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El tomo VI de los "Escritos Póstumos" de Alberdi contiene un estudio biográfico sobre Juan María Gutiérrez y en él se intercala una nota que dice: "Llego aquí en el presente trabajo el 1º de mayo de 1878 en París. Lo empecé en los primeros días de abril pues ese día recibí la noticia de la muerte de Gutiérrez, 35 años menos 5 días en que juntos dejamos el Plata en el 'Edén', para Italia, el 6 de abril de 1843". Y a continuación anota que su amigo había nacido en Buenos Aires el 6 de mayo de 1809 y muerto en la misma ciudad el 28 de febrero de 1878, en la calle Venezuela 162. Tenemos entonces que en esta misma fecha del año que transcurre se cumplen 130 años del deceso del ilustre estadista y educador acaecido, precisamente, a pocas horas de su asistencia a las fiestas conmemorativas del nacimiento de José de San Martín y -se presumió entonces- a causa de la emoción patriótica que le habían deparado las ceremonias públicas. Densa fue la relación entre estos hombres eminentes. El suyo, manifestaba Alberdi explicando el trabajo, era un tributo piadoso que tenía el consuelo de pagar una amistad casi tan larga como su vida. Él no podía recorrer con los recuerdos su existencia pasada sin encontrarse a cada paso en la sociedad de Gutiérrez, fuera en Buenos Aires, en Montevideo, en el mar, en Italia, en Francia, en Chile, en Lima, en Valparaíso, en los estudios, en los paseos, en las fiestas y banquetes, en la política, en las preocupaciones, en las alegrías y tristezas nacionales, en la vida privada y en la pública. Reconocerá su deuda con él varias veces. Cuando dice "Él fue, en más de un sentido, el autor indirecto de las 'Bases'", o cuando expresa, comentando la influencia que ejerció en tantos discípulos, "Estimuló, inspiró, puso en camino a los talentos con la generosidad del talento real que no conoce la envidia. Bueno o malo, yo soy una de sus obras. Hemos podido influir mutuamente uno sobre otro, pero él ha ejercido en mí diez veces más influencia que yo en él". El amplio estudio que le dedicó el tucumano a su amigo fraterno es invalorable como retrato de una figura histórica casi olvidada y tiene significación como imagen de toda una época del país signada por la empresa de la Organización Nacional y la confrontación entre los intereses porteños y los nacionales. A estos últimos adhirió férreamente Gutiérrez en sus escritos y en su actividad como constituyente en 1853 y ministro en el gobierno de Urquiza. Es al mismo tiempo que una apreciación histórica, ideológica y política, un análisis magistral de la personalidad polifacética de un argentino injustamente relegado en la galería oficial de los próceres mayores del país. El estadista y el educador No es posible dar aquí detalles de todo lo que de su íntimo amigo nos cuenta, mezclado con sus propias inquietudes políticas, el autor de los apuntes: su modestia, idealismo, talento, don del habla, generosidad, conocimientos, atractivo físico, todas las cualidades humanas que configuraban una personalidad muy por encima de la de sus contemporáneos más distinguidos. Era escritor, erudito, poeta y topógrafo. Un europeísta, pero también un nacionalista que se negó a aceptar el asiento que le ofreció la Academia Española de la Lengua. Poseía cuatro idiomas y, junto a su ilustración literaria e histórica, el título universitario de ingeniero civil. Pero lo que más enfatiza el biógrafo es su calidad de estadista, "uno de los primeros hombres de Estado en el alto y verdadero sentido de este nombre". Y señala, entre otras, dos circunstancias probatorias de esa calificación: su papel decisivo en la elaboración del texto de la Constitución Nacional y el que cumplió como ministro de Relaciones Exteriores de la Confederación para lograr el reconocimiento europeo de nuestra independencia, una tarea en la que habían fracasado insignes patriotas como Belgrano y Rivadavia. Tenemos sobre sus méritos de estadista también alguna referencia cercana en el tiempo. Cuando se recordó hace cinco años, en el 2003, el sesquicentenario de la sanción de la Constitución Nacional, un destacado jurista publicó en "La Nación" una extensa nota sobre Juan María Gutiérrez, titulada "El segundo padre de la patria" (San Martín con el sable y Gutiérrez con la sabiduría, explicaba el autor a su título) y allí señalaba que a él se le debe en particular la parte dogmática de nuestra ley fundamental que se ocupa de los derechos y garantías de los habitantes y, como detalle anecdótico, que en su tiempo Juan María -quien colaboró hasta traduciendo del inglés para sus pares el texto clásico de Storey- fue calificado por participantes en ella como "el sabio de la Convención". Y en cuanto a su calidad de educador, sobre la cual Alberdi evoca su contribución a la organización social del país desde los días juveniles de la Asociación de Mayo en la época de Rosas, hasta su denso período como rector de la Universidad de Buenos Aires, hay que añadir que a él se le debe la fundación de la Facultad de Ciencias Físico-Matemáticas, la primera en nuestro país, y la autoría de un libro meduloso -"Origen y Desarrollo de la Enseñanza Pública Superior en Buenos Aires" que mandó publicar el ministro Nicolás Avellaneda-, donde da cuenta de instituciones y maestros de las épocas fundacionales de la educación en el territorio nacional, un texto clásico que merecería la atención de toda la comunidad docente en estos tiempos de apremio por ejemplos y por ideas. HÉCTOR CIAPUSCIO (*) Especial para "Río Negro" (*) Doctor en Filosofía
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