Cristina Fernández de Kirchner regresó bastante bien parada de su periplo caribeño. Primero, porque por una vez le funcionó la diplomacia, que le había advertido a Hugo Chávez que no debía hacerle ninguna trapisonda pública a la presidenta para intentar ponerla de su lado, ante la manifiesta actitud argentina de dejar de lado a Venezuela en el conflicto entre Colombia y Ecuador y segundo, porque su intervención ante sus pares del Grupo Río fue la de mayor contenido, más allá de que se emparejó con la del presidente de México, en la apelación a la racionalidad de los beligerantes y hasta deslizó que las FARC colombianas hacen "terrorismo".
En Caracas, la presidenta manejó conceptos de la "realpolitik", ya que esta vez concedió poco en lo político y se trajo mucho en lo económico, tales como contratos de provisión de combustibles pesados, con ventas argentinas del sector privado en materia alimenticia. Para ello, achicó al máximo su estadía y evitó pronunciamientos a favor de la postura de Chávez, un tercero que sólo metió ruidos en la pelea, a quien de modo indirecto debilitó y ayudó luego a que se transforme en el gran perdedor de la Cumbre de Santo Domingo.
Esta reunión tuvo una característica muy particular, ya que en ella se percibió de lleno el poder de los medios, porque en una resolución más que bienvenida para la transparencia, el encuentro de los presidentes pudo verse y escucharse completo y en vivo por la televisión. Precisamente, este aspecto la hizo más atractiva para seguir las discusiones sobre el grave diferendo sudamericano, pero lo bueno de esa posibilidad se equilibró, para mal, con la pérdida de espontaneidad de casi todos los protagonistas, demasiado pendientes en mejorar su aspecto, de hacer caras y miradas y de modificar sus tonos de voz, para quedar así mejor parados ante las audiencias de sus respectivos países.
A nadie se le escapó que entre todos los presidentes reunidos en la República Dominicana hubo un país omnipresente, ajeno al bloque, una especie de ojo de Gran Hermano, al que se dirigieron las referencias de todos y que rigió cada una de las opiniones sobre el episodio de la violación de la frontera ecuatoriana: los Estados Unidos y, especialmente, el gobierno de George W.Bush y su doctrina de la "guerra preventiva".
Esta referencia resulta indispensable para entender por qué unos criticaron de modo virulento a Colombia o por qué otros atenuaron los cuestionamientos a su presidente, Álvaro Uribe. Así, alrededor de la mesa, cada mandatario cumplió con un papel casi teatral y si bien Cristina se sumó a la actuación generalizada, lo hizo desde un costado más ideológico y sin referencias directas al "imperio". Navegó a dos aguas y, aunque a veces pareció bandearse por alguna simpatía personal hacia el presidente de Ecuador, Rafael Correa, y no le gustó mucho el beso final y agradecido de Uribe, luego de que éste denunciara que ella dijo en público cosas diferentes a las que le había manifestado en privado, defendió con mucho tino su postura intelectual sin licuarse, como hicieron Chile y Brasil, con discursos aguados de condena hacia Colombia, y lejos de las posturas más radicalizadas de Venezuela, Nicaragua y Bolivia. También pudo salirse del show surrealista que armaron los presidentes directamente involucrados en el conflicto, quienes se comportaron muy "chéveres", cada uno en su rol (Uribe muy ansioso y obsesivo, Correa con mirada torva, estilo José Luis Chilavert y Chávez algo abatido, manifiestamente conciliador y además cantante de ocasión), después de propinarse gritos y amenazas.
Como en el cierre de una novela televisiva latinoamericana pareció que entre todos los contendores buscaron el efecto del último capítulo para levantar el rating y hasta se desearon por un rato amor y paz, con tal de que sean perdonadas entre ellos denuncias y rupturas mutuas, tras de lo cual se leyó una sospechosa declaración final, que materialmente no pudo haber sido consensuada en tan pocos minutos.
