La caída del primer ministro italiano Romano Prodi permite observar el desenvolvimiento del parlamentarismo en un contexto de partidos indisciplinados. Sin embargo, entre los italianos cuenta algo más que su mundo de partidos que, además de carecer de disciplina, está en permanente mutación. Importa destacar que sus elites dirigentes se lanzan a la escena pública y a la conquista del poder desde un discurso antipolítico. Lo cierto es que ese parlamentarismo, como en cualquier otro gobierno parlamentario, poco puede hacer cuando su sistema de partidos es acicateado permanentemente por estos últimos. En ese sentido, la historia italiana cuenta con un rico inventario de "política de la antipolítica", sobre todo en manos de aquellos que vienen de "afuera" del sistema político proponiendo una moralización de la política misma y que desarrollan paradójicamente un nuevo momento de oligarquización de su clase dirigente.
Ciertamente, la política de la antipolítica no es nueva entre los italianos. Ni tampoco su más original invento. Si nos remontamos a sus antecedentes históricos, nació con el origen de la política como reflexión acerca del gobierno de la polis. Su cuna está en la Grecia antigua, donde la polémica entre Aristóteles y Platón dejó en claro dos concepciones: por una parte, la misma antipolítica o, en todo caso, aquella política que procura reducir todo a la idea de unidad, eliminando el pluralismo y, naturalmente, el antagonismo de los intereses, generando así un modelo unanimista del Estado y la sociedad, y por otro lado, la concepción que reconoce en la política el mundo del disenso y el conflicto, producto siempre inevitable de sociedades diversas y complejas.
Si bien esas lejanas huellas señalan una voz común en la historia mundial, la antipolítica italiana tiene un capítulo más cercano. Su historia es reciente, con la llegada del siglo XX y su era de catástrofes. En buena medida su primer gran momento se vincula con el nacimiento del fascismo. Este fenómeno fue producto de una singular crisis de los partidos políticos en una época de convulsión por los desarreglos de la Primera Guerra Mundial y los movimientos revolucionarios que buscaban su propia revolución bolchevique en territorio italiano. Crisis dramática ante esa Italia que resultó vencedora y derrotada a un mismo tiempo, marcada por un débil Estado nacional. Una temprana oligarquización de su sistema político hizo crecer la voz de la negación de la política y, sobre todo, un discurso de reemplazo unanimista para la sociedad. Aquella fórmula y la acción de sus fasci di combattimento fueron
las principales armas de ascenso del fascismo. Si bien su líder no era un outsider a los partidos italianos de la preguerra -Mussolini había pertenecido al socialismo-, desafió el sistema de partidos con la convocatoria a una clase media desafecta. A pesar de sus diatribas antipartido y antiparlamentaria Mussolini se dejó llevar por el camino del compromiso constitucional, arribando al poder de la mano de la monarquía parlamentaria. Previo a ello tuvo la ocasión del chantaje en su famosa Marcha sobre Roma de 1922. Más adelante siguió las pretensiones de un Estado totalitario y el modelo unanimista de sociedad.
Derrotado militarmente el fascismo, en la posguerra volvió la antipolítica. Una nueva variante llegó con el "cualunquismo". Fue alrededor de una publicación llamada "L'uomo qualunque" (en una traducción accesible se refiere al "hombre común") que ese movimiento tuvo su origen. Un outsider, el comediante Guglielmo Giannini, fue su principal promotor. Su discurso consistió en la exacerbación de los valores del hombre corriente alejado de la vida política, cuya principal misión debía ser vivir en familia y dedicado al trabajo. Con ello se pretendía recrear una sociedad del orden, alejada del conflicto artificioso que prometían los partidos, además de terminar con una política derrochadora de recursos. Otra vez la voz de la unanimidad, donde el gobierno gobernara menos y los hombres se mandaran a sí mismos. La base social del cualunquismo era ese mundo de hombres y mujeres aún ligados al fascismo social y cultural, huérfanos de representación política. Igual que aquéllos utilizaron la "política" y por ese camino lograron más de treinta diputaciones en la Constituyente italiana de 1956. Muchos de éstos se integraron al nuevo esquema de poder que trató por todos los medios mientras duró la Guerra Fría de alejar al poderoso Partido Comunista Italiano del gobierno.
Un nuevo momento para la antipolítica italiana llegó hacia fines de los ochenta frente al proceso de "manu pulite". Otra vez el sistema de partidos italiano enfrentó un momento de autodestrucción. Fue durante su inmediata transición -entre 1992 y 1994- que nació Forza Italia y arribó a la política el magnate de los medios Silvio Berlusconi. Su discurso tuvo una potencia extraordinaria porque remitía al mismo lenguaje que sus predecesores. Aún más: fue capaz de integrar al neofascismo. Pasada más de una década Forza Italia se convirtió en algo no muy diferente al viejo esquema de notables. Es que hablamos de una red de personas privilegiadas que ocupan posiciones de poder, sobre todo parlamentarias, deudores del capricho de su máximo jefe Berlusconi. Éstos, junto a los sobrevivientes del socialismo y el comunismo reconstituido y la democracia cristiana, alumbraron un nuevo esquema de oligarquización.
Pero la antipolítica no sólo ha sido patrimonio de la derecha italiana. Desde hace unos años otro destacado comediante, Beppe Grillo (la revista "Time" lo había elegido héroe europeo en el 2005), encabeza un movimiento de sesgo antipolítico cuyo principal cometido es lograr un "Parlamento limpio" a través de una ley que establezca claramente que ningún ciudadano italiano puede ser elegido si está siendo juzgado o resultó condenado. Esa demanda tiene en vista el mismo Parlamento que derribó hace unos días a Prodi, donde aún ocupan sus asientos 24 políticos condenados por la Justicia. Además, buscan que se termine con la reelección indefinida y que los candidatos sean elegidos por los ciudadanos y no por los partidos.
Finalmente, siguiendo al politólogo Gianfranco Pasquino, la política italiana parlamentaria contiene todos los ingredientes que "hacen nacer, alimentan y apoyan la inestabilidad de los gobiernos, la variabilidad y la confusión de las políticas públicas, la imposibilidad para el electorado de expresar y para los partidos de obtener un mandato político electoral". Sin duda, entre los italianos y fuera de sus fronteras la política de la antipolítica hace más daño que muchos de los problemas de diseño que enfrenta todo régimen parlamentario.
GABRIEL RAFART Profesor de Derecho Político de la UNC.Especial para "Río Negro"