Hace un par de días se dio a conocer un ranking mundial de respeto a los derechos de propiedad y la Argentina quedó en el lugar 81 entre 115 países.
Con la modalidad que el secretario de Comercio, Guillermo Moreno, está a punto de instrumentar para vigilar los costos (y utilidades) de las empresas, seguramente ese mismo ranking habría arrojado al país a los últimos escalones de la tabla.
El diseño de Moreno, una suerte de dirigismo a lo bruto basado en un instrumento que lleva la carga de haber sido prohijado por un gobierno militar, no es algo de su invención, sino que ha sido utilizado por todo tipo de gobiernos y siempre sirvió para acelerar el final. El experimento de meter las narices en las empresas no sólo ahuyentará más a los inversores, sino que se presenta para los memoriosos como uno de los tradicionales manotones de ahogado que la economía argentina vivió en otras oportunidades, todos previos a las explosiones que desarmaron expectativas y retrasaron a la sociedad.
Lo notable es que hoy, aunque las condiciones macroeconómicas parecen reforzadas desde lo fiscal y lo comercial, nadie repara en el gobierno que esta película ya ha sido proyectada y que no haya diques de contención algo más ortodoxos y explícitos que jueguen como contrapeso de este tipo de remedios que suelen acelerar la enfermedad.
También resulta paradójico el hecho de que sea apenas un funcionario con rango de secretario quien comanda este operativo de alto costo para el Estado, con la incorporación de 30 economistas con vocación de burócratas, y sobre todo que no se supervise su accionar, ni haya nadie que le oponga algún plan alternativo. Pedirles a los empresarios que salgan a defender su ciudadela, ya parece algo utópico en la Argentina de estos tiempos.
Las paradojas de este ranking tan particular han puesto al tope de la tabla a la odiada Finlandia, país que está primero en calidad de vida, en uso social de los recursos del Estado, en materia de lucha contra la corrupción y en tantas otras cuestiones entre los primeros cinco de cualquier compulsa. País al que, Botnia mediante, no nos gustaría parecernos.
Y también se ve en la cola irremediable de la medición internacional a Venezuela, el único país del mundo con el que la Argentina se mueve cómodamente. Toda una definición.
HUGO GRIMALDI
DyN