Quien recorre la Pampa Húmeda observa desde hace unos años un progresivo y profundo cambio, tanto en su aspecto como en sus consecuencias. Los distintos paquetes tecnológicos han colocado la agricultura argentina en una situación privilegiada en el contexto internacional. A su vez, el violento crecimiento de los países asiáticos y el incipiente proceso de utilización energética han transformado los valores de los productos primarios de la agricultura.
¿Cuál es el resultado de ello? Desde la simple observación, por ejemplo, ver el progresivo desaparecer de los gauchos -esos hombres a caballo que formaban parte del paisaje-, que están siendo reemplazados por aquellos que manejan sembradoras y cosechadoras con componentes computarizados que exigen otro nivel de formación. O ver el progresivo desaparecer de los alambrados internos en los campos producto de la mayor escala de las maquinarias que obligan en función de la eficiencia a trabajar en espacios más abiertos. O ver, en fin, generarse una agricultura sin agricultores producto de la economía de escala que va convirtiéndose en necesaria.
Al mismo tiempo, este cambio "paisajístico" es producto de esta nueva posibilidad de convertir la Argentina en otro granero del mundo pero no para abastecer, como sucedió antaño, a Europa sino fundamentalmente a los países emergentes. Este crecimiento de los últimos cinco años del país se ha dado, en parte, gracias a esta situación internacional y a la tecnología agrícola argentina de avanzada. Por supuesto que los actores económicos y el gobierno supieron advertir este tema y aprovecharlo en beneficio propio y de todos.
¿Es posible que esto continúe? Los expertos dicen que sí. Sin embargo, cometeremos el mismo error del pasado si no profundizamos los valores republicanos, no generamos instituciones fuertes y respetadas, no mejoramos la política, no fortalecemos el Poder Judicial o no industrializamos el país a la manera tradicional y del conocimiento mientras dure esta situación.
Esta nueva estructura internacional, que relativiza la tesis del deterioro en los términos de intercambio, nos otorga una nueva oportunidad histórica de transformarnos en un país previsible, desarrollado y con gran calidad de vida. Es de esperar que no repitamos la historia, viendo cómo un nuevo tren pasa cerca sin que lo aprovechemos. Evitemos -parafraseando el pensamiento de Borges- seguir siendo incorregibles.
HUGO RAÚL EPIFANIO (*)
Especial para "Río Negro"
(*) Abogado. Ex ministro de Gobierno de Río Negro