Aunque es claro que, como casi todos los políticos nacionales, la presidenta Cristina Fernández de Kirchner se considera una "progresista", el discurso que pronunció al inaugurar el 126º período de sesiones ordinarias del Congreso fue de tono decididamente conservador. Además de criticar a los jueces garantistas por liberar "a través del artilugio de las leyes" a delincuentes que pronto reinciden, embistió contra los docentes, recordándoles que "no hay peor educación que la que no se imparte, no hay peor escuela pública que la que está cerrada", aseveración que le mereció una réplica airada de los sindicatos responsables de los paros constantes que en buena parte del país han reducido drásticamente los días de clase: según los voceros gremiales, todo se debe a problemas de infraestructura.

Aún más conservadora, si cabe, es la actitud de la presidenta frente a los problemas que afectan el modelo económico. Dio a entender que no se le ocurriría modificar la política económica que está vigente desde que inició su gestión el presidente interino Eduardo Duhalde puesto que, como señaló, hasta ahora los resultados concretos de la estrategia así supuesta han sido excelentes. A primera vista está en lo cierto: puede que no haya sido "el mayor período de crecimiento de nuestra historia", pero no cabe duda de que a partir de mediados del 2002 el país ha disfrutado de un boom macroeconómico realmente espectacular. Sin embargo, sucede que en el mismo lapso muchos otros países emergentes, ninguno de los cuales tuvo que recuperarse de un colapso equiparable con el que siguió al derrumbe de la convertibilidad, también han crecido a un ritmo sin precedentes, de suerte que atribuir la expansión a un "modelo" particular es cuando menos aventurado. Fue el aumento sostenido de los productos exportables del país, en especial la soja, lo que hizo posible el crecimiento "chino" que tantos beneficios políticos reportó a los Kirchner; de no haber sido por el viento de cola que supuso una coyuntura internacional insólitamente favorable, el estado actual de la economía sería con toda seguridad peor.

En los discursos del tipo pronunciado por la presidenta es normal que el orador subraye lo positivo y minimice el significado de lo negativo, pero Cristina exageró al omitir toda alusión a la inflación que de continuar cobrando fuerza podría hacer trizas del modelo que reivindicaba. Si no amaina en los meses próximos, la tasa de cambio en términos reales volverá a asemejarse a la imperante a fines del 2001; pero el gobierno está tan comprometido con la noción de que las cifras difundidas por el INDEC reflejen la realidad que se niega a reconocer la magnitud de la amenaza que plantea y por lo tanto rehúsa tomar medidas que sean lo suficientemente contundentes como para frenarla. La experiencia reciente debería haberle enseñado a Cristina que es muy peligroso aferrarse a una fórmula sólo porque funcionó bien en una etapa determinada sin tomar en cuenta que las circunstancias han cambiado, pero en un alarde de conservadurismo insiste en seguir actuando como si el país se encontrara en la misma situación que en el 2003 o el 2004.

Si bien por razones comprensibles la presidenta se abstuvo de atribuir el crecimiento excepcional de los años últimos a la bonanza mundial que está beneficiando a casi todos los países emergentes, no vaciló un solo instante en ubicar las dificultades energéticas en un contexto internacional, afirmando que "el problema de la energía es un problema del mundo y de la región y nosotros estamos en el mundo y en la región". No se equivoca Cristina, pero por desgracia el gobierno de su marido se las ingenió para agravar el problema atacando a las empresas energéticas y haciendo cuanto pudo para que se resistieran a invertir más de lo imprescindible. Asimismo, aunque la presidenta insistió en que este año "no habrá riesgos" para la producción y para los inversores puesto que se prevé que la capacidad eléctrica crezca un 11% y la de gas un 8%, son muchos los empresarios que están preparándose para más cortes importando grupos electrógenos. Es de esperar que Cristina gane la apuesta, pero en última instancia el resultado dependerá más de las vicisitudes climáticas que de las medidas que ha tomado su gobierno.