Cuando todavía existía la Unión Soviética, los "kremlinólogos" intentaban calcular el poder relativo de los distintos miembros del elenco gobernante de acuerdo con su proximidad al jefe máximo en las fotos oficiales. En la Argentina actual, algunos analistas hacen uso de un método similar. Según ellos, el que el ministro de Economía Martín Lousteau se haya sentado dos veces en un solo día al lado de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner fue una señal inequívoca de que disfruta del apoyo de la jefa, mientras que su rival, el secretario de Comercio Guillermo Moreno, tuvo que conformarse con un lugar un tanto más alejado de la silla presidencial, lo que fue tomado por evidencia de que sus acciones han bajado pese a que, en un lapso verbal poco común, la mandataria haya aludido al "ministro Moreno".
Es claramente ridículo que quienes quieren enterarse de lo que está sucediendo en el seno del gobierno nacional se hayan sentido obligados a depender de gestos y palabras sueltas que tal vez carecen por completo de significado, pero la verdad es que el estilo hermético que fue inaugurado por Néstor Kirchner y que ha sido imitado por su esposa no les deja demasiadas alternativas. Hasta que Cristina logre afirmarse, si es que un día lo hace, el gobierno seguirá siendo el escenario de una puja confusa entre los funcionarios como Lousteau que presumiblemente esperan que la presidenta termine impulsando cambios importantes, sobre todo en el ámbito económico, para que el país haga frente a los desafíos muy difíciles que lo aguardan, y aquellos como Moreno y Julio de Vido que se aferran a las modalidades propias de la gestión del ex presidente. Hasta ahora, lo más notable de la gestión de Cristina ha consistido en su voluntad aparente de defender todo lo hecho por su antecesor, reivindicando incluso el virtual desmantelamiento del INDEC y su reemplazo por una usina propagandística manejada por Moreno, pero muchos dan por descontado que tarde o temprano la presidenta tendrá que romper con la herencia así supuesta.
Las peleas más recientes entre Lousteau y Moreno han tenido que ver con el deseo de éste de introducir un nuevo índice de precios al consumidor que, espera, resulte capaz de convencer a todos de que la tasa de inflación minorista realmente es tan baja como pretende. Huelga decir que a juicio de los escépticos se trata de una misión imposible. A menos que el nuevo índice refleje el consenso de las mediciones independientes conforme a las cuales la inflación se aproxima al 20 por ciento anual y bien podría superarlo por varios puntos, será tan escasamente creíble como el viejo. En efecto, el temor a que el nuevo índice deba más a la imaginación de Moreno que a la realidad ya está incidiendo en los mercados quitando valor a los bonos gubernamentales y provocando dudas en el exterior acerca de la confiabilidad de un país como el nuestro que se ha hecho célebre por el desprecio que suelen manifestar sus autoridades por las reglas que supuestamente rigen en el mundo de las finanzas.
La teoría del ex presidente interino Eduardo Duhalde según la que es bueno que el país tenga un "doble comando" es incompatible con el enfrentamiento entre Lousteau y Moreno. Lejos de asegurar la gobernabilidad, ha dado pie a un conflicto grave entre un ministro "cristinista" que en opinión de sus allegados quiere cumplir su tarea con prolijidad y un personaje de conducta prepotente y arbitraria que cuenta con el respaldo del marido de la presidenta. El hecho de que hasta ahora Lousteau no haya renunciado puede tomarse por evidencia de que Cristina le ha asegurado que pronto se las arregle para deshacerse de Moreno - de lo contrario, sería difícil entender las razones por las cuales un joven tan prometedor se haya permitido desprestigiar ocupando un puesto de gran responsabilidad sin gozar del poder que en principio debería acompañarlo -, pero habrá un límite a su paciencia. Según parece, la semana pasada se acercó peligrosamente a dicho límite, de ahí las versiones de que en cualquier momento Lousteau daría un portazo definitivo, pero Cristina pudo convencerlo de permanecer en el gobierno un rato más. ¿A cambio de qué? Mientras no sepamos la respuesta, el área de economía seguirá siendo un reñidero de gallos, con todo cuanto esto significa para el país.