Aunque el territorio amazónico reconoce propiedad a otros cinco países -Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú y Bolivia- sólo el Brasil, que posee el 60% de su extensión, ha manifestado y mantiene una preocupación especial en ella. El desarrollo moderno de la región en este país, quinto según extensión en el mundo, comenzó en la década de 1970 cuando el gobierno del general Emilio Médici, movido por inquietudes de soberanía, lanzó la autopista Transmazon, una red de comunicaciones y un programa de colonización con amplias concesiones de tierras y créditos que no tardó en experimentar abusos por empresas, propietarios ricos o individuos políticamente conectados. A pesar de todo, concluyó por configurarse una enorme área de deforestación y poblamiento en los confines del país desarrollado, una gran franja (el "Cerrado") que se hizo pradera cuando se la comenzó a fertilizar con fosfato provisto por rocas trituradas. El estímulo para el "Cerrado" fue un poco de ciencia, el conocimiento de que el potencial agrícola del suelo estaba constreñido por la deficiencia de ese elemento y que su suministro convertiría a la región en buena para la agricultura. Superado el viejo mito de la ineptitud productiva de la selva, comenzó hacia el norte una carrera por la quema de los bosques y la explotación de la mano de obra nativa. El ansia expansionista de ganaderos y grandes empresas, en particular sojeras, determinado por las fuertes ganancias resultantes de la disponibilidad de tierras en estados como Mato Grosso, Goiâs, Rondonia y Acre, parece no reconocer límites.
Desde la preocupación ambientalista, el director del Centro para la Conservación Tropical de la Duke University comentó recientemente que el hecho de que poderosos intereses económicos del sur desarrollado de Brasil hayan puesto sus ojos en los recursos de la Amazonia precipitó en el norte un paroxismo de cambios que afectará al mundo entero. Se evidencia una lucha entre intenciones opuestas: las grandes corporaciones empeñadas en la tala de los bosques y la extensión de la frontera agrícola y, por contraste, los preocupados por el ambiente planetario que ven la "pérdida" de ese pulmón planetario como una tragedia global y buscan medios para preservar los cientos de tribus nativas, la selva autóctona y su riqueza sin rival en cuanto a diversidad biológica. Lo que pase con la Amazonia en las dos o tres décadas futuras podría ser decisivo -concluye este especialista- en los esfuerzos mundiales para frenar el efecto invernadero. El gobierno brasileño tiene, según él, dos caminos: controlar y planificar prudentemente el desarrollo de la vastísima región o adoptar una política de "laissez faire", de dejar hacer a la naturaleza y a los grandes capitales, algo que expondría no sólo al continente sudamericano sino al mundo a un desastre casi sin retorno.
El gobierno de Brasilia tiene sus propias opiniones. No hace mucho el presidente Lula tuvo ocasión, en oportunidad de que se le presentaran algunos modelos de predicciones sobre el cambio climático y los peligros de desastres naturales, de pronunciarse con alguna ironía sobre el tema. Él ve dos alternativas: si el resto del mundo está preocupado de tal manera sobre el futuro de la Amazonia, entonces los países ricos deberían poner el dinero necesario para preservarla. De no ser así y dado que existe una gran alarma sobre la posibilidad de que el bosque sucumba a las sequías y los incendios, entonces los brasileños deberán actuar primero y beneficiarse con los recursos antes de que se pierdan.
Hay un actor social que viene cobrando gravitación especial en esta problemática: la comunidad científica del país. En varias oportunidades nos hemos ocupado aquí del dinamismo que viene mostrando la ciencia brasileña. Sólo refiriéndonos ahora a productividad de sus investigadores (ya que en cuanto a inversión en ciencia y tecnología hemos señalado el aumento extraordinario de los últimos presupuestos) digamos que, pasando del Nº 20 en la posición mundial del 2000, se colocó en el 2007 en la Nº 15 por arriba de países como Suecia y Suiza. Y el despliegue de la comunidad científica (incomparable con el de la nuestra) no cesa de aumentar pari-passu con la economía del país y a tono con la obsesión nacional por el desarrollo. Pero específicamente en relación a la Amazonia, la Sociedade Brasileira para o Progresso da Ciência (SBPC) está desde hace varios años empeñada en una enérgica campaña para comprometer a los poderes públicos en la concreción de una política integral de desarrollo según un programa de características espectaculares. Tal lo expresan cosas como su demanda, basada en la convicción de que el conocimiento es la base fundamental del desarrollo amazónico, de la urgencia de un programa de formación de unos 10.000 doctores especializados en los problemas de la región.
Por impulso en gran parte de esa campaña de la comunidad científica, el gobierno brasileño ha iniciado en estos días -según expresiones de Roberto Mangabeira(1), secretario de Acciones de Largo Plazo- un proceso de discusión y elaboración de una "estrategia nacional de desarrollo sustentable" que ubique a la Amazonia como una clara prioridad de la primera mitad del siglo actual. Manifestó en un viaje por la región, que integraron científicos de la SBPC, su convicción acerca de la trascendencia de la investigación dado que el bioma amazónico -que representa por lo menos un tercio del territorio nacional- atrae la atención del mundo entero por ser la mayor selva húmeda del planeta, por estar ligado "como víctima o como solución" al debate mundial respecto al cambio climático, por constituir la más grande reserva de biodiversidad y por contener el 20% del agua dulce de la Tierra.
(1) Siendo profesor de Derecho en Harvard, este prominente intelectual -que había tenido actuación política acompañando a Leonel Brizola y a Ciro Gómez- fue designado hace menos de un año por Lula, a pesar de que había sido uno de los críticos más fuertes de su gobierno y hasta pedido en el 2005 públicamente su destitución como presidente. En la asunción de su ministerio dijo que Brasil está experimentando "un momento mágico" en el cual demuestra que es necesario "reinventar el desarrollo".
HÉCTOR CIAPUSCIO (*)
Especial para "Río Negro"
(*) Doctor en Filosofía
