Jorge Sommariva –que no es el dueño del campo Las Breñas– uno de los más eminentes jurisconsultos que ha tenido esta provincia después de Mateo Fabani, Aidée Vázquez y Roberto Fernández, dijo hace unos días que no se acogerá a los beneficios de la jubilación. Explicó, en un tono no exento de cierto dramatismo, que se propone seguir en el Tribunal Superior de Justicia neuquino varios años más. “Cuando las fuerzas ya no me den, dentro de cuatro, cinco o seis años, me iré a mi casa como corresponde”, dijo. Así, descarta que logren su objetivo quienes lo quieren echar del Poder Judicial y, quién sabe, enviarlo a la cárcel después. Lo que corresponde es, como lo destaca en su declaración, irse a su casa.
En una metáfora de la transparencia y ciertamente digna de su vuelo intelectual, Sommariva (uno más entre los grandes Jorges, aunque no todos, que han contribuido a que el MPN y la provincia sean lo que son) dijo que su casa –ésa con vista al río Limay, con buena biblioteca y bodega digna de un sibarita– tiene un “techo de cristal”. Eso permite –se ufanó- que “todo el mundo pueda saber lo que hago todos los días”.
Una primera reflexión, entre las muchas que acuden en tropel ante semejante alarde del pensamiento, es la de que, por su fidelidad a la transparencia, Sommariva ha perdido la intimidad. Porque eso significa decir que todo el mundo puede ver lo que hace cada día, no ya en el TSJ –que no tiene techo de cristal– sino en su casa, incluidos el líving, comedor, dormitorios, cocina y baño. Es demasiado.
Si bien hay motivos para suponer que mucha gente, sólo por maldad, desconfía de los jueces, parece excesiva tan cristalina ofrenda. Sobre todo porque puede despertar en esa mala gente que vota contra el MPN instintos agresivos que la lleven a cascotearle el techo.
¿Pero además, doctor, cómo hace uno para elevarse a una altura que le permita ver a través del techo? Porque la metáfora no alcanza a las paredes que, me consta, son de ladrillo, con revoque grueso y fino. Siendo así, sólo con ayuda de los helicópteros que otro eminente Jorge, Sobisch, le compró a Cristiano Rattazzi, sería posible el fisgoneo que usted propone para demostrar que hace una vida impregnada de pureza y ascetismo.
Sommariva coronó su declaración con una reivindicación de los principios que han presidido su paso por la judicatura. “Soy –dijo– respetuoso de las instituciones y no puedo hablar, ni presionar, ni ser presionado por nadie que no pertenezca a los tres poderes”. O sea que le salió del subconsciente: si no puede ser presionado por nadie que no pertenezca a los tres poderes, puede –por deducción en sentido contrario– sí serlo por alguien que sí pertenezca a otro poder del Estado. Por ejemplo, el gobernador, aunque no está de más aclarar que ninguna prueba hay de que así sea, tal vez porque ni falta que hace la presión.
Durante la Segunda Guerra Mundial, cuando la Wehrmacht avanzaba sobre el territorio ruso, Adolfo Hitler se había instalado en el búnker “La Guarida del Lobo”, situado en la Prusia Oriental, y desde allí dedicaba todo su tiempo a dirigir la guerra. Del gobierno de Alemania se ocupaban los funcionarios del Reich, que podían hacerlo por sí mismos porque sabían gobernar “en el rumbo del Führer”. Venían haciéndolo desde hacía muchos años y no necesitaban consultar al jefe para tomar decisiones. Así lo advierte el mayor biógrafo de Hitler hasta hoy, Ian Kershaw.
Lejos está de mi intención comparar la Alemania nazi con la provincia que Sobisch gobernó durante doce años, de los cuales dedicó ocho al gobierno mismo y los cuatro últimos a conquistar la presidencia de la Nación. Pero no parece aventurado mostrar un parecido en la actitud de ciertos magistrados, que no necesitan de la presión proveniente de las alturas del poder para decidir sobre lo que el poder desea.
José Russo, presidente del bloque de diputados del MPN, destacó el lunes pasado que los pedidos de juicio político contra miembros del Tribunal Superior de Justicia, Sommariva entre ellos, son un ejemplo “del ejercicio pleno de la democracia en la provincia”. O sea que el derecho a pedir todavía existe. Usted, ciudadano, ciudadana, pueden ejercerlo sin que lo metan preso. Por si alguien no lo entendiera debidamente, Russo fue didáctico: “Hay gente que se siente perjudicada y cuestiona la investidura de un alto magistrado. Entonces se presenta y denuncia” (A lo que cabría agregar que uno puede denunciar aunque no se sienta perjudicado).
Y con respecto a la posición oficial, fue tajante: “Ya tenemos una postura, que es el respeto a la independencia de los poderes”.
Es reconfortante escuchar que, con tanto énfasis, se defienda un principio central del sistema republicano. Pero el asunto merece un comentario, porque por más que los poderes del Estado republicano deban ser independientes, se sabe que muchas veces no es así. Y no porque el Ejecutivo dependa de los poderes Judicial o Legislativo, sino al revés.
Eso pasa y cuando se prolonga durante demasiado tiempo, como ha sucedido en Neuquén, crea una costumbre, tal vez una adicción a la dependencia. Con lo cual puede pasar que muchos jueces, acostumbrados a la dependencia, no saben, ni pueden, hacer otra cosa que atender los deseos de quien tiene el poder real. O sea que, aun siendo loable la “postura” expresada por Russo, habría que ver si no será preciso que para tener jueces independientes haya que sacar a los dependientes.
JORGE GADANO
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