Jueves 14 de Febrero de 2008 > Carta de Lectores
Poder desdoblado

Antes de inaugurarse la gestión de Cristina Fernández de Kirchner, el en aquel entonces presidente Néstor Kirchner dio a entender que se alejaría del centro del escenario para que no hubiera dudas en cuanto a quién mandaba en el país. Huelga decir que no ha respetado la promesa así insinuada. No sólo los adversarios más vehementes del gobierno sino también personajes como el asesor de Roberto Lavagna y ex presidente del Banco Central, Javier González Fraga, se han puesto a criticar el protagonismo a todas luces excesivo del marido de la presidenta. En su opinión, Néstor Kirchner no sólo aprovecha toda oportunidad que surge para mostrarse sino que también sigue actuando como si fuera el presidente real mientras que Cristina, a quien muchos acusan de emplear más tiempo cuidando su apariencia que gobernando, se limita a cumplir funciones meramente protocolares. Si bien a menudo tales análisis son interesados, puesto que entre quienes los formulan están personas convencidas de que el ex presidente y sus colaboradores más estrechos, como el secretario de Comercio Guillermo Moreno y el ministro de Planificación Julio de Vido, están comprometidos con políticas que están perjudicando mucho al país, esto no quiere decir que carezcan de importancia. La impresión ya difundida de que Cristina quisiera cambiar muchas cosas pero no puede hacerlo por temor a diferenciarse de su marido está socavando la autoridad de la presidencia en un momento en que el gobierno tiene que prepararse para enfrentar una nueva coyuntura económica internacional e intentar remediar las distorsiones más graves ocasionadas por la conducta del "superministro" Moreno.

Para decepción de muchos, Cristina y el ministro de Economía, Martín Lousteau, se han sentido constreñidos a avalar la política insensata morenista de negar que la inflación constituya un problema muy serio, ya que según todos salvo los voceros oficiales supera el 20% anual, y el sistema increíblemente complicado de subsidios que se ha armado con el propósito de mitigar algunas de sus consecuencias. Como no pudo ser de otra manera, la extraña docilidad de Lousteau, que contrasta con la actividad frenética y la prepotencia ya rutinaria de Moreno, ha contribuido a la sensación de que Néstor Kirchner no ha cedido ni un ápice de poder a su esposa. Según González Fraga, Lousteau "sabe muy bien lo que hay que hacer" pero no puede actuar porque entiende que si chocara contra Moreno y De Vido perdería su trabajo puesto que el jefe auténtico no vacilaría en echarlo. Dicho de otro modo: a juicio de muchos Lousteau ha resultado ser un sucesor digno de Felisa Miceli.

Aun cuando se equivoquen los que dan por descontado que tarde o temprano Cristina procurará liberarse de la tutela asfixiante de su marido, el que tantos dirigentes políticos y otros se hayan convencido de que el arreglo actual no durará mucho más es un dato preocupante. Si como ellos prevén la presidenta se rebelara, estallaría una interna en la que incidiría la relación íntima entre los dos protagonistas. Si por resignación o por convicción eligiera dejar las cosas como están, el desánimo resultante haría que el destino de su gestión dependiera por completo de factores que no estaría en condiciones de controlar. Mal que bien, la Argentina sigue siendo un país presidencialista al que le costaría acostumbrarse a un sistema de poder compartido según reglas nada claras. De continuar creciendo la economía con vigor y sin barquinazos inesperados, la ciudadanía podría tolerar el orden sui géneris que ha improvisado el matrimonio presidencial, pero es muy poco probable que no ocurra nada desagradable antes de los meses finales del 2011. Por el contrario, a menos que el gobierno reaccione con decisión muy pronto, en los meses próximos la inflación cobrará cada vez más fuerza aunque el INDEC se resista a registrarla, las dificultades energéticas se agravarán y las repercusiones de las tormentas financieras y económicas internacionales que según casi todos los expertos se avecinan nos serán más dolorosas de lo que pronostican los optimistas. En tales circunstancias, al país le convendría contar con un gobierno que fuera más coherente que el actual, en que nadie sabe a ciencia cierta quién tiene la última palabra.

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