La ciudad de Neuquén está viviendo tiempos de definiciones. Hay problemas no atendidos ni resueltos eficazmente que exigen acertadas y rápidas decisiones. El acceso a la vivienda es, sin dudas, uno de ellos.

Frente a cualquier dificultad, usualmente asumimos la necesidad de buscar al responsable. Si uno le echa la culpa a la provincia, algún funcionario provincial, mientras redacta un acuerdo para que Repsol se haga cargo del mantenimiento de las escuelas, dirá que el problema es del municipio. Un funcionario municipal, mientras tala árboles para luego asfaltar el cementerio, responderá que el problema es que no se pueden entregar terrenos sin servicio de agua. Rápidamente un funcionario del EPAS, mientras le corta el suministro de agua a un barrio para dárselo a otro, cuyos sedientos vecinos tienen secuestrado un colectivo, explicará que si no hay luz no pueden bombear agua. Ante eso un directivo de CALF, mientras besa un crucifijo para que la conexión de un nuevo edificio no haga explotar la Central Térmica, exclamará que la culpa la tienen los enganchados al tendido eléctrico. Los enganchados, mientras pinchan un caño del EPAS, explotarán gritando que no hay justicia. La Justicia se declarará incompetente, dado que está ocupada en obtener la factibilidad de luz y agua para la ciudad judicial que quiere construir.

Más allá de toda ironía, la realidad es que el municipio de la ciudad de Neuquén se vio obligado por la coyuntura a incorporar el problema de la vivienda a su agenda de responsabilidades. Ante la falta de respuesta provincial, el municipio tomó el desafío en sus manos. Fue una buena decisión. Nada importante para la ciudad puede escapar de la preocupación municipal. Pero tampoco de manera descoordinada o competitiva con el gobierno provincial es que se va a solucionar el problema.

Hoy el municipio no cuenta con un correcto detalle de su reserva inmobiliaria. No puede determinar con certeza la cantidad de lotes que tiene disponibles para ofrecer. Tampoco cuenta con un registro único de posibles beneficiarios, dado que también existen listados de postulantes en manos provinciales y privadas (léase organizaciones sociales, partidos políticos y similares). Los problemas de infraestructura existen y, para colmo de males, para afrontar esta situación dependemos de la asistencia financiera que nos quiera suministrar una oficina que queda a 1.200 kilómetros de distancia.

En definitiva, no se puede calcular la oferta y demanda de lotes, no existen criterios de asignación transparentes de los mismos y no se cuenta con certeza sobre las posibilidades de financiamiento de los esfuerzos a realizar. Ésa es la realidad, no hay otra. Solucionar el problema es complejo, pero para nada imposible. Hacer una cuantificación de lotes a otorgar, proceder a realizar una fuerte inversión en infraestructura, reasignando presupuestos nacionales, provinciales y municipales, generar un padrón único de beneficiarios, público y oponible y fijar reglas claras de asignación no es tarea sencilla, pero está dentro de nuestras posibilidades. Pero debemos tener siempre presente que nuestras obligaciones no son sólo para con los actuales ciudadanos sino también para con los que están por venir. No podemos, ante la coyuntura, generar más desorden; no podemos vivir operando como en un hospital de campaña, sin anestesia, sin asepsia, limitándonos a amputar brazos y piernas. Debemos trabajar con razonabilidad y ciencia. Evitemos tomar decisiones bajo presión, en particular por aquellos que sólo quieren satisfacer sus necesidades particulares. Si la ciudad de Neuquén está rodeada de muchos terrenos fiscales, por qué rifar, sin la más mínima justificación, el único parque casi natural que tendremos de por vida, como es el que se puede constituir en las 127 hectáreas.

Es probable que muchos piensen que la construcción de un parque público es un lujo ante la necesidad imperiosa de la gente de obtener un lote. Es cierto. Pero pienso que ante tanta tierra pública y privada para realizar loteos sociales no hay necesidad de perder el futuro parque de la ciudad. Sólo hace falta abandonar una política de tierras errática y corporativa para conformar una transparente y certera. Los loteos sociales son para los más necesitados y los parques públicos son para toda la comunidad. Y más allá de la recreación y el esparcimiento, están pensados para afianzar el sentido de pertenencia, valores y lazos familiares y comunitarios. Si entregamos el parque para urbanizarlo, en la coyuntura actual, se lo estaremos dando, seguramente, a los más vivos, a los más violentos o a los más amigos del poder, no necesariamente a los más necesitados. Y más allá de a quién se lo entreguemos, lo estaremos haciendo por inútiles, irresolutos y pésimos administradores del bien común. Si estamos convencidos de que somos más que eso, debemos esforzarnos por construir una política urbana y habitacional coherente y exitosa y debemos esforzarnos por construir el parque.

Un funcionario municipal, en una nota publicada recientemente en un diario local, decía: "¿Para qué los neuquinos queremos un parque más grande que el Central Park de Nueva York?". Mas allá del sentimiento de inferioridad que denota el funcionario, muestra también una gran ignorancia, pues dicho parque tiene una superficie de 337 hectáreas y nunca nadie ha podido urbanizar el predio, a pesar de las presiones y necesidades sociales provocadas por la crisis del '30. Gracias a esa firme postura, hoy el parque genera miles de puestos de trabajo genuinos a partir de una economía propia que se sustenta en los más de 20 millones de visitantes anuales que lo disfrutan. ¿Pero para qué referirnos a experiencias foráneas, si por estos lares tuvimos el intelecto de don Francisco P. Moreno? En 1903, don Francisco recibió por ley de la Nación 25 leguas cuadradas a elegir "en territorio de Neuquén o al sur de Río Negro, como recompensa extraordinaria por sus 22 años de servicio de carácter gratuito". Don Francisco devolvió a la Nación parte de esas tierras "para que sean conservadas como parque natural para el mejor provecho de las generaciones presentes y futuras" y, agregó, "para que los argentinos alimenten su espíritu con estos paisajes y puedan servir mejor a la patria". Ése fue el nacimiento de nuestro primer Parque Nacional (el 3º en el mundo) y el sustento económico de localidades como Bariloche y Villa La Angostura.

Señor gobernador Jorge Sapag, señor intendente Martín Farizano: no podemos reconstruir la historia pero podemos intentar modificar el futuro. Necesitamos una nueva política habitacional y necesitamos también que el predio de 127 hectáreas de la Sirena se convierta en un nuevo parque público. Hagamos el esfuerzo. La ciudad de Neuquén se los agradecerá.

(*) Concejal de Recrear Neuquén