Antes de que se verifique ese impensado contexto de cierre, la presidenta argentina había buscado ocupar el lugar donde más cómoda se siente (del medio hacia la izquierda) y eligió la línea de pegarle a Colombia desde los argumentos, con condenas explícitas a la "unilateralidad" política que representa su aliado, Estados Unidos, desde la caída del muro de Berlín, como prolegómeno de la desaparición de las soberanías nacionales. También quedó flotando su deseo implícito de que esta preeminencia desaparezca, sobre todo en "una región libre de una doctrina que ha provocado grave conflictividad en el planeta".
Su percepción femenina -reivindicación de género que dejó mal parados a los presidentes que se pelearon frente a todos- le permitió introducir un concepto claro: poner por delante las cuestiones humanitarias y alejar vedetismos a la hora de adjudicarse el éxito en la liberación de secuestrados, ya que para Cristina, la escalada bélica comenzó a partir de que aparece la figura del "canje humanitario" propuesto por Venezuela y apenas digerido por Colombia.
Por último, también utilizó un argumento que es una referencia inequívoca a lo que fue la realidad argentina de la represión de Estado: los derechos humanos. Y además, agregó otro concepto, el de la "legalidad", para decir que, desde esa perspectiva, "Colombia tiene todo el derecho de combatir a las FARC". En este punto, bien vale marcar que Cristina usó la palabra "terrorismo", un concepto que algunos presidentes (Chávez, en primer lugar) niegan y que Colombia reivindica para caracterizar a la guerrilla de las FARC, tal como lo hace toda España para definir a la ETA.
Hasta este momento, la Argentina nunca se había adentrado en ese espinoso tema y así lo hizo esta vez la presidenta: "El terrorismo no se combate con la violación masiva de los derechos humanos.
La ilegalidad tampoco se combate con mayor grado de ilegalidad, sino con mucha, mucha legalidad", subrayó. Para no concederle otra frutilla a Uribe y no agitar mucho más el avispero, Cristina se mostró muy cuidadosa a la hora de usar el léxico de todos, en cuanto a la caracterización que hizo de las personas secuestradas por las FARC: rehenes, presos, retenidos y prisioneros, dijo "o como quieran calificarlos ustedes". Decía Juan Perón que cuando un ministro suyo recibía una crítica, en realidad era "un tiro por elevación" hacia él. Más allá de que le gusta robar cámara tanto como a Chávez, el caso de Uribe fue patético, ya que se convirtió en un muñeco que se llevó todos los golpes destinados a George Bush.
Y en la Argentina, algo similar podría estar pasando con la controvertida figura del secretario de Comercio Interior, Guillermo Moreno, aunque en este caso la referencia indirecta son aspectos bien puntuales de la política económica, que ni la presidenta ni su antecesor quieren reconocer que les están jugando en contra. Salvando las distancias, para la industria de la carne, el "terrorista" es Moreno, y así lo sugirió una Cámara de industriales durante la semana ("se entretiene presionando a los empresarios"), antes de convalidar un sistema de comercialización de 13 cortes que impuso el secretario de Comercio y que acataron, pese a que aún no se sabe si por detrás tiene subsidios y si esto (por descarte, ya que si no han sido fijados son libres) no representará una suba de los precios en el mostrador de los cortes "no populares", aquellos que no entran en el índice de precios.
El acuerdo firmado el viernes al mediodía, que Moreno se aseguró sea anunciado recién por la noche, cuando las cámaras de TV ya no estaban siguiendo la conferencia de Santo Domingo, no tiene dentro a los productores, por lo que no se puede asegurar a qué precio comenzará la cadena (se habla de $ 3,70), ya que a Liniers no entran animales en cantidad, porque en enero hubo venta de novillos sin terminar que ahora no están, mientras el kilo vivo supera los $ 4,50.
No obstante, esto parece ser lo menos importante para el secretario porque como no se dieron precisiones sobre el compromiso, ya que fue una conferencia de prensa sin preguntas del periodismo, siempre será posible echarle la culpa a la voracidad de los intervinientes. Eso sí, se presentaron prolijas y burocráticas planillas con los precios para todos, aunque lo que no se puede saber es si van a cumplirse. Por supuesto, que Moreno es un soldado de la coyuntura y que poco aporta sobre el mediano y el largo plazo. (DyN)