Los hombres tenemos la habilidad de utilizar las palabras de manera muy particular para describir tal o cual fenómeno que ocurre o ha ocurrido en el medio en el cual desenvolvemos nuestra actividad diaria. En el caso que nos ocupa, nuestros gobiernos en general y el provincial en particular (Río Negro) definen o intentan definir como de emergencia la situación que atraviesa la estructura de producción lanera y de fibra mohair, característica de su Región Sur, extensible a la mayor parte de la Patagonia.
La palabra emergencia -emerger de algo-, aplicada a este tema en particular, indica que algo ha emergido en nuestra estructura socioproductiva como consecuencia del fenómeno climático: sequía. La pregunta obligada es: ¿qué es lo que emergió atribuible a la sequía? Lo que realmente ha emergido y con una contundencia devastadora es la gran debilidad estructural que desde el punto de vista económico productivo y sociopolítico tiene la denominada Región Sur de Río Negro y las demás provincias vecinas, como consecuencia de la manera de relacionarnos y de trabajar desarrollada por décadas. Hay bibliografía de principios del siglo pasado que alerta respecto de este hecho.
¿Se puede hablar por lo tanto de emergencia cuando todos los documentos habidos y por haber, todos los diagnósticos realizados (ver Alerta Amarilla de la Sagpya, el Atlas) hablan de los problemas estructurales de nuestra actividad productiva central y todos están directamente vinculados con las actividades de las personas, su concepción del uso de los recursos naturales y la manera de concebir la producción y los objetivos de la misma? ¿Se puede considerar una situación de emergencia una esquía en una región que tiene una caracterización climática como la Patagonia? (ver La Visión compartida de la sustentabilidad en la Eco-región Patagonia, Trelew 19/10/06, INTA).
Es posible que hayan caído menos milímetros de agua que otros años, pero si los campos no hubieran estado en general recargados de animales, si todos los actores tuvieran una concepción distinta de la manera de usar los recursos naturales, si la concepción de producir superara la de timba, esta sequía hubiera provocado algunas pérdidas, pero ni remotamente las actuales. Ejemplos puntuales de campos no sobrecargados sometidos a igual fenómeno, no han tenido pérdidas excepcionales.
Hablar de emergencia en nuestra región y atribuirla a la sequía es el eterno mecanismo de endiablar a la naturaleza para eludir las responsabilidades (personales, institucionales) que están involucradas en esta situación. Y aquí podemos hablar sin titubeos de responsables políticos y técnicos para explicar lo que sucede. Son muchas las instituciones políticas intervinientes: gobiernos provinciales a través de sus ministerios de producción, gobiernos municipales y supramunicipales (Ente de Desarrollo de la Región Sur en Río Negro), todos con sus secretarías de producción o sus equivalentes ejecutando programas y líneas de acción orientadas a la preservación y sustentabilidad productiva.
Son muchas las instituciones y programas técnicos financieros intervinientes, algunos de carácter nacional, otros provinciales y locales, INTA, universidades, Senasa, PSA, ley Ovina, Proderpa, organizaciones de productores y, en no pocos casos, podríamos afirmar que en casi todas las provincias, según la moda del momento, "trabajando interdisciplinariamente, interinstitucionalmente, de manera orgánica y buscando generar el asociativismo, la sustentabilidad en todos sus términos y la eficiencia productiva que nos permita seguir siendo competitivos en el mundo".
O sea, no podemos hablar de falta de intervención técnico política, ni de falta de diagnósticos y proyecciones de tendencias, y mucho menos de desfinanciamiento. Lo que sí debemos decir es que esta sequía ha puesto en evidencia que todas las estrategias de intervención en el sector agropecuario de nuestra región patagónica están seriamente cuestionadas y necesitan ser revisadas con urgencia.
Podríamos decir, sin miedo a equivocarnos, que todos los actores sin excepción, seguramente orientados por diferentes necesidades, se movieron y decidieron en los últimos años basados por los mejores precios de la lana pos-devaluación. Unos convencidos de que salíamos de la crisis y era el momento de recuperar lo perdido, otros porque fue el éxito político del momento y se lo atribuyeron a las virtudes de su gestión, otros obnubilados por estos precios de venta, para compensar los incrementos de los costos de producción. Todos convencidos de que podemos manejar a nuestro antojo los recursos que la naturaleza pone a nuestra disposición para satisfacer nuestras necesidades. Ninguno quiso mirar seriamente, y actuar en consecuencia, que el proceso de desertificación que sistemáticamente sufre la Patagonia, con o sin sequía, reduce la capacidad receptiva de nuestros campos a razón de un 3% anual. En la Región Sur de la provincia de Río Negro, esto significa 330.000 hectáreas por año (ver almanaque de la ley Ovina de Río Negro, marzo del 2007). Esto es el equivalente a 80.000 ovejas menos, 30.000 corderos menos, 300.000 kg de lana menos y aproximadamente 150 puestos de trabajo menos.
