Jueves 14 de Febrero de 2008 Edicion impresa pag. 44 > Cultura y Espectaculos
El mejor momento de tu vida

Todo ha sido dicho ya alguna vez. De manera que lo único que le da genuino valor a aquello que repetimos por los siglos de los siglos es la entonación y el momento en el cual lo sacamos a relucir.

A don Sergio Livingston, famoso periodista deportivo chileno, le escuché reflexionar que la felicidad no existe, sólo existen los momentos. Aunque era un niño por entonces, ese niño secretamente lo sabía. La felicidad es la suma de las partículas luminosas y oscuras que luego denominamos vida. Es una sonrisa a la mañana, una aburrida película de domingo, un rato de cacareo entre amigos, el verano que viene y va entre daiquiris y cubas libres. Como el hombre lo dijo en un descanso de un partido de fútbol, llamó mi atención y la máxima me quedó grabada a fuego. Tal cual si la hubiera dicho mi abuelo en su lecho de muerte. O mi madre justo antes de partir por tres años al extranjero. Pero no, fue el Sapo Livingston quien iluminó mi tiempo en una noche sin pretensiones. Por lo demás, estoy convencido de que las frases memorables se fugan de nuestra boca en los momentos más pueriles. Antes de la batalla o de transcurrir de este al otro mundo apenas si dejamos quejidos y vocablos ininteligibles.

Días atrás, Otto y su amigo, Gary, dos muchachotes retirados del trabajo pero no de las pistas del mundo me dieron otra lección trascendental. Charlábamos de esto y aquello, de ideas para ganar dinero y de los proyectos que tanto cuesta realizar. Hasta que Gary, de cejas pronunciadas y risa amable y calurosa, me señaló con un dedo grueso y dijo: "Claudio, recuérdalo, este es el mejor momento de tu vida. Este. Tienes tus hijos pequeños, tienes tus proyectos, tu mujer está embarazada, y disfrutas más el tránsito hacia la meta que la meta misma. Este es el mejor momento de tu vida". Y luego guardó silencio y no dijo ni pio.

He escuchado antes esta sentencia pero viniendo de un tipo de 60 y largos, subido a una moto de alta cilindrada y que salió de Arizona para conocer la Patagonia, pues, la oportunidad y la figura, me dejaron pensando. Es que constantemente me olvido de que suerte no es encontrarme 5 pesos tirados en la calle. Suerte es que mis hijos estén sanos y que haya un margen de paz y quietud en el cálculo de probabilidades de la desgracia. El resto es la lucha periódica por conseguir lo que anhelo. Y el fragor es excitante.

Un día, cuando sea como Otto y Gary (y no creo que yo tenga el valor de subirme a una motocicleta para conocer Arizona), quizás recuerde que mis hijos fueron pequeños y que estaban conmigo gran parte de la jornada. Que mi mujer transitaba lozana su cuarto embarazo. Que mi madre igual que Batman, cada tanto aún me salvaba de las cuentas más duras. Que escribía soñándome Hemingway. Que planificaba vivir en Escocia tres meses al año. Que tenía amigos. Que era pura entrega.

Ese día, que podría ser uno cualquiera, me acordaré. Por supuesto, cada edad tiene un valor indiscutible. Sin embargo, no hay instancia más perfecta que aquella que nos descubre en litigio por los deseos más profundos. Parados en medio de la tormenta soportando el alto precio que el destino nos cobra por ser justos, tercos y definitivos. Llenos de fuego.

Ese es el mejor momento de tu vida.

 

CLAUDIO ANDRADE

viejolector@yahoo.com

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