Ariel Ortega, después de mucho tiempo, volvió a vestir el traje de héroe de River y por fin pudo, luego de recuperarse de sus problemas personales, ser plenamente feliz dentro de una cancha, coronando esa alegría con un gol de esos que hacen historia.
No fue el mejor tanto de la carrera de Ortega, seguramente tampoco el más lindo, pero por su momento personal es probable que sea uno de los más importantes de su trayectoria. Después de mucho tiempo el "Burrito" finalizó un partido y de su rostro sólo emanaba felicidad. No tenía el gesto adusto de otros tiempos y es que se sentía feliz por el gol en tiempo de descuento y porque empieza a demostrar, y a demostrarse, que se puede salir de cualquier problema.
El año pasado jugó poco, no tuvo regularidad, tuvo que ser internado por sus problemas personales, pero nunca bajó los brazos, y después de mucho tiempo está consiguiendo el premio que tanto buscó.
Y el "mundo River" está contento por Ortega, principalmente su entrenador, Diego Simeone. Cuando nadie lo esperaba no sólo le dio la titularidad, sino también la capitanía del equipo, algo que ni Daniel Passarella había hecho. Una confianza absoluta y total.
El técnico sabía que su decisión podía ser un arma de doble filo. Pero su apuesta le salió bien desde el comienzo,
porque el "Burrito" asumió esa responsabilidad ya en la pretemporada en Mar del Plata, siendo el primero en la fila en cada entrenamiento y cargándose al equipo al hombro, hasta donde podía, en los partidos de verano.
El arranque del torneo no fue bueno para el diez, porque como todo el equipo, no le encontraba la vuelta al sistema que quería proponer Simeone.
A pesar de esa situación, dentro de la cancha se notaba en él otro compromiso. Sin ser el jugador desequilibrante de los comienzos por cuestiones ya de calendario, Ortega luchó (y lucha) día a día para parecerse a aquel que podía ganar un partido solo.
Y su reencuentro con su mundo encantado fue ante América, cuando apareció en toda su dimensión en los 15 minutos finales, cuando se hizo dueño del juego y del ataque de River.
Después llegó la locura, el delirio por lograr un triunfo con sabor a hazaña. Fue la noche que Ortega volvió a ser Ortega, y a ser inmensamente feliz dentro de la cancha.