SAN CARLOS DE BARILOCHE (AB).- Un muchacho que hace casi seis años recibió un disparo en la médula espinal, Gustavo Díaz, murió el pasado viernes tras una larga y penosa convalecencia en la que sumó la amputación de un brazo y una pierna a la parálisis de sus miembros inferiores. El agresor fue condenado por lesiones gravísimas, pero ya recuperó la libertad y cometió otro homicidio.
El hecho que dejó postrado en una silla de ruedas a Díaz ocurrió a las 7 del 10 de marzo de 2002 en una vivienda ubicada en Rivadavia y Neuquén, de propiedad de un individuo apodado "Chalo" Parra, donde estaban reunidos la víctima, que en ese momento tenía 17 años, y otros jóvenes y adolescentes.
A esa hora los vecinos llamaron a la policía para denunciar que habían escuchado el estampido de disparos de armas de fuego y el ruido de vidrios rotos, pero cuando llegó el patrullero la vivienda estaba deshabitada, y los agentes averiguaron que un menor con una herida de bala había sido trasladado al hospital en una ambulancia.
Luego establecieron que el menor Gustavo Díaz había ingresado con un balazo en la espalda que le habría atravesado la médula espinal.
Los profesionales que lo atendieron ya en ese momento anticiparon que la lesión podría dejarlo parapléjico.
La investigación posterior y los allanamientos ordenados por el juez Juan Manuel García Berro permitieron detener a Sandro Luengo, a quien los testigos del episodio habrían responsabilizado por los disparos efectuados contra la vivienda de Parra.
Luengo ya había purgado una condena por el homicidio de un joven chileno, de apellido Barcos, y tras cumplir la pena que le impusieron por herir a Díaz volvió a la cárcel, porque mató al presunto asesino de su padre.
La sobrevida del joven Díaz fue muy penosa y transcurrió prácticamente en el hospital.
En sus esporádicas salidas no contaba con los cuidados y medidas higiénicas que su estado requería, y antes de morir sufrió la amputación de su brazo derecho y su pierna izquierda.