conurbano bonaerense haciendo valer su poder y los sindicalistas, capitaneados por Hugo Moyano, esforzándose por reavivar las tradiciones del movimiento según las cuales la "rama" que representan debería ser por lo menos tan importante como la de los políticos. Huelga decir que el partido resultante será muy distinto del soñado por los Kirchner a inicios de su gestión cuando, la "transversalidad" mediante, se proponían ensamblar una organización partidaria progresista, cuando no socialista, que reflejara el credo setentista con el que se sentían comprometidos. Bien que mal, su perfil será populista y conservador, ya que la prioridad de la mayoría abrumadora de sus integrantes consistirá en impedir que los cambios que están produciéndose en el país y en el resto del mundo los obliguen a modificar las costumbres que, a su juicio por lo menos, han tenido el mérito insuperable de asegurarles posiciones de privilegio en el orden político nacional.

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