¿Podemos hablar de emergencia sin que se nos ponga la cara roja de vergüenza? ¿Alguien relativamente serio, más allá de la función que le toque realizar, puede hablar de la emergencia a la que nos somete la sequía, cuando todos, en diferentes instancias, hemos trabajado sabiendo a ciencia cierta que la base de sustentación de toda la estructura productiva se está degradando a ese ritmo y con esas consecuencias?
Es mucho el dinero dilapidado, el desgaste de personas, las expectativas creadas y frustradas y las numerosas instituciones intervinientes como para que lo simplifiquemos con la palabra emergencia. Y además atribuyéndola a la maldad de la naturaleza, de manera tal que nos exima de toda responsabilidad en lo que sucede y nos permita ver con tranquilidad de conciencia el agravamiento de la situación económica de miles de productores y sus familias.
Lo planteado hasta el momento no niega que la sequía que estamos viviendo haya puesto a muchos productores en una situación económica muy grave y que necesiten ser atendidos de manera coherente, si es que pretendemos salir de esta situación con la misma cantidad de productores que existen hoy en la estructura productiva. ¿Está la decisión política de intervenir en consecuencia? ¿O será que esta sequía contribuirá a acelerar el proceso de migración y abandono de los campos de los pequeños y medianos productores y al de concentración de tierras coexistente?
Atenderlos adecuadamente implica asistirlos desde lo financiero y cubrir además todas sus necesidades hasta que efectivamente se hayan recuperado de la situación actual. No alcanza ni remotamente con unos fardos de pasto o algo de alimento balanceado (casi siempre escasos y además mal distribuidos), tampoco con unas bolsas de harina, algo de yerba y fideos, unos palos para leña y alguna garrafa para atender el frío.
La sequía tampoco tendría que servir a los gobiernos provinciales para declarar la emergencia y obtener de nación recursos que después no reciben los perjudicatarios o llegan en porcentajes mínimos y la más de las veces a los especuladores de turno, amigos de los que distribuyen. Tampoco tendría que servir la emergencia para que todos propagandicen sus acciones a favor de los pobres del campo.
En definitiva, todos y cada uno de los actores intervinientes, personas, instituciones, programas, organizaciones de productores, en la medida en que pretendan seriamente resolver la situación que esta sequía ha puesto en evidencia, tendríamos que sentarnos a ver:
1- Qué es lo urgente a resolver, cuántos productores hay que atender de manera urgente y por cuánto tiempo, y a través de qué mecanismos para que efectivamente garanticen la atención necesaria.
2- Revisar todas y cada una de las políticas instrumentadas hasta el momento y hacer las correcciones necesarias. Los resultados de lo hecho hasta el momento están a la vista.
3- Avanzar definitivamente y ahora sí de manera integral, interdisciplinaria e interinstitucionalmente en el diseño y ejecución de un programa de producción alternativo al que está vigente, que atienda las necesidades del momento y permita proyectar hacia el futuro una Patagonia más poblada, con una estructura de producción diversificada, generadora de trabajo y bienestar, producto del uso realmente sustentable de los recursos naturales.
De no ser así, vayamos preparando las nuevas planillas para declarar la próxima emergencia; eso sí, ésa afectará a muchos menos productores, porque a los otros los tendremos que atender en las emergencias que se vayan produciendo en los barrios marginales de las ciudades a las cuales tendrán que emigrar.
La situación
en números La provincia de Río Negro tiene aproximadamente 3.000 productores laneros, la del Chubut aproximadamente 4.000 y Neuquén unos 3.000.
La majada general de las respectivas provincias es: 1.600.000, 5.000.000 y 300.000, o sea estamos hablando de un total de aproximadamente 7.000.000 de lanares.
En varias reuniones realizadas con productores de distintas zonas de la Región Sur de Río Negro se efectuó una evaluación de las pérdidas sufridas y surgieron los siguientes datos:
Pérdidas de ovejas grandes: entre un 20 y un 25%
De corderos (señaladas) entre un 70 u 80%De lana: entre el 30 a 35%.
Si bien la sequía se manifiesta en toda la región, los productores más afectados son los de las zonas ecológicas de monte, sierras y mesetas, aproximadamente unos 10.000 entre las tres provincias norpatagónicas.
Si bien no hemos podido recorrer toda la región afectada, los datos que nos fue posible recoger, a través de contactos en los diferentes territorios, nos indican que los números obtenidos pueden ser extrapolables a todas las provincias afectadas.
JUAN MIGUEL GORTARI (*) - JUAN PAINENAO (**)
Especial para "Río Negro"
(*) Médico Veterinario
(**) Productor agropecuario
Federación Agraria Argentina, filial Ingeniero Jacobacci.