Es notorio que, por razones que parecen tener más que ver con sus rasgos psicológicos personales que con sus eventuales cálculos políticos, los Kirchner sientan aversión a los periodistas. A diferencia de los dirigentes de otros países democráticos, se niegan a participar de las conferencias de prensa que suelen celebrarse luego de un encuentro con un jefe de Estado visitante. Aunque a esta altura los representantes de los medios locales están tan habituados a las manifestaciones de desdén tanto del ex presidente Néstor Kirchner como de la presidenta actual, Cristina Fernández de Kirchner, que los desaires rutinarios no los afectan, quienes no están acostumbrados a ellos apenas pueden ocultar su asombro. Es lo que sucedió en ocasión de la reunión de la presidenta con sus homólogos de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, y de Bolivia, Evo Morales. Para indignación tanto de los cronistas brasileños como de los bolivianos, por motivos no aclarados fueron desalojados más de medio centenar de periodistas de la sala de prensa de la quinta de Olivos antes de que pudieran escuchar la interpretación oficial de las decisiones de los mandatarios. Para hablar con uno, tuvieron que trasladarse a Aeroparque, donde Lula los atendió como es debido ya que se trataba de asuntos de interés público.

De ser cuestión de un episodio aislado atribuible a un malentendido o a la excentricidad de un funcionario menor, lo que ocurrió el sábado pasado no tendría importancia, pero por desgracia no se trata de una aberración pasajera. No bien Néstor Kirchner inició su gestión en mayo de 2003, hizo saber que no tenía ninguna intención de celebrar las conferencias de prensa que son normales en todos los países democráticos del mundo. Asimismo, prohibió a sus subordinados hablar con los periodistas sin su permiso, razón por la que los funcionarios del gobierno nacional que se animan a desobedecerlo insisten en conservar el anonimato. Tal actitud, que en un primer momento se imputó a la falta de confianza en su propia capacidad para responder instantáneamente a las preguntas de periodistas acaso hostiles, se mantuvo hasta que dejó la presidencia en manos de su esposa que, ya es evidente, está resuelta a actuar de la misma manera. Era previsible: como primera dama y después como candidata presidencial, Cristina siempre se las arregló para alejarse del periodismo y, como si esto no fuera suficiente, se negó a debatir en público con los demás aspirantes presidenciales.

Puede argüirse que la voluntad de los Kirchner de boicotear a la prensa, en especial a la argentina, les ha sido beneficiosa. Al limitarse a formular declaraciones ya preparadas y a comunicarse con la gente a través de actos cuidadosamente planificados, se han ahorrado las dificultades que les hubieran supuesto los errores verbales o las opiniones extravagantes que perjudican a algunos mandatarios que raramente dejan pasar una oportunidad para charlar amablemente con los periodistas. Por lo demás, parecería que desde su punto de vista los resultados electorales positivos de los años últimos han servido para convencerlos de que les han sido nulos los costos políticos de tratar con desprecio a la prensa, razón por la que no tendrían motivos para modificar su postura.

Si lo único que importara fuera el índice de popularidad del presidente de turno, en el corto plazo por lo menos la actitud de los Kirchner frente a los medios de comunicación podría justificarse, pero sucede que también está en juego la salud institucional del país. Es evidente que quienes conforman lo que el ex presidente interino Eduardo Duhalde califica del "doble comando" no tienen interés alguno en la transparencia. Antes bien, actúan como si no les correspondiera rendir cuentas ante nadie. Lo entiendan o no, el microclima así creado fomenta la corrupción y la arbitrariedad -o sea que hace virtualmente inevitable que se multipliquen escándalos similares a los protagonizados por el valijero venezolano, la ex ministra de Economía Felisa Miceli y otros- y con toda seguridad contribuyó a persuadirlos de que podrían manipular con impunidad los índices elaborados por el INDEC, ya que cuando los funcionarios se saben vigilados por el periodismo les es más fácil resistirse a la tentación de intentar violar ciertas reglas básicas.