| La práctica de agregar un día al calendario en forma regular tiene larga data y es un esfuerzo para tratar de compensar por un retraso sistemático que se producía debido a que el año trópico (es decir el tiempo que tarde la tierra en su circunvalación alrededor del sol) es una fracción –6 horas-- más largo que 365 días. El calendario Juliano agrega un día cada cuatro años a los efectos de compensar por esta longitud. Así el año dura 365,25 días para ellos. Sin embargo el año trópico es algo más corto 365,246 días. Esta diferencia pequeña requiere de ajustes aun más delicados por lo que el calendario Gregoriano (que nos rige) considera que son bisiestos todos los divisibles por 4 salvo los «años seculares» o de fin de siglo, los que terminan en doble cero, de los cuales solo son bisiestos los divisibles por 400.
Joaquín Beltrán -- lector asiduo de nuestro medio, nos cuanta de donde surge la denominación de bisiesto para este año. El término (bis sexto) nació en el calendario romano para denominar un día -nuestro 24 de febrero- y no para designar un año. Según el cómputo latino, el 23 de febrero de los años normales, o de 365 días, se llamaba "día sexto antes de las calendas de marzo", pues del 23 de febrero al 1° de marzo mediaban seis días. Calenda, o calendas: en el antiguo cómputo romano y en el eclesiástico era el primer día de cada mes y los días se computaban hacia atrás de éste primero: el 28 de febrero era el primero, el 27 de febrero el segundo, y así siguiendo hasta el 23 que era el sexto antes de las calendas de marzo. En los años que debían tener un día más no se recurría a añadir a febrero un día 29, como en la actualidad, sino que se repetía el día 23. Por lo tanto, si el día 23 era el día sexto antes de las calendas de marzo, nuestro 24 pasaba a ser un nuevo o segundo 23, es decir, un sexto bis (bisiesto). Para más información ver definición de bisiesto | |